domingo, 22 de febrero de 2009

Erich Fromm


La "conciencia" es un negrero que el hombre se ha colocado dentro de sí mismo y que lo obliga a obrar de acuerdo con los deseos y fines que él cree suyos propios, mientras que en realidad no son otra cosa que las exigencias sociales externas que se han hecho internas. Lo manda con crueldad y rigor, prohibiéndole el placer y la felicidad, y haciendo de toda su vida la expiación de algún pecado misterioso.


El miedo a la libertad


¿Y qué importa si los demás no nos entienden? Cuando nos exigen hacer sólo lo que entienden, lo que hacen ellos es tratar de imponérsenos. Si dicen que somos “raros” o “insociables”, que lo digan. Lo que les molesta, sobre todo, es nuestra libertad y nuestra valentía de ser nosotros mismos. A nadie tenemos que rendir cuentas, mientras no hagamos daño a nadie. ¡Cuántas vidas se han arruinado por esta necesidad de “explicarse”!, lo que suele querer decir que la explicación se “entienda”, esto es, se apruebe. Que juzguen nuestros actos y, por ellos, nuestras intenciones verdaderas, pero sepamos que una persona libre sólo debe rendir cuentas a sí misma, a su razón y a su conciencia, así como a las pocas personas que puedan tener justo derecho a ello.


Del tener al ser


Uno no es un “revolucionario” […] porque profiera frases revolucionarias o porque participe en una revolución. En este sentido es revolucionario el hombre que se haya emancipado de los lazos de sangre y suelo, de su madre y de su padre, de fidelidades especiales al Estado, clase, raza, partido o religión. El carácter revolucionario es un humanista en el sentido en que se siente en sí mismo a toda la humanidad, y en que nada humano le es ajeno. Ama y respeta la vida. Es un escéptico y un hombre de fe.

      Es escéptico, pues sospecha que las ideologías encubren realidades indeseables. Es un hombre de fe, pues cree en aquello que existe potencialmente, aunque todavía no haya nacido. Puede decir “no” y ser desobediente precisamente porque puede decir “sí” y obedecer a aquellos principios que le son genuinamente propios. No está semidormido sino plenamente despierto ante las realidades personales y sociales que lo rodean. Es independiente; lo que es lo debe a su propio esfuerzo; es libre y no es sirviente de nadie.


La condición humana actual