viernes, 31 de agosto de 2007

Breviario del caos. Fragmento

Somos ya demasiado numerosos para vivir, para vivir no como insectos, sino como hombres; multiplicamos los desiertos a fuerza de agotar el suelo, nuestros ríos no son más que sentinas y el océano entra a su vez en agonía, pero la fe, la moral, el orden y el interés material se unen para condenarnos a ser tribu: a las religiones les hacen falta los fieles, a las naciones los defensores, a los industriales los consumidores, es decir, que hacen falta niños para todo el mundo, sin importar en qué se conviertan de adultos. Se nos empuja por el lomo al encuentro de la catástrofe y no podemos mantener nuestros fundamentos salvo yendo a la muerte, jamás se ha visto paradoja más trágica, jamás se ha visto absurdo más manifiesto, jamás la prueba de que este universo es una creación del azar, la vida un epifenómeno, y el hombre un accidente, ha recibido mayor confirmación general. No hemos tenido nunca un Padre en el Cielo, somos huérfanos, nos toca a nosotros comprenderlo, a nosotros volvernos mayores, a nosotros rechazar la obediencia a aquellos que nos engañan e inmolar a aquellos que nos consagran al abismo, pues nadie nos redimirá si no nos salvamos a nosotros mismos.


Breviario del caos. Albert Caraco

miércoles, 29 de agosto de 2007

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Primera

Los monumentos al soldado desconocido son erigidos por los conocidos canallas que le enviaron al matadero.


Si queréis justificar vuestra ambición, elegid bien las palabras. Nunca digáis: hago esto por codicia, emprendo tal cosa por avidez de riquezas; decid: “yo, por el pan de mis hijos…” entonces cualquier tropelía está permitida, cualquier atropello encontrará su aprobación.


─ F., eres como un libro abierto.
─ Sí, aunque nadie lo entiende cuando lo lee.


“Dios nos dé trabajo”. Después de escuchar asiduamente esta frase desde niño, sigue sin convencerme. Dios, a mí, dame ocio, la olímpica facultad de elegir el hacer algo o el no hacer nada, según convenga.


Los que se congratulan cantando un himno en rebaño se regocijarán también, si se dan las circunstancias, suprimiendo a aquellas ovejas descarriadas e irredentas reacias a engrosar el coro.

sábado, 25 de agosto de 2007

El aprendiz de baile

No posee la menor habilidad social. Los desempeños cotidianos que otros efectúan sin percatarse para él suponen una condena ineludible, el castigo propinado por un dios aburrido y desocupado, algo así como su peculiar trabajo de Sísifo. Cualquier intrascendente cita mundana, conocer a nuevas personas, relacionarse con otros le produce una inquietud pueril, un vago e inconcreto malestar, un desasosiego estúpido e injustificado.

Misántropo por timidez más que por vocación temperamental, lacónico y huraño por pudor, su hosquedad vital es la envoltura con la que se recubre su temor a ser herido. Su facha atribulada y circunspecta oculta un espíritu irónico, burlón, combinado con ciertas porciones de amargura y solemnidad. Esta doble faceta le lleva por un lado a una permanente disposición a desvestir las apariencias de sus galas falaces y equívocas en un empeño, a veces enfermizo, por resaltar lo grotesco y absurdo de todo, y, por otra parte, a abismarse, cuando emerge la resaca, en sus delirios autoinspectivos, en ese laberinto personal al que no es capaz de extraer el itinerario que le permitiría abandonar el recinto de muros mohosos, deslucidos, con desconchones demasiado familiares para arribar a estancias más diáfanas y acogedoras. Aunque su residencia natural es la umbría y el páramo le gustaría habitar, al menos durante un tiempo, en las solanas, sentir la tibieza de la despreocupación y la calidez de un contacto humano más asiduo.

Sus enfados son, como sus entusiasmos, breves y perecederos arrepintiéndose de ambos casi en el mismo momento en que se generan. Los considera inconvenientes surgidos en medio de la grisura consuetudinaria que le acompaña fielmente desde niño y que se niega a abandonar. Hasta ahora ha vivido a trompicones, rodando su berroqueño pedrusco por el empinado talud sin nunca terminar de encaramarlo definitivamente en la cima. Se ha acostumbrado a ese estable desequilibrio y ya no sabría vivir de otra forma.

Puede que algún día aprenda los pasos del baile, logrará, entonces, seguir el compás manteniendo la apostura con gesto firme y decidido, danzará el minué al ritmo armónico, aplomado y cadencioso del resto de danzantes, pero será demasiado tarde.

jueves, 23 de agosto de 2007

Salmo XI

Salmo XI

Nací desnudo, y solo mis dos ojos

cubiertos los saqué, mas fue de llanto.
Volver como nací quiero a la tierra;
el camino sembrado está de abrojos;
enmudezca mi lira, cese el canto;
y sepan todos que por bienes sigo
los que no han de poder morir conmigo;
pues mi mayor tesoro
es no envidiar la púrpura ni el oro,
que en mortajas convierte
la trágica guadaña de la muerte.
Rehúso de gozallo,
por ahorrar la pena que recibe
el hombre, que lo tiene mientras vive,
cuando es llegado el tiempo de dejallo:
que el mayor tropezón de la caída
en el humano ser, es la subida.
De nada hace tesoros, Indias hace
quien, como yo, con nada está contento,
y con frágil sustento
la hambre ayuna y flaca satisface.
Pretenda el que quisiere,
para vivir, riquezas, mientras muere
pretendiendo alcanzallas;
que los más, cuando llegan a gozallas
en la cumbre más alta,
alegre vida que vivir les falta.

Heráclito cristiano. Francisco de Quevedo

La soledad

La soledad.

La soledad está en todo para ti, y todo para ti está en la soledad. Isla feliz adonde tantas veces te acogiste, compenetrado mejor con la vida y sus designios, trayendo allá, como quien trae del mercado unas flores cuyos pétalos luego abrirán en plenitud recatada, la turbulencia que poco a poco ha de sedimentar las imágenes, las ideas.

Hay quienes en medio de la vida la perciben apresuradamente, y son los improvisadores; pero hay también quienes necesitan distanciarse de ella para verla más y mejor, y son los contempladores. El presente es demasiado brusco, no pocas veces lleno de incongruencia irónica, y conviene distanciarse de él para comprender su sorpresa y su reiteración.

Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad. Mas esa soledad, que de todo te separa, no te apena. ¿Por qué habría de apenarte? Cuenta hecha con todo, con la tierra, con la tradición, con los hombres, a ninguno debes tanto como a la soledad. Poco o mucho, lo que tú seas, a ella se lo debes.

De niño, cuando a la noche veías el cielo, cuyas estrellas semejaban miradas amigas llenando la oscuridad de misteriosa simpatía, la vastedad de los espacios no te arredraba, sino al contrario, te suspendía en embeleso confiado. Allá entre las constelaciones brillaba la tuya, clara como el agua, luciente como el carbón que es el diamante: la constelación de la soledad, invisible para tantos, evidente y benéfica para algunos, entre los cuales has tenido la suerte de contarte.

Ocnos. Luis Cernuda.

domingo, 19 de agosto de 2007

Libro del desasosiego. Fragmento 191

Del imprescindible Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, uno de los escritores mayores del siglo XX.

191.

“Pienso a veces, con un deleite triste, que si un día, en un futuro al que yo no pertenezca, estas frases que escribo perduran como cosa de mérito, tendré por fin quienes me “comprendan”, los míos, mi verdadera familia para en ella nacer y ser amado. Pero lejos de ir yo a nacer en ella, habré muerto mucho tiempo antes. Seré comprendido sólo en efigie, cuando el afecto ya no compense al muerto de la falta de afecto general que lo acompañó en vida.

Tal vez un día comprendan que cumplí, como nadie, mi deber nato de intérprete de una parte de nuestro siglo; y, cuando lo comprendan, escribirán que en mi época fui un incomprendido, que viví infelizmente entre falta de afectos y frialdades, y que es una pena que semejante cosa me hubiese acontecido. Y quien esto escriba será, en la época en que lo escriba, incomprendedor, como los que hoy me rodean, de mi análogo de ese tiempo futuro. Porque los hombres sólo aprenden para uso de sus bisabuelos, que ya murieron. Sólo a los muertos sabemos enseñar las verdaderas reglas de vivir.”

Libro del desasosiego. Fernando Pessoa

Ella no era de aquí…

¿Es posible enamorarse de una mujer descrita en un breve texto? ¿Será todo enamoramiento la persecución de un fantasma, de un ideal personal que uno proyecta sobre un ser que se cruza en un determinado momento en nuestro camino? ¿Tendría razón Machado cuando decía: “No prueba nada/contra el amor que la amada/no haya existido jamás…”?

Ella no era de aquí…

No la vi más que dos veces. Es poco. Pero lo extraordinario no se mide en términos de tiempo. Fui conquistado de entrada por su aire de ausencia y de extrañamiento, sus susurros (no hablaba), sus gestos inseguros, sus miradas que no se adherían a los seres ni a las cosas, su aspecto de espectro encantador. «¿Quién es usted? ¿De dónde viene?», eran las preguntas que deseaba uno hacerle a bocajarro. Mas ella no hubiera podido responder: hasta ese punto se confundía con su misterio o le repugnaba traicionarlo. Nadie sabrá nunca cómo lograba respirar, a causa de qué extravío cedía al prestigio del aliento, ni qué es lo que buscaba entre nosotros. Lo único cierto es que ella no era de aquí y que compartía nuestra degradación únicamente por urbanidad o curiosidad mórbida. Sólo los ángeles o los incurables pueden inspirar un sentimiento análogo al que se experimentaba en su presencia. Fascinación, malestar sobrenatural…

En el mismo instante en que la vi por primera vez, me enamoré de su timidez, una timidez única, inolvidable, que le daba la apariencia de una vestal agotada al servicio de un dios clandestino, o de una mística devastada por la nostalgia o el abuso del éxtasis, definitivamente incapaz de volver a las evidencias.

Abrumada de bienes, colmada socialmente, parecía sin embargo destituida de todo, en el umbral de una mendicidad ideal, consagrada a murmurar su indigencia en el seno de lo imperceptible. De hecho, ¿qué podía poseer y proferir cuando el silencio le servía de alma y la perplejidad de universo? ¿No evocaba acaso esas criaturas de luz lunar de las que habla Rozanov? Cuanto más se pensaba en ella, menos propenso se era a considerarla según los gustos y los puntos de vista de la época. Un género inactual de maldición pesaba sobre ella. Por fortuna, hasta su encanto formaba parte del pasado. Debió haber nacido en otro lugar y en otro siglo, en medio de las landas de Haworth, en la niebla y la desolación, al lado de las hermanas Brönte…

Quien supiera descifrar los rostros podría haber leído fácilmente en el suyo que no estaba condenada a durar, que la pesadilla de los años le sería ahorrada. Parecía, viva, tan poco cómplice de la vida, que uno no podía mirarla sin pensar que nunca más la volvería a ver. El adiós era la ley de su naturaleza, el signo de su predestinación y de su paso por la Tierra; de ahí que lo utilizase como un nimbo, en absoluto por indiscreción, sino por solidaridad con lo invisible.

Ejercicios de admiración. Emil Cioran

sábado, 18 de agosto de 2007

Crónica de un entierro

El difunto abandonó el valle de lágrimas tras cinco días agonizando. Según los médicos, gracias a la morfina y demás sedantes el hombre no se enteró de su sufrimiento ni padeció dolor aunque un jadeo entrecortado e incesante le acompañó sin tregua durante esas largas jornadas. En los últimos días se podían apreciar en sus ojos, siempre entreabiertos, los surcos rojizos de las venas, esa especie de agrietamiento que se dibuja en los glóbulos oculares a causa del esfuerzo y el cansancio. A pesar de los ruegos e insinuaciones, más o menos veladas, a los galenos para que el tránsito, desenlace inconcuso e inevitable, no se demorase inútilmente provocando una aflicción mayor a la usual en estos casos, hubo que aguardar al agotamiento y consunción finales.

Algún día el hombre se tornará racional, lúcido, generoso y consecuente, mirará su condición de mortal cara a cara y se hará cargo de ella, permitirá, entonces, que aquellos de sus congéneres que deseen una buena muerte puedan tenerla. Algún día.

Siguiente etapa del proceso: el velatorio. Uno no es muy partidario de los velatorios. Creo que deberían estar limitados a los familiares y amigos más próximos y no convertirse, como sucede con frecuencia, en una bullanga irrespetuosa con el dolor ajeno, en un jolgorio donde lo de menos es el muerto. En una de las escasas oportunidades en que no he podido hurtar mi asistencia a uno de estos saraos, alguien confesó haber montado una timba con licores y todo con ocasión de otro de estos luctuosos acontecimientos. Comentaba el hombre, en un tono natural, sin ironía ni ánimo de burla: “claro, ¿y qué íbamos a hacer?”, acaso fuese un póstumo y peculiar homenaje a un compañero de francachelas, ¿quién sabe? Se siguió la costumbre y se pasó el trámite sin nada que reseñar.

Llegó el ansiado momento del entierro. Después de cinco días en el hospital y de día y medio en el velatorio, los deudos estaban anhelando que todo concluyese para lograr un merecido reposo, físico y mental. La ceremonia religiosa se desarrolló con normalidad. Es el momento de dar sepultura al cadáver. Se traslada el ataúd desde la iglesia al cementerio contiguo. Antes de introducirlo en el nicho, el sacerdote, provisto del hisopo de rigor, oficia los últimos responsos. Al lado de la caja, con los adminículos correspondientes, el sepulturero aguarda el término del oficio para proceder con su labor. Primera rocíada hisópica del párroco que, describiendo una amplia parábola, humedece por igual con el bendito elemento al enterrador y al féretro. Uno, que observa la escena de cerca, difícilmente puede reprimir una sonrisa al ver la cara de asombro y perplejidad que le queda al regado operario cuyo caletre debe de estar ocupado en esos momentos con el siguiente dilema: “éste, ¿lo ha hecho a posta o es que no me habrá visto?” Segunda aspersión sacra y nuestro héroe, pese a esbozar una finta para eludir la lluvia divina, vuelve a empaparse de bendición ante la impertérrita mirada del ministro del Señor.

La vida parece que a veces se empecina en amalgamar lo lúgubre con lo grotesco, en combinar la risa con el llanto, la tragedia con la comedia en un mismo acto para así mantenernos mejor uncidos a su yugo. Da la casualidad de que el hombre que representaba su última función atesoraba un carácter afable, simpático, siempre risueño y dispuesto a la chanza inocente, sin maldad, a pesar de la precaria salud que arrostró toda su vida. Creo que consideraría esta última anécdota como condigna de su temperamento, un buen mutis, un último guiño antes de abandonar definitivamente el escenario. Su hijo no heredó estas cualidades suyas.

Abril 1936

Me he encontrado este poema de W.H. Auden, autor que no conozco, y me ha parecido tan hermoso que no he podido resistirme a transcribirlo.

Detened los relojes, descolgad el teléfono,
haced callar al perro con un hueso jugoso
y silenciad los pianos; con tambor destemplado
salga el féretro a hombros, desfilen los dolientes.
den vueltas los aviones con vuelo inconsolable
y escriban en el cielo las nuevas de su muerte,
que lleven las palomas crespones en sus cuellos
y los guardias de tráfico se enfunden negros guantes.
Era mi Norte y Sur, mi Oriente y Occidente,
mi día laborable y mi domingo ocioso,
mi noche, mi mañana, mi charla y mi canción;
pensaba que el amor era eterno; fui un crédulo.
No queremos estrellas; apagadlas de un soplo;
desmantelad el sol y retirad la luna;
talad todos los bosques y vaciad los océanos;
pues ya nada podrá llegar nunca a buen puerto.

Abril 1936. W.H. Auden

jueves, 16 de agosto de 2007

El conatus pindárico

Cuando uno no se encuentra conforme consigo mismo deriva ese desencuentro hacia su época, convierte su incapacidad de sumisión a los dioses coetáneos y a las gabelas de su tiempo en una confutación de lo sancionado como deseable en un momento dado. Es difícil llegar a saber lo que uno es si no se va a la contra, si no se tiene una tendencia, innata o decantada por la experiencia, a instalarse en promontorios poco transitados desde donde observar con el sosiego del que no se involucra, “del que no cuenta”, el tráfago cotidiano.

Uno no comparte muchas de las servidumbres contemporáneas: no le gustan la velocidad ni los coches, no necesita estar (des)informado de todo lo que sucede en el mundo en “tiempo real”, suprimiría los teléfonos portátiles con su contribución a la ausencia de un ámbito íntimo y a la propagación de la vulgaridad, detesta la estadística, la pasión por mensurarlo todo, la productividad y la eficiencia como última razón de toda empresa, no entiende el afán de viajar de un lado para otro para hacer lo mismo siempre, en un lado y en el otro, el que cualquier idiota pueda lograr prestigio o preponderancia sólo por salir en una pantalla y que por esa pantalla, cada vez más, lo único que salgan sean idiotas, por último el llamado arte contemporáneo que, junto con la moda y la publicidad, reflejan bastante bien la ínfima altura de nuestro tiempo.

Spinoza habló del conatus, “del esfuerzo por perseverar en el ser” Píndaro nos dice: “llega a ser el que eres” yo me permito hibridar los dos apotegmas y construir de esa forma una máxima para uso personal: “esfuérzate por perseverar en ser el que eres”. Esto conlleva en ocasiones el mantener actitudes pertinaces, inconmovibles e incluso algo cazurras a propósito de algunos asuntos, de ciertas personas, preferibles a la connivencia con las convenciones apaciguadoras elaboradas por los arquitectos del orden establecido, por los ingenieros de la moral edificante (cada época tiene la suya) y no nacidas del convencimiento íntimo. Intentar agradar a toda costa, transigir con las imposturas provenientes del exterior por anhelo de pertenecer a algo, de ser uno más, es un error que, además de no lograr el objetivo propuesto, se paga caro.

domingo, 12 de agosto de 2007

Hoy, nada.

Hay días en que la vacuidad y el absurdo de la vida se nos muestran con una implacable certeza, sin dejar el mínimo resquicio a la ilusión o el autoengaño. En estas circunstancias dedicarse a la obligatoria labor de crear nuestras propias falsedades generadoras de confianza, pergeñar las mentiras motrices de nuestros actos, se torna una empresa abocada al fracaso más rotundo.

El 25 de abril de 1936, Cesare Pavese anotó en su diario: “Hoy, nada.” Late en esta breve frase una tragedia silenciosa que se resiste a permanecer ignorada. Este lamento sin énfasis por algo irrecuperable, esas jornadas oceánicas de tedio estéril cuya única finalidad parece ser emponzoñar aún más el gravoso trajín cotidiano, acrecentar la pesadumbre inherente a esa correría por el devenir en la que nos hemos visto involucrados, estas dos palabras tan comunes, decía, conforman una síntesis precisa, antirretórica e implacable de esta clase de vivencias.

Escribe otro día: “Es verdad que sufriendo se pueden aprender muchas cosas. Lo malo es que al haber sufrido hemos perdido fuerzas para servirnos de ellas.” Acaso nunca sabremos si fueron este tipo de reflexiones que parecen emerger de días más llenos o, por el contrario, las emanadas de las tribulaciones sugeridas por las jornadas del vacío, el detonante de estas frases, escritas el 18 de agosto de 1950:

“Siempre sucede lo más secretamente temido.

Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?

Basta un poco de valor.

Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.

Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.

Todo esto da asco.

No palabras. Un gesto. No escribiré más.”

Fue lo último que escribió antes de suicidarse.

martes, 7 de agosto de 2007

Revista de crítica cinematográfica

Últimamente me he ido aficionando al cine perpetrando una especie de traición pasajera a mi pasión de siempre, la lectura. Como en el caso de los libros, me gustan las películas viejas, clásicas, también las menos conocidas, orilladas de las preferencias del gran público, las realizadas en países sin gran tradición cinematográfica, un poco por el gusto del exotismo, todo aquello que no tiene una gran repercusión comercial y publicitaria y que se ha convertido en accesible gracias a Internet.

Ha iniciado su andadura recientemente una revista de cine española filial de una revista francesa de mucho prestigio, acaso la que más pedigrí ostente en este campo. Nunca he sido lector de este tipo de revistas pero impulsado por mi actual efervescencia cinéfila y la aureola que precedía a dicha publicación me decidí a comprarla y echarle un vistazo.

En el editorial del primer número se puede leer lo siguiente:

“Nuestra respuesta frente a la creciente uniformización del discurso dominante sobre el cine, frente a la tentación siempre reconfortante de instalarse en los márgenes de lo real y de aceptar pasivamente esa realidad que se nos impone, será siempre, siguiendo a Claudio Magris, “la continua, humilde y adogmática búsqueda de jerarquías de valores”, porque creemos que también en el ámbito de la crítica “es necesario un pensamiento antiidólatra, un pensamiento fuerte capaz de establecer jerarquías de valores, de elegir y, por consiguiente, de dar libertad, de proporcionar al individuo la fuerza de resistir a las presiones que le amenazan y a la fábrica de opiniones y de eslóganes”.

El ejercicio de la función crítica no estará limitado en nuestras páginas, por ello, a la consideración de las películas que se estrenan sobre las pantallas comerciales. Ese reducto es ya demasiado pequeño como para dar cuenta, por sí solo, de la amplia, heterogénea y compleja red de experiencias y senderos por los que circulan las imágenes del mundo actual. Nuestra mirada se dirige hacia el conjunto de las expresiones del universo cinematográfico.”

Aunque uno no pueda entender cómo se elabora “un pensamiento fuerte capaz de establecer jerarquías de valores” de forma humilde y adogmática, en principio me satisfizo esta declaración de intenciones: no plegarse a criterios comerciales y dar a conocer otras cinematografías con la calidad artística como criterio, eludiendo otras consideraciones.

Ávido de que estos nuevos nietzscheanos me proveyesen de novedosas e ignotas jerarquías de valores cinematográficos, de inexplorados territorios fílmicos, me zambullo en la lectura de forma entusiasta, militante. Además del esperable, y natural, autobombo inicial me voy encontrando con algunos artículos bastante pretenciosos poblados de frases oscuras, palabras abstrusas e ideas poco claras, al menos para mí. Uno, que considera la inteligibilidad como uno de los valores máximos, quizá el mayor de cualquier escrito, empieza a notar cómo zozobra su entusiasmo primigenio pero continúa.

Llego a un artículo sobre la última película de Claude Chabrol firmado por uno de los dos autores del editorial inicial. Me encuentro con esta reflexión: “…nos coloca una vez más en la pista de la materia que verdaderamente le interesa al cineasta: el registro analítico de la presencia como máscara de la esencia, el trabajo que permite revelar la fisicidad de la piel equívoca y ambigua de ese organismo complejo y misterioso que una y otra vez se deja tentar por impulsos cuya dinámica propia acaba siempre por dominar a la conciencia.” Me gustaría hacer una exégesis profunda, una glosa o cuando menos discantar este bello párrafo y lo haré cuando llegue a entender lo que se nos quiere decir ahí. Tratar de huir de lo banal, de lo obvio lleva en ocasiones a incurrir en farragosidades gratuitas, hueras, con el agravante de que uno no podrá decir que, tras ese oropel verborreico, no hay nada sin que le puedan desterrar a la isla de los ignaros, de los incapaces de comprender la excelsa doctrina. Más adelante comenta: “Se divierte [Chabrol] ensayando de forma pudorosa movimientos de cámara, efectos visuales y recursos eclécticos porque, consciente quizás de hallarse al final del camino, le preocupa más expresar de forma inmediata y efectiva lo que pretende que conseguir un esmerado acabado formal cuando ya no tiene que demostrar nada y cuando todo el mundo le reconoce como dueño y señor de su particular parcela ficcional.” Creo que esto es una buena muestra de pensamiento antiidólatra y de esgrima del “escalpelo analítico” expresión, ésta, que el articulista emplea en el mismo artículo. Chabrol, nouvelle vague, “no tiene que demostrar nada”, nueva jerarquía de valores…

Después de este primer número he adquirido los dos siguientes y… más de lo mismo. Me pongo a leer los artículos como los incautos transeúntes que atraídos por el puesto del trilero y el gusanillo de ganar unas perras de forma rápida y desahogada deciden probar suerte. Observo atentamente el cubiliteo, estoy en tensión, concentrado, tratando de no perder de vista la bolita, no reparo en los jeribeques y visajes del embaucador para no distraerme pero… es inútil, al levantar el cubilete, siempre lo encuentro vacío.

viernes, 3 de agosto de 2007

Arte y vanguardia

Centro Blanco (Amarillo, Rosa y Lavanda sobre Rosa), de Mark Rothko.

Extracto de una noticia de elmundo.es del 16/05/2007:

“Una pintura abstracta del artista Mark Rothko puesta en venta por el filántropo David Rockefeller se ha covertido en la obra de arte contemporáneo más cara vendida en una subasta, tras rematarse en 72,8 millones de dólares.”

Hay que reconocerles una cosa a los vanguardistas, nadie ha alcanzado tal perfección, tal sintonía y adecuación de los títulos de sus obras con el contenido de las mismas. Sin duda, conociendo el título de este cuadro, detenernos a observarlo sería una pérdida de tiempo, una ocupación superflua, no nos aportaría nada esencial.

Para mí la vanguardia es, en su mayoría, un fraude. Sé que puede ser una generalización excesiva pero todos esos movimientos han contribuido a llenar los museos de chafallos y artilugios demenciales que algunos motejan de arte, a deturpar las bibliotecas con libros cuyo único mérito estriba en su mera ininteligibilidad. Ya ha pasado casi un siglo desde el inicio de estas travesurillas, quizá en su origen tuvieran su gracia y su justificación, en algunos casos hasta puedan haber coadyuvado a una renovación enriquecedora en ciertos aspectos, ahora bien, que hoy en día sigamos dando carta de naturaleza a estas charlotadas me parece excesivo. Se ha llegado a la desfachatez de que un, así llamado, artista ha enlatado sus propios excrementos y los ha vendido como arte; otro los ha empleado en sus cuadros y le gustaría que sus obras tuvieran la propiedad de sanar a la gente; de lo último que he tenido noticia es de una exposición en Gran Bretaña cuyo contenido consistía en… nada, eso sí, con subvención pública. Después, me sublevan sus muñidores y corifeos. Ante un lienzo donde sólo hay un chafarrinón o un libro –por llamarle de alguna forma– formado por una sucesión de frases sin sentido son capaces de evacuar una exégesis de decenas de páginas con párrafos abstrusos y horros de cualquier significado o poblados por virtudes existentes únicamente en sus calenturientos caletres. Además han destrozado cualquier posibilidad de atenerse a unos criterios más o menos válidos a la hora de enjuiciar el auténtico valor de las obras de arte. Hoy en día es arte cualquier cosa incluida bajo esta denominación.

Juan Ramón Jiménez, insultado y menospreciado por alguno de los componentes de esos movimientos estéticos dijo: “… la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del espíritu cultivado.”

En ocasiones sueño, con envidia y fruición, con una época venidera más afortunada y juiciosa que la nuestra, que observará nuestro “arte” como una distracción de chiquillos, de gente ociosa sin mayor ocupación y a la que le estará reservada la placentera labor de enviar toda la morralla que durante décadas hemos introducido en nuestros museos contemporáneos, algunos tan horrorosos como lo que albergan en su interior, a la escombrera convertido ya en cascajo. Podrán conformar, así, el muladar de la tontería humana de toda una época, huera e inane como pocas.

El peaje liviano

Cultivar la amistad de unos pocos y escogidos amigos. Dedicarse, para “aver mantenencia”, a una labor que no nos hurte ni el tiempo ni la energía necesaria para poblar nuestro espíritu de ensueños, nuestra cotidianidad de nostalgias. No alterarse en exceso por el estado de cosas. No permanecer indolente ante el estado de cosas. Tratar de llegar a viejo sin madurar, sin dejar de ser niño. No olvidar el camino recorrido. No tener excesivamente presente lo pasado. Así la vida sería una deriva llevadera, un camino transitable, un peaje liviano.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Mi solo y otro

Ya que el título del blog no es más que un simple latrocinio (o intertextualidad que dirían otros) de JRJ, dejo aquí un poema suyo cuyas declaraciones comparto.



Mi solo y otro

No me toquéis los codos ni los hombros,
no quiero diferencia ni soledad ajena,
quiero ser, en mi espacio, solo y otro.

Quiero ser otro y solo,
el solo y otro que quisierais vuestro,
del que os lloráis acaso y os reís sin duda,
del que os calláis sin duda y del que acaso habláis.

No, yo no quiero ser de otra manera,
de la manera que todos somos otro,
no quiero la desidia inmensa
de haber sido, ¡qué fraude!, parecido,
¡parecido!,
con horas de placer y de comida,
de salida, de juego, de dormida,
de otro amor, además del grande,
de reconocimiento, de saludo jeneral.

Al raro y solo que yo sólo quiero ser le basta
su pena de ser otro y de estar solo,
su pena sola y otra
de irse solo y otro de la noche
a la música, al mar,
de irse solo y otro al amor grande:
a la obra, al desnudo y a la muerte.

En el otro costado. Juan Ramón Jiménez