Últimamente me he ido aficionando al cine perpetrando una especie de traición pasajera a mi pasión de siempre, la lectura. Como en el caso de los libros, me gustan las películas viejas, clásicas, también las menos conocidas, orilladas de las preferencias del gran público, las realizadas en países sin gran tradición cinematográfica, un poco por el gusto del exotismo, todo aquello que no tiene una gran repercusión comercial y publicitaria y que se ha convertido en accesible gracias a Internet.
Ha iniciado su andadura recientemente una revista de cine española filial de una revista francesa de mucho prestigio, acaso la que más pedigrí ostente en este campo. Nunca he sido lector de este tipo de revistas pero impulsado por mi actual efervescencia cinéfila y la aureola que precedía a dicha publicación me decidí a comprarla y echarle un vistazo.
En el editorial del primer número se puede leer lo siguiente:
“Nuestra respuesta frente a la creciente uniformización del discurso dominante sobre el cine, frente a la tentación siempre reconfortante de instalarse en los márgenes de lo real y de aceptar pasivamente esa realidad que se nos impone, será siempre, siguiendo a Claudio Magris, “la continua, humilde y adogmática búsqueda de jerarquías de valores”, porque creemos que también en el ámbito de la crítica “es necesario un pensamiento antiidólatra, un pensamiento fuerte capaz de establecer jerarquías de valores, de elegir y, por consiguiente, de dar libertad, de proporcionar al individuo la fuerza de resistir a las presiones que le amenazan y a la fábrica de opiniones y de eslóganes”.
El ejercicio de la función crítica no estará limitado en nuestras páginas, por ello, a la consideración de las películas que se estrenan sobre las pantallas comerciales. Ese reducto es ya demasiado pequeño como para dar cuenta, por sí solo, de la amplia, heterogénea y compleja red de experiencias y senderos por los que circulan las imágenes del mundo actual. Nuestra mirada se dirige hacia el conjunto de las expresiones del universo cinematográfico.”
Aunque uno no pueda entender cómo se elabora “un pensamiento fuerte capaz de establecer jerarquías de valores” de forma humilde y adogmática, en principio me satisfizo esta declaración de intenciones: no plegarse a criterios comerciales y dar a conocer otras cinematografías con la calidad artística como criterio, eludiendo otras consideraciones.
Ávido de que estos nuevos nietzscheanos me proveyesen de novedosas e ignotas jerarquías de valores cinematográficos, de inexplorados territorios fílmicos, me zambullo en la lectura de forma entusiasta, militante. Además del esperable, y natural, autobombo inicial me voy encontrando con algunos artículos bastante pretenciosos poblados de frases oscuras, palabras abstrusas e ideas poco claras, al menos para mí. Uno, que considera la inteligibilidad como uno de los valores máximos, quizá el mayor de cualquier escrito, empieza a notar cómo zozobra su entusiasmo primigenio pero continúa.
Llego a un artículo sobre la última película de Claude Chabrol firmado por uno de los dos autores del editorial inicial. Me encuentro con esta reflexión: “…nos coloca una vez más en la pista de la materia que verdaderamente le interesa al cineasta: el registro analítico de la presencia como máscara de la esencia, el trabajo que permite revelar la fisicidad de la piel equívoca y ambigua de ese organismo complejo y misterioso que una y otra vez se deja tentar por impulsos cuya dinámica propia acaba siempre por dominar a la conciencia.” Me gustaría hacer una exégesis profunda, una glosa o cuando menos discantar este bello párrafo y lo haré cuando llegue a entender lo que se nos quiere decir ahí. Tratar de huir de lo banal, de lo obvio lleva en ocasiones a incurrir en farragosidades gratuitas, hueras, con el agravante de que uno no podrá decir que, tras ese oropel verborreico, no hay nada sin que le puedan desterrar a la isla de los ignaros, de los incapaces de comprender la excelsa doctrina. Más adelante comenta: “Se divierte [Chabrol] ensayando de forma pudorosa movimientos de cámara, efectos visuales y recursos eclécticos porque, consciente quizás de hallarse al final del camino, le preocupa más expresar de forma inmediata y efectiva lo que pretende que conseguir un esmerado acabado formal cuando ya no tiene que demostrar nada y cuando todo el mundo le reconoce como dueño y señor de su particular parcela ficcional.” Creo que esto es una buena muestra de pensamiento antiidólatra y de esgrima del “escalpelo analítico” expresión, ésta, que el articulista emplea en el mismo artículo. Chabrol, nouvelle vague, “no tiene que demostrar nada”, nueva jerarquía de valores…
Después de este primer número he adquirido los dos siguientes y… más de lo mismo. Me pongo a leer los artículos como los incautos transeúntes que atraídos por el puesto del trilero y el gusanillo de ganar unas perras de forma rápida y desahogada deciden probar suerte. Observo atentamente el cubiliteo, estoy en tensión, concentrado, tratando de no perder de vista la bolita, no reparo en los jeribeques y visajes del embaucador para no distraerme pero… es inútil, al levantar el cubilete, siempre lo encuentro vacío.
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