jueves, 16 de agosto de 2007

El conatus pindárico

Cuando uno no se encuentra conforme consigo mismo deriva ese desencuentro hacia su época, convierte su incapacidad de sumisión a los dioses coetáneos y a las gabelas de su tiempo en una confutación de lo sancionado como deseable en un momento dado. Es difícil llegar a saber lo que uno es si no se va a la contra, si no se tiene una tendencia, innata o decantada por la experiencia, a instalarse en promontorios poco transitados desde donde observar con el sosiego del que no se involucra, “del que no cuenta”, el tráfago cotidiano.

Uno no comparte muchas de las servidumbres contemporáneas: no le gustan la velocidad ni los coches, no necesita estar (des)informado de todo lo que sucede en el mundo en “tiempo real”, suprimiría los teléfonos portátiles con su contribución a la ausencia de un ámbito íntimo y a la propagación de la vulgaridad, detesta la estadística, la pasión por mensurarlo todo, la productividad y la eficiencia como última razón de toda empresa, no entiende el afán de viajar de un lado para otro para hacer lo mismo siempre, en un lado y en el otro, el que cualquier idiota pueda lograr prestigio o preponderancia sólo por salir en una pantalla y que por esa pantalla, cada vez más, lo único que salgan sean idiotas, por último el llamado arte contemporáneo que, junto con la moda y la publicidad, reflejan bastante bien la ínfima altura de nuestro tiempo.

Spinoza habló del conatus, “del esfuerzo por perseverar en el ser” Píndaro nos dice: “llega a ser el que eres” yo me permito hibridar los dos apotegmas y construir de esa forma una máxima para uso personal: “esfuérzate por perseverar en ser el que eres”. Esto conlleva en ocasiones el mantener actitudes pertinaces, inconmovibles e incluso algo cazurras a propósito de algunos asuntos, de ciertas personas, preferibles a la connivencia con las convenciones apaciguadoras elaboradas por los arquitectos del orden establecido, por los ingenieros de la moral edificante (cada época tiene la suya) y no nacidas del convencimiento íntimo. Intentar agradar a toda costa, transigir con las imposturas provenientes del exterior por anhelo de pertenecer a algo, de ser uno más, es un error que, además de no lograr el objetivo propuesto, se paga caro.

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