lunes, 29 de septiembre de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Undécima


Esos detalles nimios, tan insignificantes en apariencia, pero que tanto importan.


Por muy bella que sea la tierra donde nacimos, no debiéramos encomiarla en exceso. Cuando alguien se pone a ejercitar el elogio del terruño, incluso tratándose de personas sensibles e inteligentes, suele producir una impresión de provincianismo infantil, de irracional abandono a una sentimentalidad inmadura que, tomada demasiado en serio y convertida en el principal —y con frecuencia único— referente ideológico del individuo, ya sabemos a donde conduce.


No involucrarme en ninguna actividad, proyecto o asociación ni defender ni acatar ninguna ideología, creencia o pensamiento que conculque mi independencia.


Raramente me propongo ya descifrar textos escritos con vocación críptica o hermética. No entiendo el que alguien llene páginas y más páginas repletas de frases y periodos oscuros, sin sentido, o con un sentido solamente accesible para su autor o para un grupo de ufanos y doctos iniciados que suelen conformar el conciliábulo de exegetas, muñidores y guardianes de la recta doctrina verdadera. Únicamente lo que, en teoría, pudiera ser accesible para todos, universal, tiene valor y puede trascender su origen. Antes pecar de obvio que de ininteligible.


La fuente de los sueños mora en todos nosotros, pero sólo unos cuantos —muy pocos— conocen el sendero que conduce hasta ella. Esos pocos también saben que de la misma fuente brotan las pesadillas y los demonios.


No pretendo originalidad en nada sino autenticidad en todo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Zoltan


Tenía sus dibujos dispuestos sobre la repisa de la ventana de una sucursal bancaria. Me llamaron la atención y me aproximé a observarlos un poco más de cerca. Eran dibujos de edificios antiguos: plazas, construcciones religiosas y otros rincones curiosos de esta ciudad. Se acercó a nosotros para informarnos de los emplazamientos exactos de las edificaciones así como para contarnos algo de su historia.

Su aspecto era un tanto desastrado. Barba poblada, larga y blanca, gorra de patrón de barco, profusamente abrigado a pesar de la agradable temperatura ambiente, límpidos ojos azules en una cara de tez excesivamente rubicunda, acaso por la frecuentación de bebidas espirituosas, como delataba su aliento. Manos de uñas largas, sucias y descuidadas que culminaban unos dedos nicotínicamente amarillentos. Hablaba un perfecto castellano con un poco de acento lo que, unido a su aspecto nórdico, denotaba un origen lejano del Ruedo Celtibérico.

Después de guiarnos, con la falsilla de sus dibujos, a través de las peculiaridades arquitectónicas de esta pequeña ciudad cuyo casco antiguo posee cierta belleza, empezamos a intimar un poco. Supongo que atisbó la curiosidad generada por su persona en nuestra cara y, quizás, nos consideró aptos para cierto tipo de confidencias y expansiones. También puede ser que haga lo mismo con todo aquel que se detiene, curioso, a contemplar sus dibujos.

Zoltan habla cuatro idiomas. Nos relató que su madre, de pequeño, le había enseñado francés. “El segundo idioma es el difícil de aprender, los siguientes son fáciles”. Es por esta capacidad idiomática suya por lo que considera a San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, como su patrón, y nos estuvo explicando ciertas peculiaridades de su iconografía, como la de que suele representársele con gafas y un cachorro de león. Vivió en Italia, donde estuvo casado, aunque ni él quiso ahondar en el tema ni nosotros tratamos de inquirir más sobre el asunto.

Surgieron temas muy diversos. Es aficionado a la numerología y al tarot. “Yo creo que la curiosidad es muy importante en el hombre”. Se lamentaba de que la gente ni conocía ni se interesaba por conocer la historia y acontecimientos pasados de los lugares en los que viven. A unos metros de donde nos encontrábamos hay una peculiar catedral de la que nos explicó sus orígenes, su historia y su conformación. En la parte delantera de la catedral, culminando el muro que rodea la escalinata de acceso, hay una estatua que representa a un niño abriendo las fauces de un león. Para ilustrarnos sobre el significado de esta estatua, Zoltan extrajo de su bolsillo un tarot de 120 años de antigüedad y nos mostró la carta denominada “La fuerza”. En dicha carta aparece una mujer abriendo las fauces de un león, “también se suele emplear la figura de un niño para esta carta” y su significado es: “que cualquiera, incluso una persona débil, o aparentemente débil, puede vencer las resistencias y dificultades si posee el tesón y la fuerza de voluntad necesarias”. A esta estatua le agregaron con posterioridad una cruz en su parte trasera para cristianizar la figura. Zoltan está intentando diseñar un tarot con las figuras de piedra dispersas por la ciudad.

Las escasas —y sufridas— personas que siguen las precarias andanzas de este inconstante bloguero, saben de mis ínfimas dotes sociales y de la atonía general de mis experiencias. Imaginaos lo que debió de sentir alguien como yo, antes que nada amante de la literatura y los libros, cuando, en plena calle, ante mí, un húngaro se puso a recitar los primeros versos del Cantar de Mío Cid en su versión original. Añadidle a esto que este hombre, de luenga barba blanca, gorra de marinero viejo y sabio, no se limitó a repetir unos versos aprendidos de memoria sino que nos brindó una interpretación en toda regla, al estilo lizanesco, exorbitando los ojos y haciendo jeribeques mientras recitaba:

De los sos ojos      tan fuertemente llorando,
tornava la cabeça       i estávalos catando.
Vío puertas abiertas       e uços sin cañados,
alcándaras vázias       sin pielles e sin mantos
e sin falcones       e sin adtores mudados.
Sospiró mio Çid,       ca mucho avie grandes cuidados.
Fabló mio Çid       bien e tan mesurado:
“grado a ti, señor padre,       que estás en alto!
Esto me an buelto       mios enemigos malos.”



Luego nos refirió que él había sido el primero en traducir el Cantar de Mío Cid desde su versión original al húngaro, para lo cual había tenido que estudiarse prácticamente todos los versos uno a uno. “Enemigos malos, no quiere decir malos enemigos, ya que todos los enemigos son malos sino que, a diferencia de los enemigos buenos que arremeten de frente, cara a cara, los enemigos malos son los que atacan por la espalda, a traición, los que dan la puñalada trapera.”

Le compramos esta representación de San Jerónimo, su patrón, que, aunque seguramente no ingresará en los anales de la Historia del Arte, la conservaremos siempre con un especial cariño.








Feliz cumpleaños J.C.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Thomas Bernhard


De mi abuelo tengo la costumbre de toda la vida de levantarme temprano y casi siempre antes de las cinco. El ritual se repite, en contra de las fuerzas incesantes de la pereza, y con conciencia ininterrumpida de que todo hacer es un hacer sin sentido, me enfrento con las estaciones del año mediante la misma disciplina cotidiana. Mi aislamiento es, durante largos períodos, un aislamiento total tanto del cuerpo como del espíritu, al someterme total e incorruptiblemente a mis necesidades, me las arreglo conmigo mismo. Épocas de repetición absoluta se alternan con lo contrario, sometido a todas las oscilaciones imaginables de mi naturaleza y del universo, sea el que fuere, sólo encuentro mi camino mediante una jornada estrictamente reglamentada. Sólo porque me opongo a mí mismo y, realmente, estoy siempre en contra de mí, soy capaz de ser. Cuando escribo, no leo, cuando leo, no escribo, y durante largos períodos no leo, no escribo, me resulta igualmente repulsivo. Durante largo tiempo, tanto escribir como leer me resulta odioso, y me veo entregado a la inactividad, lo que quiere decir, al examen profundo y penetrante de mi catástrofe sumamente personal, por una parte como curiosidad, por otra, como confirmación de todo lo que hoy soy y en lo que me he convertido con el tiempo, en esas circunstancias mías, tan cotidianas como antinaturales, artificiales, incluso perversas. Las perfidias que me hacen tropezar y desesperar, que me vuelven todos los días medio loco, se vuelven ineficaces contra mí cuando me las explico totalmente, lo mismo que nada me afecta ni me mata ya lentamente cuando me lo explico. Explicarme la existencia, no sólo penetrarla sino aclarármela cada día en el mayor grado posible, es la única posibilidad de hacerle frente. Antes no tenía esa posibilidad, para intervenir en el juego mortal y cotidiano de la existencia no tenía ni la inteligencia ni las fuerzas, hoy, el mecanismo se pone en marcha solo. Es un ordenar cotidiano, en mi mente se pone orden, las cosas se ponen cada día en su sitio. Lo que es inutilizable se tira y, sencillamente, es
expulsado de mi mente. La falta de miramientos es también un signo de vejez. Para superar las modas, el aislamiento y la imperturbabilidad del espíritu son la única salvación. Cuántas modas intelectuales han desfilado ya ante mí. Los viles aprovechadores de restos no descansan. Pero los que dominan el mercado con sus productos de saldo son fácilmente reconocibles, con el tiempo, se meten, totalmente por sí solos, en su propia porquería. El superviviente tiene que buscarse un lado, un rincón apropiado para sus conquistas. El aire está enrarecido, pero estoy acostumbrado a él. El una-cosa-u-otra se encuentra ya desde hace bastante tiempo en equilibrio. ¿Qué hay que estimar más, la frase o lo elemental? Es algo sin sentido. Yo lo he escuchado todo pero no he seguido nada. Todavía hoy experimento, el no saber cómo acabará fascina al solitario que ahora soy de nuevo. Desde hace ya tiempo no me pregunto el sentido de las palabras que sólo lo hacen todo siempre incomprensible. La vida en sí, la existencia en sí, todo es un lugar común. Cuando, como hago ahora, recordamos el pasado, todo se arregla poco a poco por sí mismo. Durante toda la vida estamos con personas que no saben de nosotros lo más mínimo, pero pretenden continuamente saberlo todo de nosotros, nuestros parientes y amigos más próximos no saben nada, porque nosotros mismos sabemos poco de ello. Nos pasamos toda la vida explorándonos y llegamos una y otra vez hasta los límites de nuestros medios intelectuales, y renunciamos. Nuestros esfuerzos acaban en una inconsciencia total y en una deprimición fatal, una y otra vez mortal. Lo que nosotros mismos jamás nos atrevemos a afirmar, porque nosotros mismos somos incompetentes, se atreven otros a reprochárnoslo, y no ven, con intención o sin intención, todo lo que, interior y exteriormente, hay en nosotros. Somos continuamente seres arrojados por los otros, que a cada nuevo día tienen que volver a encontrarse, recomponerse, reconstituirse. Nos juzgamos a nosotros mismos, con el paso de los años, de forma cada vez más severa, y tenemos que dejarnos juzgar de forma doblemente severa en dirección opuesta. La incompetencia impera en todas las relaciones y, con el tiempo, produce de forma totalmente natural la indiferencia. Después de una susceptibilidad y vulnerabilidad de tantos años nos hemos vuelto ya casi no susceptibles ni vulnerables, nos damos cuenta de las heridas, pero hoy no somos ya tan hipersensibles como antes. Damos golpes más fuertes y encajamos golpes más fuertes. La vida habla un lenguaje más lacónico, más aniquilador, que nosotros mismos hablamos hoy, no somos ya tan sentimentales que todavía tengamos esperanzas. La falta de esperanzas nos ha dado una visión clara de los hombres, las cosas, las relaciones, el pasado, el futuro y así sucesivamente. Hemos llegado a la edad en que nosotros mismos somos la prueba de todo lo que nos ha golpeado durante las épocas de nuestra vida.

A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo.


El sótano. Thomas Bernhard.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Josep Pla


Algunas palabras de este socarrón ilustrado.

A los veintiún años, recién terminada la carrera en la Universidad, yo era un hijo de una familia prácticamente arruinada, pobre de solemnidad, de una incultura fabulosa —pese a haber terminado la carrera—, de una ligereza de espíritu y una perentoriedad de juicio absolutamente proporcionadas a la propia ignorancia. Indotado para la ambición, incapaz de comprender el lado lucrativo y práctico de las cosas, ajeno a todo espíritu de continuidad, inepto para llevar los accesorios de la vida social; tímido, devorado por el sentido del ridículo, incapaz de realizar el menor cálculo humano y momentáneamente dominado, por consiguiente, por una audacia inexplicable; casi irresponsable; exacto a veces hasta la obsesión, literalmente inexacto otras veces, con una memoria forzada a menudo hasta el dolor y con etapas de amnesia rozando la pura absurdidad; de concepción y ejecución muy lentas, desesperantes incluso; sin orden ni concierto; sintiendo la fascinación del inconsciente; alternando el trabajo a rachas con largos períodos de absoluta pereza; de una insondable inapetencia por las cosas reales y positivas, y lleno de curiosidad por las inanidades; incapaz de ser feliz por carecer del sentimiento de idolatría y de fiel adhesión; devorado por la ironía y el sentido del ridículo, pero sin el suficiente amor propio como para llegar a tener una presencia personal; por lo general educado, pero de vez en cuando con un cinismo glacial; de muy difícil obediencia y de escasa paciencia; sin vicios ni virtudes dominantes, excepto el vicio y la virtud de vivir; inaprensible, individualista sentimental, sin tiempo para nada, sobre todo en los momentos de pereza; con una sensación permanente de poseer la más vasta y acreditada ignorancia; más bien descuidado e incapaz de dar la menor importancia al aspecto exterior; más inclinado a la bebida y al tabaco que a la comida; dominado por el juego mental, sobre todo el de los demás; sin vanidad, ni orgullo, ni capacidad de intriga; permanentemente dolorido por la incapacidad de tener un momento de reposo y calma…

Notas dispersas


…aun sabiendo por las observaciones más arcaicas que la libertad jamás ha existido, hemos llegado a una época en la que es fácil constatar que ni los hombres ni las mujeres aspiran siquiera, no ya a la Libertad con mayúscula, sino a la concreción más insignificante de esta forma de vivir, pensar o decir practicada tan solo por algunas personas aisladas o por grupitos que no cuentan demasiado pero que son respetables.

Notas para Sílvia


A mí me parece que, en el fondo, el asunto no consiste en leer mucho, sino en leer bien. Yo, por lo menos, he defendido siempre este principio, aunque por desgracia no siempre lo he practicado. De joven —de los diecisiete a los veintisiete años— leí todo lo que cayó en mis manos —leí, pues, desordenadamente—. Habiendo dispuesto de una memoria algo viva, la lectura, vasta y desordenada, me produjo la ilusión de que avanzaba positivamente. Me di cuenta, sin embargo, de que no era así. Ya comprendo que leer bien es difícil y doloroso. Estar atento a las cosas —en un texto—, mirarlas bien, pausadamente, supone un gran esfuerzo. El estado natural del hombre no es la atención: es la dispersión, es volar de rama en rama, como los pájaros. Por eso observar es más difícil que charlar, que improvisar, que delirar. Observar es más difícil que pensar.

Notas dispersas


De pequeño, oía decir en la escuela que la pereza es la madre de todos los vicios. No lo creo. No puede haber forma alguna de conocimiento sin que le preceda un mínimo de pereza —por lo menos, de pereza aparente.

Notas dispersas


Usted, aquel otro o el de más allá, ha conocido a un hombre de mundo, o a una señora de cortesía exquisita —salonnards—, simpáticos, educadísimos, permanentemente dispuestos a hacer un pequeño favor, muy graciosos, que se interesan por todo, que son sensibles, que reconocen lo que pasa, etc., y que en el fondo son de una indeferencia total. En este sentido, casi todo el mundo es igual. Todo esto puede suceder entre personas que, al menos aparentemente, tienen una gran intimidad. Parece a veces que, cuanta más cortesía, más indiferencia.

Notas del crepúsculo


He cumplido ya —en el momento de escribir estas líneas— setenta y nueve años. Soy del 97 del siglo pasado. He vivido todas las revoluciones habidas en España durante este siglo. Cuando la de 1909, tenía yo doce o trece años. Me acuerdo como si fuese ahora. Ejerciendo ya el periodismo, he vivido —con mis propios ojos a veces— las dos enormes guerras mundiales. Estas guerras han causado millones y millones de muertos. En la segunda ha habido los campos de concentración, la destrucción de los judíos, la transmigración de la gente —enorme y dolorosísimo asunto—. Las revoluciones españolas fueron de una esterilidad inútil y grotesca. Las enormes guerras vividas, aún más —mucho más—. Y ahora pregunto al lector, al lector que ha vivido como yo estas enormidades, si se puede creer en el progreso. ¿En qué progreso? Contéstenme, por favor, me encantaría hablar de ello. Habiendo sido testigo a lo largo de mi vida de las mayores bestialidades ocurridas en la historia conocida, ¿cómo imaginar siquiera que yo pueda entrar en el progreso? Yo sólo pido una cosa, en el mundo en que vivimos: que en este mundo haya el dolor humano normal —o sea, el mínimo dolor posible—. Al margen de esta, todas las demás elucubraciones me dan un miedo terrible.

Notas del crepúsculo