viernes, 21 de marzo de 2008

a. C. y d. C.

Haces que me avergüence
del adocenado quietismo
en el que me regodeaba antes de ti.


Consigues que abomine
de ese exilio,
forzosamente voluntario,
en mi limbo de papel y sueño
donde un día proferí
lamentos inaudibles
consignados en hojas en blanco.


Logras que deteste
el sarcástico desdén
que mi alma famélica
deparaba a todo lo que
en su insano enclaustramiento
convirtió en desperdicio cotidiano.


Ya no quiero complacerme
en enlutar mis días,
no arremeto contra el sol
porque brille
ni elogio la lluvia
porque entristezca,
no deseo renegar del que fui
ya que todavía lo soy,
volveré a dolerme
de mis antiguas cuitas
y sabré disfrutar
de venturas venideras.


Ahora,
únicamente pretendo
que el “aire de tu viento”
sople perpetuamente
las velas de mi navío
y lo empuje,
con esa calma tan tuya,
a través del mar de tus prodigios.

sábado, 8 de marzo de 2008

Corazón extendido

Como en un estanque
de aguas tranquilas
la piedra,
por un niño arrojada,
genera sucesivas ondulaciones
que durante un breve intervalo
perturban dócilmente
la reposada y cristalina superficie
hasta alcanzar de nuevo
la apacible calma inicial,
así también un corazón,
antes indolente e inmóvil
―maldita quietud―,
al ser punzado
por la punta del dedo
de la mano que adivinó
el secreto de su aislamiento
y el motivo de su aflicción,
temblará y se esparcirá
como el agua en el estanque.
Mas su expansión
no adquirirá la forma
de fugaces círculos concéntricos
ni adoptará las rígidas apariencias
de ninguna figura geométrica
ni los efectos de esta convulsión
constituirán efímeras visiones,
de su temblor brotarán pétalos
abiertos en flor palpitante
que sólo la muerte marchitará.