Haces que me avergüence
del adocenado quietismo
en el que me regodeaba antes de ti.
Consigues que abomine
de ese exilio,
forzosamente voluntario,
en mi limbo de papel y sueño
donde un día proferí
lamentos inaudibles
consignados en hojas en blanco.
Logras que deteste
el sarcástico desdén
que mi alma famélica
deparaba a todo lo que
en su insano enclaustramiento
convirtió en desperdicio cotidiano.
Ya no quiero complacerme
en enlutar mis días,
no arremeto contra el sol
porque brille
ni elogio la lluvia
porque entristezca,
no deseo renegar del que fui
ya que todavía lo soy,
volveré a dolerme
de mis antiguas cuitas
y sabré disfrutar
de venturas venideras.
Ahora,
únicamente pretendo
que el “aire de tu viento”
sople perpetuamente
las velas de mi navío
y lo empuje,
con esa calma tan tuya,
a través del mar de tus prodigios.