martes, 18 de diciembre de 2007

La poesía, señor hidalgo…

La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo.

Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes

lunes, 17 de diciembre de 2007

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Quinta

No existe en la vida un placer comparable al de compartir la belleza con las personas a las que amamos.


Prefiero ser infeliz conociendo que feliz ignorando.


Son como dos cráteres marrones suaves y rugosos, firmes y estremecidos, blandos y esquivos culminando sendas colinas de exquisita redondez y cálido latido.


“Cada uno tiene lo que se merece”. Esta aseveración suele ser realizada por los que tienen bastante más de lo que se merecen.


El amor es un reconocimiento, no una conquista. "¿Dónde estuviste todo este tiempo?" Es lo que deberíamos preguntar a la persona amada cuando la “reconocemos”.


No es lo mismo una simple observación que una observación simple.


Por cierto, ¿quién decide lo que cada uno se merece?

viernes, 7 de diciembre de 2007

El reconocimiento

Varado en sus divagaciones saturninas
meditando funestas determinaciones
fantaseando con dulzuras
siempre postergadas,
con el aliento marchito
por el luto perpetuo
guardado en honor
de tragedias no acontecidas,
de su máscara fatigado
y hastiado de su sombra.


Nada es a ella más ajeno
que el limo de la ebriedad melancólica.
Un chasquido de sus dedos
logra disipar la más densa calígine.
Escuchando su voz profunda y dulce y clara
uno, inveterado descreído, no consigue eludir
el asentimiento a los prodigios cotidianos
convocados sin esfuerzo por ella
gracias a su benévola taumaturgia.


Imposible no considerar
en ciertos casos
que así estaba escrito
que algunos encuentros se producen
siguiendo la misma y fatal necesidad
con la que los astros
se atraen entre sí,
las olas rompen contra el espigón
o la flor se marchita
tras su exiguo fulgor,
que la dicha sólo es alcanzable
en la perpetua compañía de otro ser,
nuestro cómplice vital,
y que Shelley acertaba
al decir a su amada:
“Tú eres mi mejor yo”.


Icemos nuestra negra bandera,
a las derivas del porvenir
aproemos la común nave,
la travesía será propicia
ahora que nos hemos reconocido.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Especímenes de paseo marítimo

Cerca de donde uno sueña que vive se encuentra un paseo marítimo, que discurre por el margen de una ría, de unos cuatro quilómetros de longitud. Envolviendo al paseo, como una especie de protección contra la carretera próxima y paralelo a su curso, hay dispuestas amplias zonas campestres, algunas con arboledas y bancos para demorarse un rato en ellas, otras más amplias y desembarazadas sin ningún tipo de vegetación apropiadas para pasear y utilizadas sobre todo por los amantes de los perros, también, hace unos años, se ha pergeñado un jardín botánico en la parte central del recorrido. Entre estas zonas verdes y el pavimento de losas limitado por una balaustrada que recorre el perímetro de la ría conformando el paseo marítimo propiamente dicho, se ha habilitado una pista para ciclistas, patinadores y demás bípedos sobre ruedas. En conjunto, es un lugar agradable, bastante propicio para distenderse y olvidarse del tráfago diario, pero así como toda rosa suele tener su espina, también nuestro paseo ostenta su chafarrinón.

Hace años que existe un proyecto de dragado de la ría aún no abordado, mientras tanto, se realizan vertidos de aguas fecales y residuos industriales directamente al agua ante la aparente pasividad de los poderes públicos lo que genera, sobre todo con marea baja, un hedor ciertamente poco inspirador. Para compensar esta desidia de las autoridades los ciudadanos demostramos nuestro civismo arrojando esas “cosillas” que nos sobran en casa en las orillas de la ría para darle un tono más exótico y armonioso, se han visto exornando los márgenes marítimos: tresillos, carritos de hipermercado, alfombras, residuos plásticos de variado jaez, bolsas de basura, colchones y, en general, todo tipo de mierda acompañando las evoluciones de los cisnes, patos y demás fauna que todavía frecuenta el paraje.

Uno no es un gran paseante, tampoco un ínclito observador, sin embargo, aprovechando la cercanía de este vergel —podría serlo con un poco de interés público y educación ciudadana— se echa a deambular por el paseo buscando orearse un poco y participar en el gran teatro del mundo aunque sea interpretando el poco lucido papel de espécimen de paseo marítimo. Este transeúnte de realidades invisibles se ha entretenido en diseñar una especie de taxonomía, laxa y simpática, de las actitudes, comportamientos y disposiciones observadas en las personas que pululan por este lugar.

Se podría hacer una primera gran segmentación: los que transitan con la vela a todo trapo (centellas) y los que se dejan conducir por la galbana, completando el trayecto con cierta pachorra (cachazudos). Quizás lo especímenes del primer tipo sean de esas gentes involucradas en cuerpo y alma en esta sociedad frenética, como tales, considerarán que es de vital importancia hacer ejercicio, “estar en forma”, pero claro, empleando en esta salutífera ocupación el tiempo mínimo indispensable sin hurtárselo a los múltiples, variados e impostergables proyectos, obligaciones y vanas esclavitudes que se habrán autoimpuesto, prontos al infarto de miocardio. Aunque uno trata de tender a la imparcialidad no puede contener al cachazudo que lleva dentro.

Siguiendo con nuestro despiece haremos otra división bastante genérica: los indiferentes al resto de especies paseantes (alienados) y los que, si se da la oportunidad, no eluden el contacto humano (socializantes). Los componentes del primer grupo se subdividen a su vez en: alienados musicales, van provistos de auriculares para facilitar su aislamiento; alienados elusivos, tuercen la mirada o la dirigen al suelo cuando se cruzan con el resto de especímenes.

Un estudio aparte merecen los dos ejemplares encontrados hasta la fecha pertenecientes a la categoría bautizada como perimetral. El paseo tiene por ciertas zonas una serie de saledizos que se adentran en la ría, amplios en algunos casos, más reducidos en otros, fuera del trayecto principal y en los que uno se puede detener a observar el transcurrir del agua, las embarcaciones que navegan por la ría en ese momento o a los mariscadores del entorno en plena faena. Bien, pues los perimetrales, en su afán por fatigar sus extremidades inferiores, circundan todo el perímetro disponible en sus caminatas, siempre pegados a la barandilla sin perdonar un solo metro en su inflexible trayectoria.

También poseemos especímenes pertenecientes a especies más comunes como: canguros en edad provecta que producen una mezcla de lástima y de ternura; chejovianas damas del perrito sin polisones ni sombreros con velo ni encorsetadas vestiduras talares decimonónicas, ahora sacan a evacuar aguas (mayores y menores) a sus lindos canes provistas de ropas cómodas, deportivas sin importar que este tipo de prendas evidencien las carnes más o menos flácidas, más o menos turgentes que atesoran; ancianos sentados con las dos manos apoyadas en la empuñadura del bastón y la quijada reposando sobre ellas oteando el horizonte con mirada algo escéptica y desencantada pero sin rencor; ciclistas con sus equipaciones de astronauta; generosos dueños de perros que llevan a sus mascotas a minar las zonas ajardinadas con sus deyecciones… y fauna varia.

Pero sin la menor duda el ejemplar, único en su especie por el momento, que más le ha impactado a este aprendiz de etólogo es el que ha motejado de discente itinerante. La discente itinerante —pues es hembra el solitario ejemplar estudiado— es capaz de completar el trazado a un buen ritmo, sin llegar a centella pero superando al cachazudo, mientras va leyendo sus apuntes. La postura adoptada por este espécimen en sus desplazamientos es aproximadamente esta: lleva una carpeta sobre la que reposan unos papeles con apuntes, la parte inferior de esta carpeta es apoyada en el lado izquierdo de la cintura mientras el brazo izquierdo rodea y sujeta la parte superior de la carpeta, con lo cual, la discente itinerante consigue tener horra la vista frontal para evitar colisiones con otros especímenes y con un leve escorzo cervical consigue leer al mismo tiempo que camina. La discente itinerante ha conseguido llevar a la práctica de una forma genialmente sintética el clásico adagio: mens sana in corpore sano, hace ejercicio aprovechando ese tiempo para instruirse. Esto, por una de esas asociaciones mentales algo caprichosas, le ha retrotraído a uno al año en que cumplió sus deberes de conscripción en la preclara, gloriosa, indomable y algo dipsómana milicia carpetovetónica, cuna de héroes de recuerdo inmarcesible y martillo de enemigos de la patria (españoles incluidos si es menester). Sucedió que una noche de ese año pródigo en el que uno debía velar por la seguridad de sus conmilitones, no fuera a ser que nos invadiese alguna potencia extranjera, no podía resistir sus ganas de dormir y se quedaba dormido de pie e incluso andando, afortunadamente para nuestro querido Ruedo Celtibérico nuestros enemigos no aprovecharon la propicia circunstancia para invadirnos.

Por último, le ha llamado la atención a menudo a este humilde cronista de fruslerías un sujeto singular. Suele llevar un gabán verde oscuro o un polar negro, podría incluírsele en la categoría de cachazudo y en la de alienado musical, a veces se detiene y saca un pequeño block de notas en el que escribe una breve anotación, suele transitar por las zonas verdes, menos frecuentadas, aunque a veces parece interesarle inmiscuirse en los espacios más transitados. Cruza miradas, unas huidizas, otras con mayor fijeza con los otros paseantes como si quisiera estudiar sus reacciones, adivinar sus pensamientos, penetrar sus interioridades. Puede tratarse de un solitario inofensivo buscando un poco de distracción o quizás se trate de un perturbado sin una ocupación mejor a la que dedicarse. Con estos tipos nunca se sabe.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Estanco (fragmento)

Dedicada a Nickcave30, asiduo, agudo y generoso transeúnte y glosador de estas intranscendentes bagatelas de La realidad invisible.

Estanco (fragmento)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,
del cuarto de uno de los millones del mundo que nadie
sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, verdadera, desconocidamente verdadera,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte poniendo humedad y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.


Hoy estoy vencido, como si supiese la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir,
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, convertidos esta casa y este lado de la calle
en la hilera de vagones de un tren, y silbada su salida
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al partir.


Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
al Estanco del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.


Fracasé en todo.
Como no tenía propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
Del aprendizaje que me dieron
me descolgué por la ventana de las traseras de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual a la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?


¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Genios? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios como yo,
y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni a uno sólo,
ni quedará más que estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?
No, ni en mí…
En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
no habrá a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
−sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas−,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni llegarán a oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
y no de quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que todo cuanto Napoleón hizo,
he estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo.
He hecho en secreto filosofías no escritas por ningún Kant.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre
el que no nació para eso;
seré siempre sólo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abrieran la puerta junto a una pared sin puerta,
y cantó la cantinela del Infinito en un gallinero
y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrame la Naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, ese viento que me busca el cabello,
y lo demás, que venga si es que viene o ha de venir, o que no venga.
Esclavos por el corazón de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

[…]

Álvaro de Campos. Fernando Pessoa

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Vicente García de la Huerta

El verdadero amor

Antes al cielo faltarán estrellas,
al mar peligros, pájaros al viento,
al sol su resplandor y movimiento,
y al fuego abrasador vivas centellas;

antes al campo producciones bellas,
al monte horror, al llano esparcimiento,
torpes envidias al merecimiento,
y al no admitido amor tristes querellas;

antes sus flores a la primavera,
ardores inclementes al estío,
al otoño abundancia lisonjera,

y al aterido invierno hielo y frío,
que ceda un punto de su fe primera,
cuanto menos que falte el amor mío
.

Vicente García de la Huerta

Empatía, autoestima. Fetiches modernos

Alguien confiesa: para mí el trabajo es lo primero, lo antepongo a cualquier otra cosa en la vida, uno, que ve el trabajo como una simple forma de procurarse la subsistencia que no debería determinar toda nuestra vida, ¿puede ponerse en el lugar de alguien que profesa esa manera de pensar?; me comenta una persona: no me gusta la música, leer un libro me parece una ocupación tediosa e inútil, sin embargo, puedo pasarme horas conectado a un videojuego o quemando la madrugada sin necesidad de pensar en nada más, con eso tengo suficiente, y uno, por seguir la costumbre, cree que ese individuo y él pertenecen a la misma especie: los dos son bípedos, mamíferos, parece que proceden de algún tipo de simio, respiran a través de pulmones y poseen la capacidad de comunicarse −sí, concedámonos esta facultad− por medio del lenguaje pero quien esto escribe nunca se sentirá próximo a un ejemplar de homo sapiens como el descrito un poco más arriba; un gran creador nos transmite empleando las palabras, la música, la pintura, las fórmulas matemáticas, etc. su visión del mundo, algo nuevo que antes nadie había divisado, las excelencias contenidas en su espíritu, nos ofrece su privilegiada sensibilidad, los frutos de su contacto con realidades y experiencias inalcanzables para la mayoría de los mortales, ¿podemos realmente entenderle, habitar aunque sea por unos instantes su mundo?

Este de la empatía es un concepto que uno no acaba de tener del todo claro. Podemos intentar comprender las motivaciones del otro, hacer un esfuerzo por entender lo que siente por analogía con nuestras propias sensaciones y nuestros sentimientos y una vez realizada esta labor apreciarle y respetarle en su especificidad, lo que no conlleva necesariamente aceptarla ni considerarla deseable. Ahora bien, ¿cómo llegamos a colocarnos en su lugar? Uno no puede sentir como otro siente, los sentimientos son lo más personal e individual del hombre, quizás lo que verdaderamente nos individualiza y nos convierte en únicos. Lo que para uno es ocasión de gozo o solaz para otro lo es de murria y pesares, uno sufre al ver la expresión de tristeza reflejada en el rostro de un niño y otro ve agonizar a alguien a su lado sin inmutarse. La propia realidad es simplemente una interpretación nuestra y por mucha destreza que uno tenga para expresarse ¿cómo hacer partícipe a otro de su interioridad? ¿cómo hacerle conocer las sensaciones, experiencias, vivencias que subyacen bajo sus palabras? Seguramente sólo podamos comprender a fondo lo que nos concierne de una forma íntima, lo demás nos deja un poco indiferentes, vamos iluminando, como Diógenes con su linterna, las zonas más recónditas o menos accesibles de nosotros pero que ya se encontraban en nosotros mismos, incorporar otras que nos son extrañas no es posible. Uno colige de todo esto que sólo podrá alcanzar la empatía con tres o cuatro descarriados, de alma un tanto errabunda y destartalada, acaso no se le pueda exigir más, pero si no podemos empatizar, sí podemos respetar al otro. Prefiero el respeto a la empatía.

Hace unos días he leído un artículo sobre los costes de la individualización en la sociedad moderna. La tesis resumida del artículo era que la sociedad actual crea la ilusión de que nos podemos determinar por completo a nosotros mismos, llevar las riendas de nuestra propia vida en todos los órdenes, y de esa manera, desajustes sistémicos (así los llaman) generados por la propia conformación social se trasladan al individuo que sería el único responsable de todos sus fracasos, de naufragar en la vorágine de exigencias, riesgos e incertidumbres a los que el estilo de vida actual nos aboca. Dentro de esta perspectiva la autoestima sería una de las palabras fetiche.

Entendía uno la autoestima en un sentido demasiado etimológico, se decía: estimamos aquello a lo que concedemos alguna valía, cierto mérito, si añadimos el prefijo auto resultaría que si tenemos autoestima nos estamos concediendo a nosotros mismos cierto valor y creía que esta concesión graciosa hecha por uno mismo a sí mismo quizá no siempre fuese lo más idóneo. He estado rebuscando un poco sobre el significado de autoestima, algunos hablan de autoapreciación y este segundo término me parece más adecuado por su neutralidad, ya que la autoestima es, según parece, la valoración que uno hace de sí mismo que puede ser alta o baja dependiendo de la persona. En lo que si parece existir un consenso casi unánime de los sabios y próceres que se dedican a estas cuestiones es en que una alta autoestima es siempre buena y una baja autoestima es siempre negativa independientemente del individuo en cuestión.

Después me he entretenido en analizar un poco algunas de las características que se atribuyen a alguien con alta autoestima y a alguien con baja autoestima. Tenemos lo siguiente: una persona con alta autoestima: asume responsabilidades; se siente orgulloso de sus éxitos; afronta nuevas metas con optimismo; se cambia a sí misma positivamente; se quiere y se respeta a sí misma; rechaza las actitudes negativas; expresa sinceridad en toda demostración de afecto; se siente conforme consigo misma tal como es; no es envidiosa; se ama así mismo; en cambio, una persona con baja autoestima: desprecia sus dones; se deja influir por los demás; no es amable consigo misma; se siente impotente; a veces actúa a la defensiva; a veces culpa a los demás por sus faltas y debilidades; no se quiere y no respeta su cuerpo; a veces se hace daño a sí mismo; no le importa su entorno; se siente despreciado; se siente menos que los demás; suelen buscar pretextos por sus errores. Piensa uno, después de reflexionar sobre las anteriores cuestiones que los “éxitos” de algunos no son como para sentirse orgullosos y que la gente que desprecia sus dones puede hacerlo por humildad sincera; que ciertos individuos no deberían amarse, quererse y respetarse demasiado a sí mismos y sí dejarse influir por los demás; que a veces está bien actuar a la defensiva aunque no responsabilizar a los demás por nuestros errores; que sentirse conforme con uno mismo tal como se es es una manera tan buena como otra cualquiera de estancarse y dejar de evolucionar espiritualmente; que sentirse despreciado es consecuencia a veces del ambiente donde uno se ha formado y donde uno se desenvuelve; que es inevitable en ocasiones hacerse daño a uno mismo y siempre preferible a inflingírselo a otro de forma injusta y, en fin, que sentirse menos que los demás no es lo más adecuado pero suele ser bastante más nocivo sentirse más que los demás.

Puede que una alta autoestima nos ayude a convertirnos en seres eficazmente adaptados a nuestra resplandeciente sociedad contemporánea que, como se sabe, sólo nos demanda dos virtudes fundamentales para acogernos con todos los honores en su cálido seno: ser buenos productores de bienes de consumo y ser buenos consumidores de bienes de consumo. Y claro, como tendremos una alta y esplendorosa autoestima nos amaremos a nosotros mismos, estaremos conformes con lo que somos, nos respetaremos, afrontaremos las metas que nos proponen con optimismo rechazando las actitudes negativas, asumiendo responsabilidades que nos permitan sentirnos orgullosos de nuestros éxitos y así nos será hurtada hasta la conciencia de nuestra propia vaciedad y, con ella, el mejor resorte para revertir esta situación.

He decidido dejarme de monsergas y procurarme un bombín para inflar autoestimas que espero no tenga el efecto secundario de hincharme también el ego, después intentaré localizar una expendeduría de empatía en pequeñas dosis, al menos para empezar, a ver si logro entender un poco más a mis congéneres, que a uno falta le hace. Con esto igual puedo aumentar el número de lectores de estos andurriales blogeriles ya que se sentirán más comprendidos y Steppenwolf se sentirá orgulloso y ufano de este precario éxito suyo, cambiándose a sí mismo, de este modo, positivamente.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Lao Tse

XXVIII

Quien conoce su esencia masculina,
y se mantiene en el principio femenino,
es como el arroyo del mundo.
Mientras sea como el arroyo del mundo
la virtud eterna no lo abandonará,
y retornará a la infancia.
Quien conoce su propia blancura,
y se mantiene en la oscuridad,
es como ser el modelo del mundo.
Mientras sea como el modelo del mundo,
la virtud eterna no se alterará en él,
y retornará a lo absoluto.
Quien conoce su gloria,
y se mantiene en la desgracia,
es como el valle del mundo.
Mientras sea como el valle del mundo
la virtud eterna le colmará
y retornará a la sencillez.
Lo sencillo, cuando se divide,
modela todos los útiles.
El sabio, cuando gobierna
rige a todos los ministros
y así conserva la unidad.

Tao te King. Lao Tse

sábado, 17 de noviembre de 2007

Una cita para un amigo

«El hombre no resistiría un conocimiento extremo de sí mismo. Porque lo que quiere ser y lo que quiere conocer se destruyen mutuamente.» Paul Valéry

La he encontrado hoy, no la conocía, te la comunico para que sigamos debatiendo sobre la destrucción y el conocimiento.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Un soneto para C.

Esperé largo tiempo su llegada,
de un trozo de mí mismo carecía
vacua mi jornada, huero mi día
gélido aliento de la madrugada.

Movió mis cimientos como si nada
despertó la soterrada alegría
del necio que vivir ya no quería
azuzándole su alma aletargada.

Palito africano, negra melena
la del león, tres monedas propicias,
preguntas de dulce limón, sin pena,

las mejores señales: sus caricias.
Su cálida plenitud mi remanso
mi dolorido sentir su descanso.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Antonio Machado

Algunas poesías del poeta más humano que conozco.

Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.

La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando digo:

Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.

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CONSEJOS

I

Este amor que quiere ser
acaso pronto será;
pero ¿cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es Nunca jamás!

II

Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.

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Cantad conmigo a coro: Saber, nada sabemos,
de arcano mar venimos, a ignota mar iremos…
Y entre los dos misterios está el enigma grave;
tres arcas cierra una escondida llave.
La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

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Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales:
el ómnibus que arrastran dos pencos matalones,
por el camino, a tumbos, hacia las estaciones,
el ómnibus completo de viajeros banales,
y en medio un hombre mudo, hipocondriaco, austero,
a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino…
Y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero
no más? ¿O habránse todos quedado en el camino?

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Obscuro para que atiendan;
claro como el agua, claro
para que nadie comprenda.

La sangre y la Causa

"No hay nada en este mundo equiparable al aura arrebolada de la sangre y la muerte para adornar y ennoblecer, ante los ojos de los hombres, los estandartes de cualquier empresa. La sangre y la muerte no solamente aducen convicción, generosidad, altura de miras en los muertos, sino que también reflejan elevación, dignidad y certidumbre para la Causa por la que murieron. Nadie logró jamás tener tanta razón como los muertos, ni hubo nunca argumento más poderoso que sus muertes para dejar a la Causa irrefutablemente convencida de sí misma y convencidos de ella a los demás. Las muertes son las que siempre han consagrado como verdadera y justa y grande y santa cualquier Causa, y poder decir de ella " Es la Causa por la que derramaron su sangre nuestros padres y nuestros abuelos" ha sido siempre un argumento legitimador infinitamente más fuerte y más definitivo que el contenido de la Causa misma. Nunca es el contenido de la Causa el que se alega para legitimar y justificar la sangre derramada, sino ésta la que siempre es esgrimida como el aval indiscutible de la justicia, la razón y la bondad de cualquier Causa, por delirante, estúpida, inicua, criminal o sórdida que sea. Que la llamada Causa del Progreso hoy prácticamente reducida a la innovación cualitativa en la tecnología esté sujeta a accidentes no es considerado como un defecto o culpa que haya que achacarle, sino como una suerte de portazgo o de peaje que legitima la entrada en circulación de la nueva mercancía, o hasta la credencial que avala y ennoblece al portador para poder presentarla dignamente ante cualquiera. Se diría que la sangre y la muerte son a los ojos de los hombres el más seguro y acreditado título de garantía sobre el valor de cualquier cosa; y aquello que haya costado sangre y muerte aquello mismo tienen por lo más valioso."

Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado. Rafael Sánchez Ferlosio.

martes, 6 de noviembre de 2007

Futuro, vanidad

Pienso en ocasiones qué será de este pobre cuaderno virtual mío en un futuro. Me refiero a un futuro lejano, dentro de unos cien años por especificar una cifra. Dada la vertiginosa velocidad a la que hoy todo cambia, periclita o perece no es del todo segura la permanencia de registros informáticos como esta gavilla de menudencias sin demasiado fuste que me empecino en arracimar. ¿Se perderán todos estos millones de bitácoras con los sueños, reflexiones, vivencias, delirios de tanta gente al igual que desconocemos las de tantas embarcaciones varadas en el fondo del océano convertidas en pecios? ¿Seguirán siendo accesibles, sobrevivirán a las evoluciones tecnológicas pasados un puñado de años? ¿Se establecerá una especie de gran archivo universal donde se alojen y organicen todos los documentos de este cariz para que los arqueólogos, eruditos y hermeneutas futuros husmeen en nuestras vidas, diseccionen nuestras almas, cataloguen nuestros sueños y les endosen un marbete a nuestros usos y costumbres? Dice Nietzsche que en la querencia e interés por el pasado buscamos descansar de todo hoy. Esto me parece aplicable a los pronósticos sobre el futuro, tanto si son halagüeños como si son agoreros, descansamos con esta sibilítica ocupación de los sinsabores e incongruencias del presente fantaseando con un futuro que cuando se convierta en presente seguramente será más de lo mismo.

Ya no creemos en Dios ―bueno, hay algunos recalcitrantes que no se han enterado todavía de la muerte de este Señor pero seguramente no se detendrán en estos parajes invisibles― ni en la inmortalidad del alma ni en ningún tipo de vida ultramundana, hemos derribado todas las estatuas y todos los ídolos para sustituirlos por otros más absurdos y opresivos en ocasiones, sin embargo… No, no nos resignamos a perecer del todo, nos tranquiliza saber que alguien tendrá noticias de nuestro deambular por la vida cuando nos hayamos reintegrado a la nada originaria, nos reconforta la idea de que se interesarán en nuestras zozobras, nuestros triunfos, en nuestros júbilos tanto como en nuestras desdichas. “Vanidad de vanidades y todo es vanidad”, la vanidad humana es una de las pocas cosas ajenas a la mesura, desoímos las advertencias de los libros sabios, seguiremos por siempre persiguiendo humo, empleando esfuerzos y energías en establecer las condiciones que exacerban nuestra esclavitud desdeñando construir un mundo más habitable y humano, a la medida del hombre y no de las cosas creadas por el hombre: coches, aviones, máquinas, ruidos, vanidad, humo.

Me gustaría dirigirme ahora a ti, lector, exhumador binario, arqueólogo cibernético, hermeneuta virtual o quienquiera que seas llegado a esta humilde morada de eremita desde un futuro donde no quede memoria ni de uno ni de los que, por fortuna o por desgracia, le conocieron. Si te has demorado en este recodo del camino, tan real como inexistente, intuyo que serás un poco como Steppenwolf, un tanto taciturno, atribulado y pensativo con leves momentos de entusiasmo que no logran arraigar. Te gustará andar por las nubes todo el día, nefelibatas nos motejó Rubén Darío, escuchando tu monólogo interno que se te convierte en diálogo con frecuencia. Soñarás con armonías imposibles en mundos inexistentes, no comprenderás a los que te rodean porque ellos no te pueden comprender a ti y te considerarás la persona más normal sobre la faz de la Tierra porque eres distinto a todos. Te mostrarás circunspecto, por respeto y por timidez, ante los otros y se creerán que te tomas a ti mismo muy en serio cuando no haces otra cosa que desmontarte continuamente, y contigo al mundo. Tu sentido de la ironía te permitirá sonreírte de todas tus jeremiadas, fruto de cierta coquetería, aunque no te puedas resistir a abandonarte un rato a ellas. Acaso tu época sea más injusta, absurda e insustancial aún que la nuestra y los dicterios e invectivas propinados por uno a nuestra hermosa sociedad del espectáculo grandilocuente y vacuo te resulten incomprensibles, exageradas, sin justificación. Te envío un saludo desde 2007. Uno también ha intentado vivir. Siempre hay que hacerlo.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Antigualla

Escribí este articulito en el año 2000 en un periódico sindical.

Ocho, ocho, ocho.

Uno de los pocos argumentos rescatables de la doctrina cristiana es el de ver al trabajo como un castigo y una maldición divina. A pesar de los reproches que se pueden hacer a esta antigua secta, su visión del trabajo es mucho más moderna y acertada que la de la época actual, en la cual el trabajo ha llegado a ser un bien deseable en sí mismo y, para algunos, la dignificación del ser humano.

Parece un anacronismo seguir reivindicando en el año 2000 lo que debiera estar superado desde hace ya mucho tiempo, como son los tres famosos “ochos” en que se dividirían las veinticuatro horas de un trabajador: ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de sueño. Esta reivindicación tiene ya más de un siglo y los trabajadores que gozan hoy de estas condiciones son una minoría privilegiada. Teniendo en cuenta el avance tecnológico actual, y aún poniéndole reparos a esta fórmula pues, por ejemplo, no siempre se tiene en cuenta el tiempo de desplazamiento hasta el puesto de trabajo, además del empleado en necesidades básicas (alimentación, aseo, etc.), que tenemos que restar al ocio o al sueño, supone una negligencia, por no decir una iniquidad, de esta civilización no tener logrado ni tan siquiera esta pequeña recompensa para quien está obligado a trabajar para vivir. Nótese bien: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

A mediados del siglo XIX, Henry David Thoreau dijo: “me gustaría sugerir que una persona puede ser industriosa y sin embargo no utilizar correctamente el tiempo. No hay peor inepto que aquel que gasta la mayor parte de su tiempo en ganarse la vida”. Creo que esto es más cierto ahora que en el momento en que fue escrito.


Lo malo no es que pueda seguir afirmando lo mismo en este 2007, sino que uno no consigue atisbar propósito de enmienda, por leve que éste pudiera ser.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Raíces en la escalera

Hace unas semanas murió un tío mío, hermano de mi padre. Se acercó por esas fechas mi prima, su hija, hasta nuestra casa para comentar los detalles de su muerte, los preparativos para el entierro y demás circunstancias que rodean estos trances. Había muerto el hombre tras varios años de complicaciones en su salud de todo tipo, el tramo final fue duro para su familia con un desenlace esperado e ineluctable que hubo de aguardarse durante meses en los cuales su cuerpo se fue consumiendo, apagándose poco a poco hasta la extinción final.

Estos sucesos luctuosos dan lugar a confidencias íntimas sobre nuestros sentimientos, experiencias y vivencias en torno a nuestros muertos y su tránsito. Comentaba mi madre a mi prima que los zuecos de su padre emitían un sonido característico cuando subía la escalera externa de piedra que conduce al piso superior de nuestra casa, de dos plantas. Ella se acordaba de cuando él ascendía por la escalera con mis hermanos mayores no tuve la suerte de conocer a mi abuelo― a caballito haciéndoles carantoñas y jugueteando con ellos y cómo ella, después de muerto mi abuelo, siguió oyendo durante bastante tiempo el taconeo característico de sus zuecos mezclado con las risas y la algarabía de mis hermanos al subir la escalera. Fue en este momento cuando se disparó mi resorte anímico trasladándome a la muerte de mi padre.

El teclado que ahora mismo estoy aporreando está situado en una mesa adosada a una pared por cuya parte externa discurre la escalera a la que antes aludía. Sentado a esta mesa he pasado y paso muchas horas leyendo, pensando, soñando y también, desde hace un tiempo, escribiendo. Nunca tuve una relación padre-hijo profunda con mi padre, sin habernos llevado nunca mal, tampoco habíamos acabado de congeniar del todo, quizás porque nuestras sensibilidades se encontraban demasiado alejadas, a una distancia insalvable, diría yo. Era un hombre afable, con un gran don de gentes y una simpatía natural que la precaria salud padecida durante casi toda su vida no logró mitigar. A la hora en que él se disponía a completar su diaria ronda nocturna por las tabernas de las cercanías, yo solía estar acodado a esta misma mesa o en sus aledaños, cultivando mi jardín, escuchaba sus pasos vacilantes, premiosos descendiendo los peldaños. Tenía problemas circulatorios en las piernas y no podía andar bien, aventuraba primero un pie, cuando éste estaba afianzado sobre la baldosa del escalón inmediatamente inferior se le iba a reunir el otro, una vez conquistado este terreno a por el siguiente, así sucesivamente hasta completar la bajada de los diecinueve escalones que componen la escalera.

Bien, después de su muerte, de la que he hablado en otro sitio, me sucedió exactamente lo mismo que refería mi madre, continué oyendo el descenso de mi padre por la escalera durante una temporada hasta percatarme de lo ilusorio de esta percepción. Ocurrió también en esta época que tuve varias veces un sueño apocatastático sentido como muy real, soñaba que todo había sido fruto de un error, mi padre no estaba realmente muerto, todo se debía a una trágica confusión, las cosas retornarían a su punto de partida. Supongo que uno añoraba el sonido del golpeteo machacón y titubeante de sus pies sobre nuestra escalera.

Quiero dejar aquí un recuerdo para Antonio, mi abuelo, para Chucho, mi padre y para Luis, mi tío.

sábado, 3 de noviembre de 2007

El celoso

Tengo celos de la brisa
que le ondea sus oscuros cabellos
y le acaricia la frente,
de la luz que le ilumina los ojos
y del espejo que le devuelve su sonrisa.


Tengo celos de la orilla del río
por la que ella pasea,
de las hojas caídas de otoño
que sus pies hollan.


Tengo celos del tabaco que fuma,
del gato al que achucha,
del árbol al que sus brazos rodean,
de Baco cuando se desliza por el interior de su cuerpo
proporcionándole calor y contento,
del agua, su elemento, cuando la baña
abarcando toda su piel en un único abrazo.


Tengo celos de la gente que le rodea
cuando yo no estoy,
celos de mí mismo
cuando estoy con ella.


Celos de la misma muerte
que un día la acogerá en su frío regazo para siempre.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Laberinto

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

No quieres que tu sombra mancille su luz, no te lo perdonarías, sin embargo deseas la compañía de su cálido destello. Sabes que no soportas demasiada intensidad lumínica. No puedes. No te acostumbras. No podrías seguir viviendo a oscuras.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

Teseo sabe que necesita el hilo de Ariadna para abandonar el laberinto. Teseo es consciente de que deberá hacerlo solo, únicamente por su propio pie dejará atrás el recinto de muros mohosos. Sus paredes están cubiertas de espejos, Teseo no se reconoce en todos ellos, unos le devuelven imágenes de seres grotescos, patéticos; otros, de monstruos horribles por cuyo cuerpo resbala una sustancia negra y pringosa como la pez; por último, hay algunos en los que se insinúan de forma vaga y nebulosa gráciles figuras calmas que miran de frente, sin gesticular. Uno de los inconvenientes de Teseo es su amor por el polimorfismo, la vanidad de querer mirar en todos los espejos de todas las estancias de la abstrusa construcción, plagada de espinas y objetos punzantes.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

No debieras abandonar tu propensión a la claridad, el afán por entender y ser entendido. No debes explicarte, quejarte, te cansa ya tu inveterado lamento. No juegues con las palabras. No hagas pastiches, collages. No es lo tuyo. No digas tanto no.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.*

*Primeros dos versos del poema Laberinto de Henri Michaux.

lunes, 29 de octubre de 2007

J.C., el benigno constructor de sí mismo

Las personas que nos consideramos muy discretas sin serlo nos perdemos a veces en problemas complejos, digresiones torturantes, complicaciones inanes, esas que nos destruyen sin construir nada a cambio, desdeñando adentrarnos en los misterios simples y cotidianos, esas maravillas modestas que la vida nos puede ofrecer con sólo prestar cierta atención. Nosotros necesitamos a personas como J.C. que tienen la habilidad de ponernos en contacto con la parte de la realidad (visible e invisible) de cuya frecuentación carecemos. Podríamos decir, que a uno le gusta más dar golpes con la piqueta y a él ir apilando con cuidado ladrillo tras ladrillo pero, aun pudiendo parecer esto contradictorio, nuestro edificio es común.

Llevo disfrutando de su compañía desde que éramos casi niños. Nuestra amistad es flexible, como toda amistad auténtica, ya que este tipo de relaciones tienen la virtud de soportar las inevitables tensiones que el desgaste consuetudinario genera gracias a su elasticidad. Ha habido épocas de mayor distancia física y anímica, otras más cercanas; comprensiones profundas y desencuentros importantes pero eso que llevamos construyendo desde hace años entre los dos nunca ha estado en peligro, uno con la piqueta y J.C. con la espuerta de argamasa preparada para seguir(se) construyendo.

Dice Aristóteles que la verdadera amistad sólo puede conferirse a una persona. Siempre he creído en la verdad de este aserto ya que es a J.C. al único al que siempre he podido llamar amigo. Cree uno mucho en las afinidades electivas en lo que al contacto humano se refiere, eso fue lo que pasó cuando le conocí, reconocimiento inmediato de nuestra afinidad a pesar de ser muy distintos para ciertas cosas. Le he visto realizar varios prodigios: ha matado un demonio, que uno, torpe, no supo detectar; se ha enfrentado, casi en solitario, a la estupidez humana engalanada de burocracia; caminó, solo, de este a oeste para encontrarse a sí mismo durante varias semanas y quién sabe lo que podrá acometer en el futuro, cada vez tiene más fuerza. Ha alcanzado la inocencia del niño que no tiene miedo a preguntar, que busca satisfacer su curiosidad por haber comprendido la inutilidad de la prudencia en ciertos ámbitos. Por si todo esto fuese poco, gracias a él he conocido a la Maga del Sur, pues sabe detectar a los seres especiales por ser él mismo uno de ellos. Hay quien afirma que los triángulos son poder.

Estos últimos días han sido extraños para uno: reveladores, mágicos, dolientes, hermosos, con algunas experiencias que superan todo sentido y en las que J.C. ha sido uno de los dos protagonistas principales, el reparto lo completa una persona aficionada a los cítricos. Mi deuda con él, inmensa, se ha convertido desde estas jornadas en imperecedera. Me ha enviado un mensaje que sólo los mediadores, discípulos de Hermes el mensajero, son capaces de concebir, estos farautes realizan interpelaciones conscientes que zarandean al interpelado liberando en él cosas que llevaban demasiado tiempo aherrojadas en la mazmorra del yo, siempre el mísero y pequeño yo.

Lamento mi impericia para poder hablar de ti sin transgredir nada íntimo y hacerte justicia al mismo tiempo. Sólo quería que figurases como te mereces, en toda tu verdad y realidad, en esta estancia etérea que últimamente, sin poder uno evitarlo, se le ha ido poblando de ángeles, damas extrañas, caballeros de otras épocas y demás fauna. Gracias amigo J.C.



PS: J.C., se me olvidaba comentar la extraña visita que recibí un par de días atrás. Tú estabas enredado en tus guerras nocturnas, yo estaba descansando arropado por las alas del ángel del limón dulce, su aliento me brizaba, su calidez se había mezclado con mi frialdad y formábamos una unidad en ese momento; de pronto vi, atemorizado, que la hermosa dama de blanco venía a visitarme otra vez. Esta mujer siempre me impone respeto. Cuando se acercaba, al ver al ángel a mi lado, esbozó una sonrisa y se dirigió hacia mí. Su semblante cuando me miró ya no era torvo como solía, tampoco alegre, podría describirse como de serenidad expectante. Volvió a extender su brazo enseñándome el puño, esta vez era el izquierdo y los músculos se encontraban distendidos, cuando abrió la mano vi sobre su palma a una mariposa blanca, ligera, de una levedad áurea. Empezaba a batir sus alas.

jueves, 25 de octubre de 2007

miércoles, 24 de octubre de 2007

Recuerdos de un ángel

Esta es una de esas tardes desocupadas y ociosas que uno añora cuando no tiene oportunidad de disfrutarlas y que cuando están a su disposición no sabe muy bien en qué emplearlas, cómo rellenar su transcurso, con qué poblar estas horas de tedio y mesurada desolación. Es curiosa la forma en que la mente codifica y archiva nuestros recuerdos, nuestras vivencias. Acontecimientos nimios, o que así nos lo parecen, quedan fijados en la conciencia como si allí hubiesen sido grabados con un hierro candente, en cambio otros sucesos, más próximos en el tiempo o que en el momento de ocurrir nos parecieron importantes en nuestra vida, se van diluyendo sin dejar el menor rastro.

Uno de mis recuerdos más tempranos tendría unos cuatro años– se remonta a cuando empecé a asistir a unas clases particulares que impartía una vecina nuestra. Sé que suceso tan baladí quizás no mereciese ser reseñado ni tan siquiera en este humilde cuaderno virtual, pero lo significativo de esta reminiscencia para mí no es su pobre contenido sino la forma en que se me presenta, su visualización, la manera en que uno “ve”, se “ve” a sí mismo al rememorarlo. Para llegar desde mi casa hasta la de Doña Margarita, la dulce, paciente y sufrida maestra, había que recorrer un breve trayecto por una pista asfaltada que arribaba a la parte cimera de un estrecho y pedregoso camino al final de cuya pendiente se encontraba la “pasantía”, mi primera escuela. Pues bien, en este primigenio recuerdo me veo ese primer día a mí mismo desde fuera, me estoy observando como dicen que les sucede a las personas que tienen experiencias próximas a la muerte, es como si mi mente fuese el objetivo de una cámara que, situada al final del camino que conducía a esta casa donde recibí mis primeras enseñanzas, estuviese enfocándome a mí y a mi hermana (mi hierofante para la ocasión) en la parte alta del sendero, justo al borde de la carretera, ya dispuesta ella a dejarme sólo ante lo desconocido y uno, con sus pantaloncitos cortos de la época, su bolsa de plástico con asas donde llevaba sus precarios adminículos de discente bisoño y con su cara de…

Otro recuerdo, real y verdadero, más reciente aunque no podría datarlo con exactitud, que hoy se me ha insinuado tiene otro protagonista además del que junta estas letras. Estaba esperando en cierta oportunidad un autobús para dirigirme a la ciudad. La parada se encontraba bastante concurrida en ese momento, ubicada en un núcleo semiurbano, eran las primeras horas de la tarde que suelen ser las de mayor afluencia de usuarios de este tipo de transporte. Decía que aguardaba en la parada cuando un hombre de mediana edad que estaba paseando por la acera que cruza el lugar destinado a subirse y apearse del autobús se paró delante de mí. Su aspecto era desastrado sin llegar a evidenciar una indigencia extrema y al mismo tiempo había algo en su persona que le confería cierta distinción. Me pidió con cortesía si le podía decir la hora. Se la dije y acto seguido, el hombre se remangó el brazo izquierdo dejando descubierta la muñeca en la que había un reloj de apreciable calidad, comentó: “Veo que anda bien”. Me miró con una sonrisa franca en los labios, sin asomo alguno de burla ni mofa hacia mi persona, me tendió su mano que acepté, y después de darme las gracias, me felicitó la Navidad, ya que todo esto sucedió en esa época del año.

Algunas veces he meditado sobre este asunto trivial en apariencia y algo raro. He llegado a la conclusión de que este hombre era un ángel, un poco parecido a ese otro, Clarence, que sale en ¡Qué bello es vivir! y quería ganarse sus alas conmigo; pero después, reflexionando más a fondo, he considerado que, para ganarse sus volátiles apéndices, seguramente las celestes autoridades le exigirían alguna misión de más enjundia y provecho, dudo que en el Cielo estén libres de la ortodoxia utilitaria, tampoco oí el tintineo de ninguna campanilla cuando el se marchó. En realidad, debía de tratarse de un ángel desangelado, acaso desdeñado por los coros celestiales, esquivado por tronos y potestades, orillado por los serafines y los querubines, no admitido entre los arcángeles que reconoció a un espíritu afín y quiso reconfortarle con un apretón de manos para hacerle sentirse, y de esta forma sentirse él mismo, un poco más amparado en su desamparo.

Ay, estas tardes otoñales, tristonas, deslucidas, nos introducen en peregrinos vericuetos, nos enmarañan en su viscosa liga y… oigo unos aldabonazos en la puerta. Discúlpadme, vuelvo enseguida.

Ya estoy aquí de nuevo, perdón por la interrupción. Era una peculiar mujer la que preguntaba por uno. Vestía un traje talar blanco. Cuando le abrí la puerta se le dibujó un gesto de severidad en el rostro, por lo demás hermoso. Extendió su brazo derecho hacia mí. Tenía el puño bien cerrado y apretado, fue abriendo su mano pausadamente hasta que pude ver, sobre la nívea palma, un pajarito negro con el pico abierto, muerto por asfixia.

domingo, 21 de octubre de 2007

Las palabras compuestas

Me gustan las palabras compuestas. Suelen ser bastante expresivas, su significado se deduce con facilidad sin tener unos grandes conocimientos léxicos ni etimológicos, supongo que esto es debido al origen popular y coloquial de muchas de ellas.

No soy aficionado a los placeres de la mesa pero envidio en cierta forma a los tumbaollas, me gusta observar su cara de satisfacción cuando embaúlan esas ingentes cantidades de alimentos, en cambio, mi sensibilidad está más distante cuando se trata de tragaldabas, éstos suelen tragar de todo, no sólo comida. Sin ser un comecuras, mis efervescencias religiosas son bastante tibias por no decir nulas. Frecuento más la alígera compañía de los librepensadores, su contacto es más beneficioso que el de los que intentan imponernos sus dogmas a machamartillo, para estos hombres de negro, los correveidiles del Señor, soy un tragafees.

No se me da muy bien la inexcusable interacción con la fauna humana, ¿cómo soportar la conversación de un pisaverde?; ¿quién confiaría en un pinchaúvas?; ¿emprenderíamos algo con un saltabancos? Mi tendencia a la apatía me impide sufrir a los buscarruidos, no congeniaría con un calvatrueno y no soportaría los tejemanejes de un fementido. Sin embargo, desearía relacionarme con azotacalles y vagamundos, incluso convertirme en uno de ellos, llevar en un porsiacaso mis modestas posesiones y cazcalear a mi gusto por el mundo adelante aunque bien sé que no lo lograría, uno está más próximo a ser un ganapán. Desdeño a los sabelotodo que han adquirido su supuesta erudición a través de simples remediavagos y no han profundizado nunca en nada, se saben todas las cifras, estadísticas y datos del mundo pero debajo de esa apariencia no suele haber verdadero conocimiento.

Tengo unos sueños extraños cuando estoy en duermevela, más que sueños son como suaves delirios generados en los intersticios de la conciencia que no llegan a alcanzar plenamente el reino de lo onírico, una especie de trampantojos que me parecen ora reales ora imaginarios.

Por hoy ya está bien de este pasatiempo, creo percibir la impaciencia de los improbables lectores de este portafolio virtual, algunos ya estarán iracundos y cejijuntos acaso con la damajuana llena de agua hirviendo preparada para escaldarme o dispuestos a propinarme un binario puntapié convirtiéndome en un hazmerreír. A mí me gustaría, no obstante, que me regalasen un ramo de nomeolvides.

Otro día puede que sigamos con este trabalenguas.


viernes, 19 de octubre de 2007

El guardador de rebaños

Si pudiera morder la tierra entera
y sentir su sabor,
y si la tierra fuera algo para morder
sería feliz un instante…
Pero no siempre quiero ser feliz.
Hace falta ser infeliz de vez en cuando
para poder ser natural…
No todo es días de sol,
y la lluvia, cuando escasea, se pide.
Por eso tomo la infelicidad y la felicidad
con naturalidad, como quien no se extraña
de que haya montañas y llanuras
y de que haya rocas y hierba…

Lo que sí hace falta es ser natural y calmo
en la felicidad o en la infelicidad,
sentir como quien mira,
pensar como quien anda,
y cuando se va a morir, acordarse de que el día muere,
y que el poniente es hermoso y es hermosa la noche que queda…
Y que si así es, es porque es así.

Alberto Caeiro. Fernando Pessoa

miércoles, 17 de octubre de 2007

Se busca empleador

Según los sedicentes expertos en la economía patria y de parte del Universo, el 2006 ha sido el mejor año económico en la Historia de la nación (me refiero a España) desde que se instauró la democracia. Uno, al enterarse de este dato, en su ingenuidad e ignorancia piensa: esto es magnífico, ahora se aprovechará para mejorar las condiciones económicas y laborales de los trabajadores, se subsanarán algunas deficiencias, se compensará de alguna manera a las personas que menos se favorecen de esta supuesta bonanza y todos seremos muy felices en la piel de toro. Pero no. Se apresuran los prebostes del mercado a desengañarnos a los fantasiosos e ilusos que nos abandonamos a estas pueriles cavilaciones. Hay que seguir así, conteniendo los salarios para que no se dispare pudiendo herir a alguien la inflación, poniendo, de este modo, en peligro la creación de empleo abocándonos a una recesión económica, es decir, lo que estas luminarias de occidente llevan diciendo desde hace ya muchos años tanto en épocas boyantes como recesivas.

Lleva uno buscando infructuosamente trabajo desde hace un tiempo y se sorprende con ciertos requisitos, algunas cláusulas y condiciones de las ofertas de empleo: “se busca persona dinámica y con ganas de trabajar” pero, ¿no es suficiente con ir al trabajo y cumplir la jornada?, aún encima, ¿hay que tener ganas?; “se ofrece alta en la S.S.” muchas gracias, gran extra a tener muy en cuenta; “se valorarán conocimientos de informática, inglés, francés y electrónica” … para un puesto de mozo de almacén con salario de… mozo de almacén; “disponibilidad para trabajar a turnos y flexibilidad en los horarios” lo que en román paladino viene a significar que pones tu vida y tu tiempo a disposición de los muníficos empleadores. Ya me he cansado. Voy a cambiar de táctica, paso de demandante a oferente. Esta es mi oferta:

OFERTA:

  • Se busca empresario honrado dispuesto a remunerar apropiadamente, con sentido de la justicia retributiva, a sus trabajadores.

REQUISITOS:

  • No se precisa ni dinamismo ni laboriosidad, más bien se valorará la tranquilidad y la capacidad de relajación, si puede ser, llegando hasta la abulia. Sus trabajadores lo agradecerán. Si el candidato ha alcanzado ya la ataraxia, el puesto es suyo.

CONDICIONES:

  • Los horarios estarán pergeñados de forma que el trabajador no se olvide de que sigue siendo un ser humano cuya vida no se reduce a inmolarse en una tarea diaria para ganarse el pan.

  • No se requiere la organización de comidas de empresa confraternizadoras en las que la hipocresía y la estupidez suelen formar parte del convite. Esto supondría un pequeño ahorro.

  • Se remunerarán todas y cada una de las aptitudes solicitadas para el puesto sin dar por sentado que éstas son una dádiva gratuita y generosa por parte del trabajador.

EXPERIENCIA:

  • Mínimo de 5 años en la ejecución de estas prácticas contrastada por medio de referencias solventes.

INSCRIPCIONES EN LA OFERTA:

  • 15 (de momento)*

* No se desalienten los posibles interesados, estamos en fase de preselección, luego vendrá la selección, más tarde la confirmación del seleccionado, después la entrevista, a continuación una pequeña prueba de aptitud y, finalmente, un comité de sabios decidirá qué empresario es el idóneo para emplearme. Gracias de antemano.

martes, 16 de octubre de 2007

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Cuarta

Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón, dice Machado, a mí, más que helármelo me lo inflaman, exacerban sus pulsaciones, convulsionan mis tripas. Las dos me desesperan, me jeringan y… me entristecen por igual.


La vida es un proceso de autodestrucción vivido conscientemente por unos, ignorado para otros. Cuando uno conoce se destruye.


“… podrían convertirse en motores individuales de progreso social y económico”. Así ve la Ministra de Vivienda a los jóvenes que buscan emanciparse del nido paterno.


Joyce sobre el Ulises: “Puse tantos enigmas y rompecabezas que mi obra mantendrá ocupados a los profesores discutiendo por siglos lo que quise decir: es la única manera de asegurarse la propia inmortalidad”. La única no, ahí están: Homero, Platón, Cervantes, Baudelaire, Schopenhauer, Tolstoi, Nietzsche, Proust…


Puede que la Historia enseñe algo, pero la incapacidad de aprendizaje del hombre en este ámbito es tan palmaria que todo este conocimiento de siglos no vale de nada.


Pasar por la vida sin herir innecesariamente a los demás. Ésta es toda mi ética.

La colina

¿No me has visto nunca, Platero, echado en la colina, romántico y clásico a un tiempo?

…Pasan los toros, los perros, los cuervos, y no me muevo, ni siquiera miro. Llega la noche, y sólo me voy cuando la sombra me quita. No sé cuándo me vi allí por vez primera, y aún dudo si estuve nunca. Ya sabes qué colina digo: la colina roja aquélla que se levanta, como un torso de hombre y de mujer, sobre la viña vieja de Cobano.

En ella he leído cuanto he leído y he pensado todos mis pensamientos. En todos los museos vi ese cuadro mío, pintado por mí mismo: yo, de negro, echado en la arena, de espaldas a mí, digo a ti, o a quien mirara, con mi idea libre entre mis ojos y el poniente.

Me llaman, a ver si voy a comer o a dormir, desde la casa de la Piña. Creo que voy, pero no sé si me quedo aquí. Y yo estoy cierto, Platero, de que ahora no estoy aquí contigo, ni nunca en donde esté, ni en la tumba, ya muerto, sino en la colina roja, clásica a un tiempo y romántica, mirando, con un libro en la mano, ponerse el sol sobre el río…

Platero y yo. Juan Ramón Jiménez.

domingo, 14 de octubre de 2007

La mujer de la negra melena

Cuerpo magro y grácil,
idóneo para la alada tarea
de transportar los dones
hasta sus receptores,
de mediar entre las almas que se ignoran,
de paliar ese indeseado aislamiento.
Sus negros cabellos refulgen
con una luz diáfana,
ya que el destino ha querido
que su presencia,
dotada de un inusual resplandor,
intimide a los demonios que nos parasitan
tratando de extender la negrura,
disuadiéndolos de su pestífera ocupación.
Voz clara, firme,
brotada de una fuente hialina y pura.
Escuchándola se revela
la ausencia de turbiedad
en un espíritu que se conoce
y se posee a sí mismo.
Un leve gesto de contrariedad
se insinúa a veces en el bello rostro
es cansado dar siempre,
pero esa breve mácula
no logra arraigar
en un sitio que la alegría y el dolor
han esculpido de forma tan armoniosa.


El negro crascitar de los alicortos cuervos de oficina
no podrá ahogar la resonancia de sus conquistas.
¿Qué sabrán ellos del Reino donde ella,
con maestría y dulzura,
ejerce su autoridad?
Pues sus dominios son
los de la gracia y el sentimiento,
la comprensión y la dádiva.
Es ella la que me dicta estos
que pretenden ser versos,
yo únicamente soy su dócil amanuense.
Es por eso que sé
que la belleza les ha insuflado
su mágico vuelo.


“La vida es una maravilla”.
¡Si uno pudiese verla a través de sus ojos!

miércoles, 10 de octubre de 2007

La vieja sirena

En la mar hay un cangrejo incapaz de fabricarse un caparazón y camina en carne viva, desnudo, vulnerable, a la merced de un roce, de un arañazo en el coral… Se protege buscando una concha vacía que no es la suya y se refugia metiéndose dentro.

La vieja sirena. José Luis Sanpedro.