viernes, 2 de noviembre de 2007

Laberinto

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

No quieres que tu sombra mancille su luz, no te lo perdonarías, sin embargo deseas la compañía de su cálido destello. Sabes que no soportas demasiada intensidad lumínica. No puedes. No te acostumbras. No podrías seguir viviendo a oscuras.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

Teseo sabe que necesita el hilo de Ariadna para abandonar el laberinto. Teseo es consciente de que deberá hacerlo solo, únicamente por su propio pie dejará atrás el recinto de muros mohosos. Sus paredes están cubiertas de espejos, Teseo no se reconoce en todos ellos, unos le devuelven imágenes de seres grotescos, patéticos; otros, de monstruos horribles por cuyo cuerpo resbala una sustancia negra y pringosa como la pez; por último, hay algunos en los que se insinúan de forma vaga y nebulosa gráciles figuras calmas que miran de frente, sin gesticular. Uno de los inconvenientes de Teseo es su amor por el polimorfismo, la vanidad de querer mirar en todos los espejos de todas las estancias de la abstrusa construcción, plagada de espinas y objetos punzantes.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

No debieras abandonar tu propensión a la claridad, el afán por entender y ser entendido. No debes explicarte, quejarte, te cansa ya tu inveterado lamento. No juegues con las palabras. No hagas pastiches, collages. No es lo tuyo. No digas tanto no.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.*

*Primeros dos versos del poema Laberinto de Henri Michaux.

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