Las personas que nos consideramos muy discretas sin serlo nos perdemos a veces en problemas complejos, digresiones torturantes, complicaciones inanes, esas que nos destruyen sin construir nada a cambio, desdeñando adentrarnos en los misterios simples y cotidianos, esas maravillas modestas que la vida nos puede ofrecer con sólo prestar cierta atención. Nosotros necesitamos a personas como J.C. que tienen la habilidad de ponernos en contacto con la parte de la realidad (visible e invisible) de cuya frecuentación carecemos. Podríamos decir, que a uno le gusta más dar golpes con la piqueta y a él ir apilando con cuidado ladrillo tras ladrillo pero, aun pudiendo parecer esto contradictorio, nuestro edificio es común.
Llevo disfrutando de su compañía desde que éramos casi niños. Nuestra amistad es flexible, como toda amistad auténtica, ya que este tipo de relaciones tienen la virtud de soportar las inevitables tensiones que el desgaste consuetudinario genera gracias a su elasticidad. Ha habido épocas de mayor distancia física y anímica, otras más cercanas; comprensiones profundas y desencuentros importantes pero eso que llevamos construyendo desde hace años entre los dos nunca ha estado en peligro, uno con la piqueta y J.C. con la espuerta de argamasa preparada para seguir(se) construyendo.
Dice Aristóteles que la verdadera amistad sólo puede conferirse a una persona. Siempre he creído en la verdad de este aserto ya que es a J.C. al único al que siempre he podido llamar amigo. Cree uno mucho en las afinidades electivas en lo que al contacto humano se refiere, eso fue lo que pasó cuando le conocí, reconocimiento inmediato de nuestra afinidad a pesar de ser muy distintos para ciertas cosas. Le he visto realizar varios prodigios: ha matado un demonio, que uno, torpe, no supo detectar; se ha enfrentado, casi en solitario, a la estupidez humana engalanada de burocracia; caminó, solo, de este a oeste para encontrarse a sí mismo durante varias semanas y quién sabe lo que podrá acometer en el futuro, cada vez tiene más fuerza. Ha alcanzado la inocencia del niño que no tiene miedo a preguntar, que busca satisfacer su curiosidad por haber comprendido la inutilidad de la prudencia en ciertos ámbitos. Por si todo esto fuese poco, gracias a él he conocido a la Maga del Sur, pues sabe detectar a los seres especiales por ser él mismo uno de ellos. Hay quien afirma que los triángulos son poder.
Estos últimos días han sido extraños para uno: reveladores, mágicos, dolientes, hermosos, con algunas experiencias que superan todo sentido y en las que J.C. ha sido uno de los dos protagonistas principales, el reparto lo completa una persona aficionada a los cítricos. Mi deuda con él, inmensa, se ha convertido desde estas jornadas en imperecedera. Me ha enviado un mensaje que sólo los mediadores, discípulos de Hermes el mensajero, son capaces de concebir, estos farautes realizan interpelaciones conscientes que zarandean al interpelado liberando en él cosas que llevaban demasiado tiempo aherrojadas en la mazmorra del yo, siempre el mísero y pequeño yo.
Lamento mi impericia para poder hablar de ti sin transgredir nada íntimo y hacerte justicia al mismo tiempo. Sólo quería que figurases como te mereces, en toda tu verdad y realidad, en esta estancia etérea que últimamente, sin poder uno evitarlo, se le ha ido poblando de ángeles, damas extrañas, caballeros de otras épocas y demás fauna. Gracias amigo J.C.
PS: J.C., se me olvidaba comentar la extraña visita que recibí un par de días atrás. Tú estabas enredado en tus guerras nocturnas, yo estaba descansando arropado por las alas del ángel del limón dulce, su aliento me brizaba, su calidez se había mezclado con mi frialdad y formábamos una unidad en ese momento; de pronto vi, atemorizado, que la hermosa dama de blanco venía a visitarme otra vez. Esta mujer siempre me impone respeto. Cuando se acercaba, al ver al ángel a mi lado, esbozó una sonrisa y se dirigió hacia mí. Su semblante cuando me miró ya no era torvo como solía, tampoco alegre, podría describirse como de serenidad expectante. Volvió a extender su brazo enseñándome el puño, esta vez era el izquierdo y los músculos se encontraban distendidos, cuando abrió la mano vi sobre su palma a una mariposa blanca, ligera, de una levedad áurea. Empezaba a batir sus alas.
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