miércoles, 20 de febrero de 2008

Clown (Fragmento)

Dedicado a J.C.

Clown

Un día.

Un día, quizá muy pronto.

Un día arrancaré el ancla que tiene sujeto a mi navío lejos de los mares.

Con esa rabia que hace falta para ser nadie y menos que nadie, abandonaré lo que parecía que me era indisolublemente próximo.

Lo cercenaré, lo derribaré, lo quebraré, lo echaré a rodar.

De golpe vomitaré mi pudor miserable, mis miserables tejemanejes y argucias de “hilo en la aguja”.

Vacío el absceso de ser alguien, beberé de nuevo el espacio dador de vida.

A fuerza de actos ridículos, degradantes (¿qué es la degradación?), por estallido, por vacío, por una total disipación-irrisión-purgación, expulsaré de mí la forma que se creía tan unida, acordada, coordinada, a tono con lo que me rodea y con mis semejantes ―tan dignos, dignísimos, mis semejantes.

Reducido a una humildad de catástrofe, a una nivelación perfecta como después de un pánico intenso.

Abajo, más abajo, devuelto a mi rango real, al rango ínfimo que yo no sé qué idea-ambición me había hecho descartar.

Nulo por la altura, nulo por la estimación.

Perdido en un rincón lejano (o ni eso siquiera), sin nombre, sin identidad.

[…]

Henri Michaux.

martes, 19 de febrero de 2008

Los viajes y las lecturas

Por las nuevas que me das y las que escucho de otros, concibo buena esperanza de ti: no vas de acá para allá ni te inquietas por cambiar de lugar, agitación ésta propia de alma enfermiza: considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí.

Mas evita este escollo: que la lectura de muchos autores y de toda clase de obras denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad. Es conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes escritores, si queremos obtener algún fruto que permanezca firmemente en el alma. No está en ningún lugar quien está en todas partes. A los que pasan la vida en viajes les acontece esto: que tienen múltiples alojamientos y ningunas amistades. Es necesario que acaezca otro tanto a aquellos que no se aplican al trato familiar de ingenio alguno, sino que los manejan todos al vuelo y con precipitación.

El cuerpo no aprovecha ni asimila el alimento que expulsa tan pronto como lo ingiere; nada impide tanto la curación como el cambio frecuente de remedios; no llega a cicatrizar la herida en la que se ensayan las medicinas; no arraiga la planta que a menudo es trasladada de sitio; nada hay tan útil que pueda aprovechar con el cambio. Disipa la multitud de libros; por ello, si no puedes leer cuantos tuvieres a mano, basta con tener cuantos puedas leer.

“Pero”, argüiras, “es que ahora quiero ojear este libro, luego aquel otro”. Es propio de estómago hastiado degustar muchos manjares, que cuando son variados y diversos indigestan y no alimentan. Así, pues, lee siempre autores reconocidos y, si en alguna ocasión te agradare recurrir a otros, vuelve luego a los primeros. Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, alguno frente a la muerte, no menos que frente a las calamidades, y cuando hubieres examinado muchos escoge uno para meditarlo aquel día.

Esto es lo que yo mismo hago también; de los muchos pasajes que he leído me apropio alguno. El de hoy es éste que he descubierto en Epicuro (pues acostumbro a pasar al campamento enemigo no como tránsfuga, sino como explorador): “cosa honesta ―dice― es la pobreza llevada con alegría”.

Mas no es pobreza aquella que es alegre; no es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más. Pues, ¿qué importa cuánto caudal encierre su arca, cuánto en sus graneros, cuánto ganado apaciente o cuántos préstamos haga, si codicia lo ajeno, si calcula no lo adquirido, sino lo que le queda por adquirir? ¿Preguntas cuál es el límite conveniente a las riquezas? Primero tener lo necesario, luego los suficiente.

Epístolas morales a Lucilio. Séneca

miércoles, 13 de febrero de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Octava

Siempre me he podido reír de cosas que los demás consideraban serias y me han parecido serias muchas cosas que los otros juzgaban risibles.


Hastío: conciencia de saber que al mismo día le seguirá otro igual, que el próximo rostro esbozará idéntica mueca al anterior, que tanto la dicha como el pesar serán engullidos por el mismo sumidero.


Una de las mayores tonterías es no haber cometido ninguna tontería por miedo a cometer alguna tontería.


Vitalidad no tiene por qué ser sinónimo de cinética.


La felicidad no consiste en “momentos” dichosos. La felicidad es la calma, el sosiego que procura la cercanía de otra persona cuya existencia es indisociable de la tuya y cuya ausencia torna la vida en inconcebible y absurda, en este estado, tanto el dolor como la alegría, la duda tanto como la certeza, el abatimiento lo mismo que la exaltación forman parte de la felicidad, de tu felicidad, que siempre tiene carácter individual y total, nunca colectivo ni parcelario.


Hoy ha amanecido un día soleado, limpio, despejado y me he arrepentido de mi inveterada tristeza.

viernes, 1 de febrero de 2008

Testamento

Hace unas semanas murió un vecino mío. Era una persona extraña, esquiva. Poco dado al contacto social, desarrolló cierta querencia por mi compañía al saberme aficionado a la lectura y a los libros. Entablamos una relación no demasiado asidua pero constante, no excesivamente íntima pero cordial. Nuestras conversaciones solían iniciarse a propósito de tal libro o tal escritor para irse adentrando en los más insospechados vericuetos del conocimiento y el saber, ámbitos que él dominaba con cierta amplitud. Gustaba el hombre, ya anciano, de llevar unas libretas de espiral de alambre donde recogía sus pensamientos, escribía relatos y poesías o glosaba noticias de actualidad, todo sin un orden preciso ni una intencionalidad clara. El conjunto de estos cuadernos es irregular con textos bastante logrados, en mi opinión, al lado de otros de menor interés. Transcribo a continuación la última poesía que escribió como póstumo homenaje a este hombre singular que, como buen misántropo, tenía un no sé qué de entrañable.

Testamento

Ahora que
con absoluta certeza
este deambular mío
por la feria de los tiempos
está próximo a su término
y que la hospitalaria Nada
pronto me incluirá
entre sus callados huéspedes,
esbozo estas escuetas palabras
como precario testimonio
de una existencia
voluntariamente orillada.


Nada en la vida perseguí
con excesivo ímpetu.
Abjuré temprano
del mercantilismo propio de mi época
despreciando sus preceptos utilitarios
y eludiendo sus inicuas disposiciones.
Me negué a participar
en las baldías diversiones de la turba
y fui incapaz de sufrir su trato.
Nunca me lo perdonaron.
A pesar de todo
la amé y ella me amó
con eso he tenido suficiente.


Que nadie pregone mi caída,
ahorraos las esquelas,
permanezcan silentes las campanas.
Si oculto decidí vivir
de muerto mostrarme no deseo.
Ni flores ni cruces
ni lápidas ni responsos
ni amables palabras
ni sucintos elogios
ni ceremonias plúmbeas
ni tediosos velorios,
quiero conservar en mi muerte
el silencio que acompañó mi vida.


Nadie llorará sobre mi tumba
ya que no habrá tumba.
Sería mi anhelo volatilizarme,
desaparecer por completo,
esfumarme sin dejar el menor rastro.
Por único vestigio de mi persona:
una lágrima,
o acaso una sonrisa,
del futuro e incierto lector
de estas postreras palabras mías.