viernes, 1 de febrero de 2008

Testamento

Hace unas semanas murió un vecino mío. Era una persona extraña, esquiva. Poco dado al contacto social, desarrolló cierta querencia por mi compañía al saberme aficionado a la lectura y a los libros. Entablamos una relación no demasiado asidua pero constante, no excesivamente íntima pero cordial. Nuestras conversaciones solían iniciarse a propósito de tal libro o tal escritor para irse adentrando en los más insospechados vericuetos del conocimiento y el saber, ámbitos que él dominaba con cierta amplitud. Gustaba el hombre, ya anciano, de llevar unas libretas de espiral de alambre donde recogía sus pensamientos, escribía relatos y poesías o glosaba noticias de actualidad, todo sin un orden preciso ni una intencionalidad clara. El conjunto de estos cuadernos es irregular con textos bastante logrados, en mi opinión, al lado de otros de menor interés. Transcribo a continuación la última poesía que escribió como póstumo homenaje a este hombre singular que, como buen misántropo, tenía un no sé qué de entrañable.

Testamento

Ahora que
con absoluta certeza
este deambular mío
por la feria de los tiempos
está próximo a su término
y que la hospitalaria Nada
pronto me incluirá
entre sus callados huéspedes,
esbozo estas escuetas palabras
como precario testimonio
de una existencia
voluntariamente orillada.


Nada en la vida perseguí
con excesivo ímpetu.
Abjuré temprano
del mercantilismo propio de mi época
despreciando sus preceptos utilitarios
y eludiendo sus inicuas disposiciones.
Me negué a participar
en las baldías diversiones de la turba
y fui incapaz de sufrir su trato.
Nunca me lo perdonaron.
A pesar de todo
la amé y ella me amó
con eso he tenido suficiente.


Que nadie pregone mi caída,
ahorraos las esquelas,
permanezcan silentes las campanas.
Si oculto decidí vivir
de muerto mostrarme no deseo.
Ni flores ni cruces
ni lápidas ni responsos
ni amables palabras
ni sucintos elogios
ni ceremonias plúmbeas
ni tediosos velorios,
quiero conservar en mi muerte
el silencio que acompañó mi vida.


Nadie llorará sobre mi tumba
ya que no habrá tumba.
Sería mi anhelo volatilizarme,
desaparecer por completo,
esfumarme sin dejar el menor rastro.
Por único vestigio de mi persona:
una lágrima,
o acaso una sonrisa,
del futuro e incierto lector
de estas postreras palabras mías.

No hay comentarios: