martes, 19 de febrero de 2008

Los viajes y las lecturas

Por las nuevas que me das y las que escucho de otros, concibo buena esperanza de ti: no vas de acá para allá ni te inquietas por cambiar de lugar, agitación ésta propia de alma enfermiza: considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí.

Mas evita este escollo: que la lectura de muchos autores y de toda clase de obras denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad. Es conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes escritores, si queremos obtener algún fruto que permanezca firmemente en el alma. No está en ningún lugar quien está en todas partes. A los que pasan la vida en viajes les acontece esto: que tienen múltiples alojamientos y ningunas amistades. Es necesario que acaezca otro tanto a aquellos que no se aplican al trato familiar de ingenio alguno, sino que los manejan todos al vuelo y con precipitación.

El cuerpo no aprovecha ni asimila el alimento que expulsa tan pronto como lo ingiere; nada impide tanto la curación como el cambio frecuente de remedios; no llega a cicatrizar la herida en la que se ensayan las medicinas; no arraiga la planta que a menudo es trasladada de sitio; nada hay tan útil que pueda aprovechar con el cambio. Disipa la multitud de libros; por ello, si no puedes leer cuantos tuvieres a mano, basta con tener cuantos puedas leer.

“Pero”, argüiras, “es que ahora quiero ojear este libro, luego aquel otro”. Es propio de estómago hastiado degustar muchos manjares, que cuando son variados y diversos indigestan y no alimentan. Así, pues, lee siempre autores reconocidos y, si en alguna ocasión te agradare recurrir a otros, vuelve luego a los primeros. Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, alguno frente a la muerte, no menos que frente a las calamidades, y cuando hubieres examinado muchos escoge uno para meditarlo aquel día.

Esto es lo que yo mismo hago también; de los muchos pasajes que he leído me apropio alguno. El de hoy es éste que he descubierto en Epicuro (pues acostumbro a pasar al campamento enemigo no como tránsfuga, sino como explorador): “cosa honesta ―dice― es la pobreza llevada con alegría”.

Mas no es pobreza aquella que es alegre; no es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más. Pues, ¿qué importa cuánto caudal encierre su arca, cuánto en sus graneros, cuánto ganado apaciente o cuántos préstamos haga, si codicia lo ajeno, si calcula no lo adquirido, sino lo que le queda por adquirir? ¿Preguntas cuál es el límite conveniente a las riquezas? Primero tener lo necesario, luego los suficiente.

Epístolas morales a Lucilio. Séneca

1 comentario:

Anónimo dijo...

Magnífico fragmento de Séneca, con quien estoy de acuerdo en parte... en mi caso personal, necesito la frecuentación de autores muy variados, de diversas lenguas y épocas. Sin embargo, siempre regreso a los mismos, a los que nunca me han defraudado y en quienes remanso desasosiegos: ahí está Pessoa, Borges, Hermann Broch, Emily Dickinson, Spengler, Virgilio...

Creo que es la diferencia entre la amistad y la amistad del alma. La primera se predica ecuménicamente, para solaz y esparcimiento; la segunda es el refugio al que siempre se regresa.