domingo, 26 de octubre de 2008

Gente de humo


Hay gente que se dedica al humo.
Lo dispensan bien facturado,
en impolutas envolturas
y uno llega a creer
en la consistencia de la mercancía.
Se les pregunta por su ocupación
y amablemente responden,
su fundamentación es inapelable,
ningún resquicio
en el armazón de su vacío.
Al fin, “¿qué otra cosa hacer
sino dedicarse al humo?”
Y de tanto trajinar con humo
en humo se han convertido.
Una densa nube gris delata su presencia
pero inútil es buscar el fuego.
Leños consumidos,
no proporcionan luz ni calor.
Una asfixiante tiniebla
es el único sello de su cercanía.

viernes, 3 de octubre de 2008

La muerte de Virgilio


y es que solamente en el error, sólo por el error,
al que se halla inexorablemente abocado,
se convierte el hombre en el buscador
que es,
hombre que busca;
y es que el hombre necesita del conocimiento de la caducidad,
tiene que asumir su espanto, el espanto de todo error
y, conociéndolo, beberlo hasta las heces;
tiene que reflexionar el espanto
no para torturarse, pero sí
porque sólo en esa reflexión
puede superarse el terror,
porque sólo después es posible
llegar al ser
a través de la córnea puerta del terror;
por eso el hombre se halla abocado al espacio de toda inseguridad,
como si ya ninguna nave le llevara,
aunque flote en oscilante barca;
por eso se halla abocado a los espacios y más espacios de su introspección,
a los espacios de su yo introspectivo,
destino del alma humana;
mas aquél detrás del cual
se han cerrado los pesados batientes del terror,
ha alcanzado el atrio de la realidad, y
lo que fluye desconocido, sobre lo cual se desliza fluctuando,
el no conocimiento, se vuelve para él cimiento del saber,
porque es el crecimiento fluyente de su alma,
lo inacabablemente inacabado de sí mismo,
que sin embargo se desarrolla como unidad,
apenas el yo se cerciora de sí mismo,
percibida imperecederamente grabado su crecimiento,
la fluida unidad del todo, vista por él
en una simultaneidad cuyo ahora
hace uno solo de todos los espacios a que se halla abocado,
uno y único espacio originario,
e igual a éste
que guarda en su seno al yo, para ser mantenido sin embargo por el yo,
es abarcado por el alma y sin embargo rodea al alma,
descansando en el tiempo y determinando las edades,
sometido a la ley del conocimiento y creando el conocimiento,
también flotando en su fluido crecimiento,
también flotando en el fluido crecimiento de su génesis único
origen de la realidad,
tan grande en su trascendencia la mutua irradiación de lo interior y lo exterior,
que el fluctuar y el ser detenido, la liberación y el encarcelamiento
confluyen en una indistinguible transparencia común,
oh, tan imperecederamente necesario,
oh, tan transparente sobre todas las masas,
que en la cerrada esfera superior,
que sólo alcanza la mirada, sólo alcanza el tiempo,
en ambos conocido,
reflejado en ambos, reflejado en el abierto
rostro humano dirigido al cielo por suave y férrea mano,
envuelto en destino,
envuelto en estrellas,
resplandece el don prometido de la no caducidad
liberado del azar el tiempo donado para siempre,
abierto al conocimiento del consuelo de lo terreno…


La muerte de Virgilio. Hermann Broch

lunes, 29 de septiembre de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Undécima


Esos detalles nimios, tan insignificantes en apariencia, pero que tanto importan.


Por muy bella que sea la tierra donde nacimos, no debiéramos encomiarla en exceso. Cuando alguien se pone a ejercitar el elogio del terruño, incluso tratándose de personas sensibles e inteligentes, suele producir una impresión de provincianismo infantil, de irracional abandono a una sentimentalidad inmadura que, tomada demasiado en serio y convertida en el principal —y con frecuencia único— referente ideológico del individuo, ya sabemos a donde conduce.


No involucrarme en ninguna actividad, proyecto o asociación ni defender ni acatar ninguna ideología, creencia o pensamiento que conculque mi independencia.


Raramente me propongo ya descifrar textos escritos con vocación críptica o hermética. No entiendo el que alguien llene páginas y más páginas repletas de frases y periodos oscuros, sin sentido, o con un sentido solamente accesible para su autor o para un grupo de ufanos y doctos iniciados que suelen conformar el conciliábulo de exegetas, muñidores y guardianes de la recta doctrina verdadera. Únicamente lo que, en teoría, pudiera ser accesible para todos, universal, tiene valor y puede trascender su origen. Antes pecar de obvio que de ininteligible.


La fuente de los sueños mora en todos nosotros, pero sólo unos cuantos —muy pocos— conocen el sendero que conduce hasta ella. Esos pocos también saben que de la misma fuente brotan las pesadillas y los demonios.


No pretendo originalidad en nada sino autenticidad en todo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Zoltan


Tenía sus dibujos dispuestos sobre la repisa de la ventana de una sucursal bancaria. Me llamaron la atención y me aproximé a observarlos un poco más de cerca. Eran dibujos de edificios antiguos: plazas, construcciones religiosas y otros rincones curiosos de esta ciudad. Se acercó a nosotros para informarnos de los emplazamientos exactos de las edificaciones así como para contarnos algo de su historia.

Su aspecto era un tanto desastrado. Barba poblada, larga y blanca, gorra de patrón de barco, profusamente abrigado a pesar de la agradable temperatura ambiente, límpidos ojos azules en una cara de tez excesivamente rubicunda, acaso por la frecuentación de bebidas espirituosas, como delataba su aliento. Manos de uñas largas, sucias y descuidadas que culminaban unos dedos nicotínicamente amarillentos. Hablaba un perfecto castellano con un poco de acento lo que, unido a su aspecto nórdico, denotaba un origen lejano del Ruedo Celtibérico.

Después de guiarnos, con la falsilla de sus dibujos, a través de las peculiaridades arquitectónicas de esta pequeña ciudad cuyo casco antiguo posee cierta belleza, empezamos a intimar un poco. Supongo que atisbó la curiosidad generada por su persona en nuestra cara y, quizás, nos consideró aptos para cierto tipo de confidencias y expansiones. También puede ser que haga lo mismo con todo aquel que se detiene, curioso, a contemplar sus dibujos.

Zoltan habla cuatro idiomas. Nos relató que su madre, de pequeño, le había enseñado francés. “El segundo idioma es el difícil de aprender, los siguientes son fáciles”. Es por esta capacidad idiomática suya por lo que considera a San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, como su patrón, y nos estuvo explicando ciertas peculiaridades de su iconografía, como la de que suele representársele con gafas y un cachorro de león. Vivió en Italia, donde estuvo casado, aunque ni él quiso ahondar en el tema ni nosotros tratamos de inquirir más sobre el asunto.

Surgieron temas muy diversos. Es aficionado a la numerología y al tarot. “Yo creo que la curiosidad es muy importante en el hombre”. Se lamentaba de que la gente ni conocía ni se interesaba por conocer la historia y acontecimientos pasados de los lugares en los que viven. A unos metros de donde nos encontrábamos hay una peculiar catedral de la que nos explicó sus orígenes, su historia y su conformación. En la parte delantera de la catedral, culminando el muro que rodea la escalinata de acceso, hay una estatua que representa a un niño abriendo las fauces de un león. Para ilustrarnos sobre el significado de esta estatua, Zoltan extrajo de su bolsillo un tarot de 120 años de antigüedad y nos mostró la carta denominada “La fuerza”. En dicha carta aparece una mujer abriendo las fauces de un león, “también se suele emplear la figura de un niño para esta carta” y su significado es: “que cualquiera, incluso una persona débil, o aparentemente débil, puede vencer las resistencias y dificultades si posee el tesón y la fuerza de voluntad necesarias”. A esta estatua le agregaron con posterioridad una cruz en su parte trasera para cristianizar la figura. Zoltan está intentando diseñar un tarot con las figuras de piedra dispersas por la ciudad.

Las escasas —y sufridas— personas que siguen las precarias andanzas de este inconstante bloguero, saben de mis ínfimas dotes sociales y de la atonía general de mis experiencias. Imaginaos lo que debió de sentir alguien como yo, antes que nada amante de la literatura y los libros, cuando, en plena calle, ante mí, un húngaro se puso a recitar los primeros versos del Cantar de Mío Cid en su versión original. Añadidle a esto que este hombre, de luenga barba blanca, gorra de marinero viejo y sabio, no se limitó a repetir unos versos aprendidos de memoria sino que nos brindó una interpretación en toda regla, al estilo lizanesco, exorbitando los ojos y haciendo jeribeques mientras recitaba:

De los sos ojos      tan fuertemente llorando,
tornava la cabeça       i estávalos catando.
Vío puertas abiertas       e uços sin cañados,
alcándaras vázias       sin pielles e sin mantos
e sin falcones       e sin adtores mudados.
Sospiró mio Çid,       ca mucho avie grandes cuidados.
Fabló mio Çid       bien e tan mesurado:
“grado a ti, señor padre,       que estás en alto!
Esto me an buelto       mios enemigos malos.”



Luego nos refirió que él había sido el primero en traducir el Cantar de Mío Cid desde su versión original al húngaro, para lo cual había tenido que estudiarse prácticamente todos los versos uno a uno. “Enemigos malos, no quiere decir malos enemigos, ya que todos los enemigos son malos sino que, a diferencia de los enemigos buenos que arremeten de frente, cara a cara, los enemigos malos son los que atacan por la espalda, a traición, los que dan la puñalada trapera.”

Le compramos esta representación de San Jerónimo, su patrón, que, aunque seguramente no ingresará en los anales de la Historia del Arte, la conservaremos siempre con un especial cariño.








Feliz cumpleaños J.C.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Thomas Bernhard


De mi abuelo tengo la costumbre de toda la vida de levantarme temprano y casi siempre antes de las cinco. El ritual se repite, en contra de las fuerzas incesantes de la pereza, y con conciencia ininterrumpida de que todo hacer es un hacer sin sentido, me enfrento con las estaciones del año mediante la misma disciplina cotidiana. Mi aislamiento es, durante largos períodos, un aislamiento total tanto del cuerpo como del espíritu, al someterme total e incorruptiblemente a mis necesidades, me las arreglo conmigo mismo. Épocas de repetición absoluta se alternan con lo contrario, sometido a todas las oscilaciones imaginables de mi naturaleza y del universo, sea el que fuere, sólo encuentro mi camino mediante una jornada estrictamente reglamentada. Sólo porque me opongo a mí mismo y, realmente, estoy siempre en contra de mí, soy capaz de ser. Cuando escribo, no leo, cuando leo, no escribo, y durante largos períodos no leo, no escribo, me resulta igualmente repulsivo. Durante largo tiempo, tanto escribir como leer me resulta odioso, y me veo entregado a la inactividad, lo que quiere decir, al examen profundo y penetrante de mi catástrofe sumamente personal, por una parte como curiosidad, por otra, como confirmación de todo lo que hoy soy y en lo que me he convertido con el tiempo, en esas circunstancias mías, tan cotidianas como antinaturales, artificiales, incluso perversas. Las perfidias que me hacen tropezar y desesperar, que me vuelven todos los días medio loco, se vuelven ineficaces contra mí cuando me las explico totalmente, lo mismo que nada me afecta ni me mata ya lentamente cuando me lo explico. Explicarme la existencia, no sólo penetrarla sino aclarármela cada día en el mayor grado posible, es la única posibilidad de hacerle frente. Antes no tenía esa posibilidad, para intervenir en el juego mortal y cotidiano de la existencia no tenía ni la inteligencia ni las fuerzas, hoy, el mecanismo se pone en marcha solo. Es un ordenar cotidiano, en mi mente se pone orden, las cosas se ponen cada día en su sitio. Lo que es inutilizable se tira y, sencillamente, es
expulsado de mi mente. La falta de miramientos es también un signo de vejez. Para superar las modas, el aislamiento y la imperturbabilidad del espíritu son la única salvación. Cuántas modas intelectuales han desfilado ya ante mí. Los viles aprovechadores de restos no descansan. Pero los que dominan el mercado con sus productos de saldo son fácilmente reconocibles, con el tiempo, se meten, totalmente por sí solos, en su propia porquería. El superviviente tiene que buscarse un lado, un rincón apropiado para sus conquistas. El aire está enrarecido, pero estoy acostumbrado a él. El una-cosa-u-otra se encuentra ya desde hace bastante tiempo en equilibrio. ¿Qué hay que estimar más, la frase o lo elemental? Es algo sin sentido. Yo lo he escuchado todo pero no he seguido nada. Todavía hoy experimento, el no saber cómo acabará fascina al solitario que ahora soy de nuevo. Desde hace ya tiempo no me pregunto el sentido de las palabras que sólo lo hacen todo siempre incomprensible. La vida en sí, la existencia en sí, todo es un lugar común. Cuando, como hago ahora, recordamos el pasado, todo se arregla poco a poco por sí mismo. Durante toda la vida estamos con personas que no saben de nosotros lo más mínimo, pero pretenden continuamente saberlo todo de nosotros, nuestros parientes y amigos más próximos no saben nada, porque nosotros mismos sabemos poco de ello. Nos pasamos toda la vida explorándonos y llegamos una y otra vez hasta los límites de nuestros medios intelectuales, y renunciamos. Nuestros esfuerzos acaban en una inconsciencia total y en una deprimición fatal, una y otra vez mortal. Lo que nosotros mismos jamás nos atrevemos a afirmar, porque nosotros mismos somos incompetentes, se atreven otros a reprochárnoslo, y no ven, con intención o sin intención, todo lo que, interior y exteriormente, hay en nosotros. Somos continuamente seres arrojados por los otros, que a cada nuevo día tienen que volver a encontrarse, recomponerse, reconstituirse. Nos juzgamos a nosotros mismos, con el paso de los años, de forma cada vez más severa, y tenemos que dejarnos juzgar de forma doblemente severa en dirección opuesta. La incompetencia impera en todas las relaciones y, con el tiempo, produce de forma totalmente natural la indiferencia. Después de una susceptibilidad y vulnerabilidad de tantos años nos hemos vuelto ya casi no susceptibles ni vulnerables, nos damos cuenta de las heridas, pero hoy no somos ya tan hipersensibles como antes. Damos golpes más fuertes y encajamos golpes más fuertes. La vida habla un lenguaje más lacónico, más aniquilador, que nosotros mismos hablamos hoy, no somos ya tan sentimentales que todavía tengamos esperanzas. La falta de esperanzas nos ha dado una visión clara de los hombres, las cosas, las relaciones, el pasado, el futuro y así sucesivamente. Hemos llegado a la edad en que nosotros mismos somos la prueba de todo lo que nos ha golpeado durante las épocas de nuestra vida.

A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo.


El sótano. Thomas Bernhard.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Josep Pla


Algunas palabras de este socarrón ilustrado.

A los veintiún años, recién terminada la carrera en la Universidad, yo era un hijo de una familia prácticamente arruinada, pobre de solemnidad, de una incultura fabulosa —pese a haber terminado la carrera—, de una ligereza de espíritu y una perentoriedad de juicio absolutamente proporcionadas a la propia ignorancia. Indotado para la ambición, incapaz de comprender el lado lucrativo y práctico de las cosas, ajeno a todo espíritu de continuidad, inepto para llevar los accesorios de la vida social; tímido, devorado por el sentido del ridículo, incapaz de realizar el menor cálculo humano y momentáneamente dominado, por consiguiente, por una audacia inexplicable; casi irresponsable; exacto a veces hasta la obsesión, literalmente inexacto otras veces, con una memoria forzada a menudo hasta el dolor y con etapas de amnesia rozando la pura absurdidad; de concepción y ejecución muy lentas, desesperantes incluso; sin orden ni concierto; sintiendo la fascinación del inconsciente; alternando el trabajo a rachas con largos períodos de absoluta pereza; de una insondable inapetencia por las cosas reales y positivas, y lleno de curiosidad por las inanidades; incapaz de ser feliz por carecer del sentimiento de idolatría y de fiel adhesión; devorado por la ironía y el sentido del ridículo, pero sin el suficiente amor propio como para llegar a tener una presencia personal; por lo general educado, pero de vez en cuando con un cinismo glacial; de muy difícil obediencia y de escasa paciencia; sin vicios ni virtudes dominantes, excepto el vicio y la virtud de vivir; inaprensible, individualista sentimental, sin tiempo para nada, sobre todo en los momentos de pereza; con una sensación permanente de poseer la más vasta y acreditada ignorancia; más bien descuidado e incapaz de dar la menor importancia al aspecto exterior; más inclinado a la bebida y al tabaco que a la comida; dominado por el juego mental, sobre todo el de los demás; sin vanidad, ni orgullo, ni capacidad de intriga; permanentemente dolorido por la incapacidad de tener un momento de reposo y calma…

Notas dispersas


…aun sabiendo por las observaciones más arcaicas que la libertad jamás ha existido, hemos llegado a una época en la que es fácil constatar que ni los hombres ni las mujeres aspiran siquiera, no ya a la Libertad con mayúscula, sino a la concreción más insignificante de esta forma de vivir, pensar o decir practicada tan solo por algunas personas aisladas o por grupitos que no cuentan demasiado pero que son respetables.

Notas para Sílvia


A mí me parece que, en el fondo, el asunto no consiste en leer mucho, sino en leer bien. Yo, por lo menos, he defendido siempre este principio, aunque por desgracia no siempre lo he practicado. De joven —de los diecisiete a los veintisiete años— leí todo lo que cayó en mis manos —leí, pues, desordenadamente—. Habiendo dispuesto de una memoria algo viva, la lectura, vasta y desordenada, me produjo la ilusión de que avanzaba positivamente. Me di cuenta, sin embargo, de que no era así. Ya comprendo que leer bien es difícil y doloroso. Estar atento a las cosas —en un texto—, mirarlas bien, pausadamente, supone un gran esfuerzo. El estado natural del hombre no es la atención: es la dispersión, es volar de rama en rama, como los pájaros. Por eso observar es más difícil que charlar, que improvisar, que delirar. Observar es más difícil que pensar.

Notas dispersas


De pequeño, oía decir en la escuela que la pereza es la madre de todos los vicios. No lo creo. No puede haber forma alguna de conocimiento sin que le preceda un mínimo de pereza —por lo menos, de pereza aparente.

Notas dispersas


Usted, aquel otro o el de más allá, ha conocido a un hombre de mundo, o a una señora de cortesía exquisita —salonnards—, simpáticos, educadísimos, permanentemente dispuestos a hacer un pequeño favor, muy graciosos, que se interesan por todo, que son sensibles, que reconocen lo que pasa, etc., y que en el fondo son de una indeferencia total. En este sentido, casi todo el mundo es igual. Todo esto puede suceder entre personas que, al menos aparentemente, tienen una gran intimidad. Parece a veces que, cuanta más cortesía, más indiferencia.

Notas del crepúsculo


He cumplido ya —en el momento de escribir estas líneas— setenta y nueve años. Soy del 97 del siglo pasado. He vivido todas las revoluciones habidas en España durante este siglo. Cuando la de 1909, tenía yo doce o trece años. Me acuerdo como si fuese ahora. Ejerciendo ya el periodismo, he vivido —con mis propios ojos a veces— las dos enormes guerras mundiales. Estas guerras han causado millones y millones de muertos. En la segunda ha habido los campos de concentración, la destrucción de los judíos, la transmigración de la gente —enorme y dolorosísimo asunto—. Las revoluciones españolas fueron de una esterilidad inútil y grotesca. Las enormes guerras vividas, aún más —mucho más—. Y ahora pregunto al lector, al lector que ha vivido como yo estas enormidades, si se puede creer en el progreso. ¿En qué progreso? Contéstenme, por favor, me encantaría hablar de ello. Habiendo sido testigo a lo largo de mi vida de las mayores bestialidades ocurridas en la historia conocida, ¿cómo imaginar siquiera que yo pueda entrar en el progreso? Yo sólo pido una cosa, en el mundo en que vivimos: que en este mundo haya el dolor humano normal —o sea, el mínimo dolor posible—. Al margen de esta, todas las demás elucubraciones me dan un miedo terrible.

Notas del crepúsculo

miércoles, 16 de julio de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Décima. Ateísmo


El ateísmo es la única opción con respecto a la divinidad monoteísta para quien decide no renunciar a la reflexión racional.


El creyente es alguien que se niega a aceptar las evidencias en relación a un tema determinado. Podríamos decir que las luces de la razón de un creyente se obstinan en apagarse cuando su “Señor” hace acto de presencia.


Suele achacársele al ateo que es un creyente a la inversa, o incluso, que él realmente cree aunque lo ignore. ¿Por qué la gente se empecina en que los demás participen de sus delirios?


Una de las pruebas más diáfanas de la filiación humana de Dios: su tedio. No pudo soportar una eternidad dedicada a la onfaloscopia y creó un Universo para su solaz y recreo. Lástima que pese a su omnipotencia el resultado haya sido bastante discutible.


“Matar está mal, aunque sea a moros” le oí proferir a un sacerdote en el púlpito mientras glosaba las proezas de Santiago Matamoros. Lo curioso es que esta gente suele pensar que creer en Dios está bien, aunque sea Alá.


¿Por qué conlleva mayor carga ética la buena acción de un ateo que la de un creyente? Porque el ateo actúa siguiendo sus propios principios, en los que sólo caben consideraciones humanas, terrenas, su acto es consecuencia de una moral propia, elegida libremente, para realizarlo no necesita ninguna recompensa ultramundana ni la coerción de unas normas impuestas por un Ser sólo existente en la conciencia de unos cuantos iluminados que no desean emplear su raciocinio.


Pretender que en nuestras conductas nos guiemos por y acatemos las parábolas, proverbios, fábulas y consejas reunidos por una tribu de pastores nómadas que erraban por los desiertos hace más de veinte siglos… ¿no es esto verdaderamente ridículo?

lunes, 23 de junio de 2008

Corderos con piel de lobo


Sentimentales sin sensiblería, rostros de broncínea y firme mirada, son atrayentes aunque lleguen a intimidar, indulgentes a pesar de su aparente severidad porque no necesitan que los demás se adapten a una idea preconcebida, a un canon que no se sabe muy bien quién ha pergeñado ni quién está facultado para hacerlo. Si uno logra superar el filtro que da acceso a su intimidad se sorprende al observar una estancia tan cálida, acogedora y estimulante que contrasta un tanto con su aspecto externo, recio e inexpugnable. Uno supone que muestran esa “piel de lobo” para que la dulzura y magnanimidad que atesoran no sea malinterpretada y ahorrarse, de esa forma, el tener que estar poniendo en su sitio continuamente a esas personas que no entienden, que no pueden entender.

Suelen prescindir de esa pelusilla que a los demás nos sale a veces en el alma y que nos conduce a enviscarnos en rencillas y suspicacias de pacotilla, desatendiendo y confundiendo lo que de verdad importa. Lo anterior no implica carencia de orgullo ni de determinación en sus actos. Capaces de una generosidad casi sin límites, poco habrá que hacer cuando deciden “cerrar la puerta” o “cortar por lo sano” ya que, gracias a su propia fortaleza interior, no necesitan a los demás, ni su presencia ni el asentimiento hacia sus opiniones ni la comprensión para sus decisiones. Esto les puede jugar malas pasadas ya que ni tan siquiera ellos (o ellas) poseen el don de la infalibilidad y su propia determinación a la hora de actuar les impide en ocasiones rectificar sus errores.

Sus relaciones con los otros son fruto de una sobreabundancia propia, no son la búsqueda de un refugio acomodaticio en el que resguardarse, tampoco emplean al otro como un bastión en el que amparar su debilidad, por el contrario, y con frecuencia, suelen desempeñar ellos este papel con aquellos más desprovistos de esas capacidades que en estos seres son parte constitutiva de su personalidad.

Si uno creyese en la reencarnación, y, si además de creer uno, la reencarnación realmente fuese posible, le gustaría reencarnarse en cordero con piel de lobo, pero, seguramente, un dejo, un residuo de mi anterior encarnadura se trasminaría a través de mi mirada y no podría mantener el embeleco de forma permanente, tendría que volver, entonces, a pesquisar entre mis congéneres para descubrir las reencarnaciones de los auténticos corderos con piel de lobo que he conocido para disfrutar de nuevo de su compañía y amparo. Y esto no estaría nada mal.

miércoles, 11 de junio de 2008

Las condiciones del pájaro solitario contemporáneo


Las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.


San Juan de la Cruz
Dichos de Luz y Amor


La lenidad en el canto nos está vedada, a cambio, hemos conquistado la vacuidad e intranscendencia del canto. Se nos permite la carencia de talento, la ejecución perfunctoria es tolerada y aun ensalzada, no es necesaria una destreza precisa para abordar ciertas actividades, no es censurada la incursión en la banalidad grotesca, el exabrupto chabacano, es más, suelen ser, unidos a una provocación aparentemente cáustica, condiciones sine qua non de la representación con pujos de visibilidad mediática, lo único imperdonable a la hora de difundir nuestro canto será la incapacidad para ser “originales”, la sencillez que rehúsa y detesta la fanfarria, la aversión a inmiscuirse en una corriente, la del devenir humano, cada vez más absurda e inane. “En el mundo las mejores cosas no valen nada sin alguien que las represente”, dice Nietzsche, sin que las represente de una manera lo suficientemente burda, deglutida y, en el fondo, completamente inofensiva, podríamos decir hoy.

Rodeados de personas en todo momento, nos es difícil sufrir su compañía y, lo más importante, nos es casi imposible eludir su presencia física. Sería ocioso señalar que no toda presencia física supone una compañía, y hoy, cuando todos estamos necesitados de una máscara defensiva, de cierta habilidad histriónica para preservar una privacidad precaria y cada vez más amenazada, ¿cómo lograremos encontrar almas de nuestra misma condición? o, mejor, ¿cómo sabremos si su verdadera naturaleza se condice con la nuestra? Debido a la propia abundancia y ocasión de contactos humanos ―quizá fuese más exacto denominarlos contactos personales― la situación de esos seres de hogaño, aherrojados en la fortaleza de sí mismos, víctimas de un solipsismo no siempre voluntario, incapaces de encontrar otros seres de su misma naturaleza, sea acaso más desesperanzada que en anteriores épocas, más magras de humanidad, una desesperanza silente que ha abdicado de la exteriorización y asume su condición sin aspavientos ni dramatismos.

Un aire tan viciado y ruidoso como el nuestro no incita a exhibir el pico. Lo paradójico es que nuestro recogimiento puede llegar a constituir un espectáculo de muchedumbres casi universal. Perfectamente esquinados en nuestros modestos tabucos, como uno en este momento, poseemos la posibilidad de mostrar nuestro humilde pico y propalar una gavilla de anécdotas, un puñado de cavilaciones, una sarta de personales delirios con ese afán, siempre latente en cualquier pájaro solitario, de darse a conocer, de enseñar su plumaje aunque sea en la distancia.

“En la vida estamos siempre entre la mierda y la maravilla” me comentó una persona discreta en una ocasión. La tábula rasa que, en nombre de un afán democrático aplicado de forma demasiado exhaustiva e inapropiada, hemos empleado para ajustar cuentas con nuestro pasado teocrático-estamental-aristocrático ha derribado ciertas alturas, algunos prestigios y muchos privilegios necesitados de demolición junto con nociones, gestos o actitudes que acaso mereciesen perdurar y que nos permitirían una valoración más afinada de la verdadera importancia de los humanos asuntos. La mierda y la maravilla se nos ofrecen con un intervalo de breves segundos presentadas por un busto parlante e impávido ―siempre el mismo― en todos los telediarios de todas las emisoras de televisión. La búsqueda de una altura en la que hallar, no una salvaguarda de posiciones privilegiadas e inmerecidas, sino un remanso a salvo de la cháchara y el barullo ensordecedor cotidiano es un sueño cada vez más irrealizable, suponiendo que algún día este sueño se haya podido realizar fuera de uno mismo.

Un pájaro solitario siempre tiene un determinado color que sólo se vuelve visible al escuchar su peculiar canto. Encerrados en nuestro singular mundo poblado de cachivaches y fruslerías superfluos nos pretendemos únicos e irrepetibles en todo lo que emprendemos aunque todos, con matices a veces imperceptibles, esbocemos los mismos gestos, participemos de los mismos mitos y padezcamos las mismas imposiciones. Sólo somos singulares por nuestra sensibilidad, que siempre es única, aun cuando ésta pueda ser el reflejo y la expresión de otras muchas sensibilidades, también, ellas mismas, únicas.

lunes, 9 de junio de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Novena


Soy consciente de que muchas de las cosas referidas, comentadas y, en algunos casos, vapuleadas en este carcaj de brevedades ya han sido expresadas mejor por otros antes que yo. También sé que esto no tiene demasiada importancia.

El arte es y debe ser aristocrático por naturaleza, es la posibilidad de su acceso, conocimiento y disfrute lo que debe ser democrático.

Es una gran muestra de amor el convertir en independientes a las personas que amamos, independientes incluso de nuestro propio amor.

Un espíritu que no se contradice suele ser una muestra de anquilosis más que de coherencia.

Siempre es más fácil (y cómodo) resaltar en otro el defecto que uno posee.

El arte es la expresión de lo humano eterno, constante a través de las épocas, por medio de una sensibilidad única.

domingo, 8 de junio de 2008

Las personas curvas

A uno, como a Jesús Lizano, le gustan más las personas curvas que las personas rec-tas, aparte del texto del poema dejo aquí el enlace a un vídeo donde el poeta recita (más correcto sería decir que dramatiza, que lo interpreta) este poema y aquí otro vídeo en el que da lectura a otro poema suyo, muy hermoso: “La conquista de la inocencia”.


A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo
y la tierra es curva
y el movimiento es curvo;
y me gustan las curvas
y los pechos curvos
y los culos curvos,
los sentimientos curvos;
la ebriedad: es curva,
las palabras curvas:
el amor es curvo,
¡el vientre es curvo!;
lo diverso es curvo.
A mí me gustan los mundos curvos;
el mar es curvo,
la risa es curva,
el dolor es curvo;
las uvas: curvas;
los labios: curvos;
y los sueños: curvos;
los paraísos, curvos
(no hay otros paraísos);
El día es curvo
y la noche es curva;
¡la aventura es curva!
Y no me gustan las personas rectas,
el mundo recto,
las ideas rectas;
a mí me gustan las manos curvas,
los poemas curvos,
las horas curvas:
¡contemplar es curvo!;
(en las que puedes contemplar las curvas
y conocer la tierra);
los instrumentos curvos,
no los cuchillos, no las leyes:
no me gustan las leyes porque son rectas,
no me gustan las cosas rectas;
los suspiros: curvos;
los besos: curvos;
las caricias: curvas.
Y la paciencia es curva.
El pan es curvo
y la metralla recta.
No me gustan las cosas rectas
ni la línea recta:
se pierden
todas las líneas rectas;
no me gusta la muerte porque es recta,
es la cosa más recta, lo escondido
detrás de las cosas rectas;
ni los maestros rectos
ni las maestras rectas:
a mí me gustan los maestros curvos,
las maestras curvas.
No los dioses rectos:
¡libérennos los dioses curvos de los dioses rectos!
El baño es curvo,
la verdad es curva,
yo no resisto las verdades rectas.
Vivir es curvo,
la poesía es curva,
el corazón es curvo.
A mí me gustan las personas curvas
y huyo, es la peste, de las personas rectas.

jueves, 5 de junio de 2008

Pluma y tintero

Obra de un artista en formación al que agradezco que me haya hecho partícipe de su obra.



sábado, 31 de mayo de 2008

A la sombra de las muchachas en flor

Algunos extractos del segundo volumen del gran libro de Proust.

…siempre tomamos nuestras resoluciones definitivas basándonos en un estado de ánimo que no habrá de ser duradero.

…en amor nunca puede haber calma, porque lo que se logra es tan sólo un nuevo punto de partida para más desear.

…los productores de obras geniales no son aquellos seres que viven en el más delicado ambiente y que tienen la más lúcida de las conversaciones y la más extensa de las culturas, sino aquellos capaces de cesar bruscamente de vivir para sí mismos y convertir su personalidad en algo semejante a un espejo, de tal suerte que su vida, por mediocre que sea en su aspecto mundano, y hasta cierto punto en el intelectual, vaya a reflejarse allí: porque el genio consiste en la potencia de reflexión y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado.

Todos necesitamos alimentar en nosotros alguna vena de loco para que la realidad se nos haga soportable.

Por lo general, vivimos con nuestro ser reducido al mínimum, y la mayoría de nuestras facultades están adormecidas porque descansan en la costumbre, que ya sabe lo que hay que hacer y no las necesita.

…en realidad nosotros no somos al modo de fábrica arquitectónica a la que se pueden añadir piedras desde fuera, sino árboles que sacan de su propia savia cada nuevo nudo de su tallo, cada capa superior de su follaje.

…porque sólo nosotros podemos dar a ciertas cosas, gracias a la creencia de que tienen una existencia aparte, un alma, que luego esas cosas conservan y desarrollan en nosotros mismos.

En busca del tiempo perdido. Marcel Proust.

viernes, 21 de marzo de 2008

a. C. y d. C.

Haces que me avergüence
del adocenado quietismo
en el que me regodeaba antes de ti.


Consigues que abomine
de ese exilio,
forzosamente voluntario,
en mi limbo de papel y sueño
donde un día proferí
lamentos inaudibles
consignados en hojas en blanco.


Logras que deteste
el sarcástico desdén
que mi alma famélica
deparaba a todo lo que
en su insano enclaustramiento
convirtió en desperdicio cotidiano.


Ya no quiero complacerme
en enlutar mis días,
no arremeto contra el sol
porque brille
ni elogio la lluvia
porque entristezca,
no deseo renegar del que fui
ya que todavía lo soy,
volveré a dolerme
de mis antiguas cuitas
y sabré disfrutar
de venturas venideras.


Ahora,
únicamente pretendo
que el “aire de tu viento”
sople perpetuamente
las velas de mi navío
y lo empuje,
con esa calma tan tuya,
a través del mar de tus prodigios.

sábado, 8 de marzo de 2008

Corazón extendido

Como en un estanque
de aguas tranquilas
la piedra,
por un niño arrojada,
genera sucesivas ondulaciones
que durante un breve intervalo
perturban dócilmente
la reposada y cristalina superficie
hasta alcanzar de nuevo
la apacible calma inicial,
así también un corazón,
antes indolente e inmóvil
―maldita quietud―,
al ser punzado
por la punta del dedo
de la mano que adivinó
el secreto de su aislamiento
y el motivo de su aflicción,
temblará y se esparcirá
como el agua en el estanque.
Mas su expansión
no adquirirá la forma
de fugaces círculos concéntricos
ni adoptará las rígidas apariencias
de ninguna figura geométrica
ni los efectos de esta convulsión
constituirán efímeras visiones,
de su temblor brotarán pétalos
abiertos en flor palpitante
que sólo la muerte marchitará.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Clown (Fragmento)

Dedicado a J.C.

Clown

Un día.

Un día, quizá muy pronto.

Un día arrancaré el ancla que tiene sujeto a mi navío lejos de los mares.

Con esa rabia que hace falta para ser nadie y menos que nadie, abandonaré lo que parecía que me era indisolublemente próximo.

Lo cercenaré, lo derribaré, lo quebraré, lo echaré a rodar.

De golpe vomitaré mi pudor miserable, mis miserables tejemanejes y argucias de “hilo en la aguja”.

Vacío el absceso de ser alguien, beberé de nuevo el espacio dador de vida.

A fuerza de actos ridículos, degradantes (¿qué es la degradación?), por estallido, por vacío, por una total disipación-irrisión-purgación, expulsaré de mí la forma que se creía tan unida, acordada, coordinada, a tono con lo que me rodea y con mis semejantes ―tan dignos, dignísimos, mis semejantes.

Reducido a una humildad de catástrofe, a una nivelación perfecta como después de un pánico intenso.

Abajo, más abajo, devuelto a mi rango real, al rango ínfimo que yo no sé qué idea-ambición me había hecho descartar.

Nulo por la altura, nulo por la estimación.

Perdido en un rincón lejano (o ni eso siquiera), sin nombre, sin identidad.

[…]

Henri Michaux.

martes, 19 de febrero de 2008

Los viajes y las lecturas

Por las nuevas que me das y las que escucho de otros, concibo buena esperanza de ti: no vas de acá para allá ni te inquietas por cambiar de lugar, agitación ésta propia de alma enfermiza: considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí.

Mas evita este escollo: que la lectura de muchos autores y de toda clase de obras denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad. Es conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes escritores, si queremos obtener algún fruto que permanezca firmemente en el alma. No está en ningún lugar quien está en todas partes. A los que pasan la vida en viajes les acontece esto: que tienen múltiples alojamientos y ningunas amistades. Es necesario que acaezca otro tanto a aquellos que no se aplican al trato familiar de ingenio alguno, sino que los manejan todos al vuelo y con precipitación.

El cuerpo no aprovecha ni asimila el alimento que expulsa tan pronto como lo ingiere; nada impide tanto la curación como el cambio frecuente de remedios; no llega a cicatrizar la herida en la que se ensayan las medicinas; no arraiga la planta que a menudo es trasladada de sitio; nada hay tan útil que pueda aprovechar con el cambio. Disipa la multitud de libros; por ello, si no puedes leer cuantos tuvieres a mano, basta con tener cuantos puedas leer.

“Pero”, argüiras, “es que ahora quiero ojear este libro, luego aquel otro”. Es propio de estómago hastiado degustar muchos manjares, que cuando son variados y diversos indigestan y no alimentan. Así, pues, lee siempre autores reconocidos y, si en alguna ocasión te agradare recurrir a otros, vuelve luego a los primeros. Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, alguno frente a la muerte, no menos que frente a las calamidades, y cuando hubieres examinado muchos escoge uno para meditarlo aquel día.

Esto es lo que yo mismo hago también; de los muchos pasajes que he leído me apropio alguno. El de hoy es éste que he descubierto en Epicuro (pues acostumbro a pasar al campamento enemigo no como tránsfuga, sino como explorador): “cosa honesta ―dice― es la pobreza llevada con alegría”.

Mas no es pobreza aquella que es alegre; no es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más. Pues, ¿qué importa cuánto caudal encierre su arca, cuánto en sus graneros, cuánto ganado apaciente o cuántos préstamos haga, si codicia lo ajeno, si calcula no lo adquirido, sino lo que le queda por adquirir? ¿Preguntas cuál es el límite conveniente a las riquezas? Primero tener lo necesario, luego los suficiente.

Epístolas morales a Lucilio. Séneca

miércoles, 13 de febrero de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Octava

Siempre me he podido reír de cosas que los demás consideraban serias y me han parecido serias muchas cosas que los otros juzgaban risibles.


Hastío: conciencia de saber que al mismo día le seguirá otro igual, que el próximo rostro esbozará idéntica mueca al anterior, que tanto la dicha como el pesar serán engullidos por el mismo sumidero.


Una de las mayores tonterías es no haber cometido ninguna tontería por miedo a cometer alguna tontería.


Vitalidad no tiene por qué ser sinónimo de cinética.


La felicidad no consiste en “momentos” dichosos. La felicidad es la calma, el sosiego que procura la cercanía de otra persona cuya existencia es indisociable de la tuya y cuya ausencia torna la vida en inconcebible y absurda, en este estado, tanto el dolor como la alegría, la duda tanto como la certeza, el abatimiento lo mismo que la exaltación forman parte de la felicidad, de tu felicidad, que siempre tiene carácter individual y total, nunca colectivo ni parcelario.


Hoy ha amanecido un día soleado, limpio, despejado y me he arrepentido de mi inveterada tristeza.

viernes, 1 de febrero de 2008

Testamento

Hace unas semanas murió un vecino mío. Era una persona extraña, esquiva. Poco dado al contacto social, desarrolló cierta querencia por mi compañía al saberme aficionado a la lectura y a los libros. Entablamos una relación no demasiado asidua pero constante, no excesivamente íntima pero cordial. Nuestras conversaciones solían iniciarse a propósito de tal libro o tal escritor para irse adentrando en los más insospechados vericuetos del conocimiento y el saber, ámbitos que él dominaba con cierta amplitud. Gustaba el hombre, ya anciano, de llevar unas libretas de espiral de alambre donde recogía sus pensamientos, escribía relatos y poesías o glosaba noticias de actualidad, todo sin un orden preciso ni una intencionalidad clara. El conjunto de estos cuadernos es irregular con textos bastante logrados, en mi opinión, al lado de otros de menor interés. Transcribo a continuación la última poesía que escribió como póstumo homenaje a este hombre singular que, como buen misántropo, tenía un no sé qué de entrañable.

Testamento

Ahora que
con absoluta certeza
este deambular mío
por la feria de los tiempos
está próximo a su término
y que la hospitalaria Nada
pronto me incluirá
entre sus callados huéspedes,
esbozo estas escuetas palabras
como precario testimonio
de una existencia
voluntariamente orillada.


Nada en la vida perseguí
con excesivo ímpetu.
Abjuré temprano
del mercantilismo propio de mi época
despreciando sus preceptos utilitarios
y eludiendo sus inicuas disposiciones.
Me negué a participar
en las baldías diversiones de la turba
y fui incapaz de sufrir su trato.
Nunca me lo perdonaron.
A pesar de todo
la amé y ella me amó
con eso he tenido suficiente.


Que nadie pregone mi caída,
ahorraos las esquelas,
permanezcan silentes las campanas.
Si oculto decidí vivir
de muerto mostrarme no deseo.
Ni flores ni cruces
ni lápidas ni responsos
ni amables palabras
ni sucintos elogios
ni ceremonias plúmbeas
ni tediosos velorios,
quiero conservar en mi muerte
el silencio que acompañó mi vida.


Nadie llorará sobre mi tumba
ya que no habrá tumba.
Sería mi anhelo volatilizarme,
desaparecer por completo,
esfumarme sin dejar el menor rastro.
Por único vestigio de mi persona:
una lágrima,
o acaso una sonrisa,
del futuro e incierto lector
de estas postreras palabras mías.

lunes, 28 de enero de 2008

Pensamiento en la tarde solitaria

El solo pensamiento,
la sola imagen,
que el cerebro engendra
y el deseo inflama
de nuestras lenguas y nuestros labios
pugnando en húmeda e incruenta lid,
de nuestras manos
deslizándose por los estremecidos recovecos
disgregados por los senderos ocultos
de nuestra ávida piel,
derriba los bastiones de mi mente
y convierte en su sierva
mi voluntad.

martes, 22 de enero de 2008

Derrota

Derrota*

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

Rafael Cadenas


* He conocido este poema gracias a la publicación del mismo que aquí ha hecho Nickcave30.

Una visión del trabajo contemporáneo

La abundancia de objetos de consumo que se observa en las metrópolis industriales apenas llega a encubrir la más profunda frustración e infelicidad creada en los individuos por este sistema que hace progresar sus insatisfacciones a ritmos muy superiores a los pobres medios de consolación que ofrece para colmarlas. Frustraciones que culminan en la paradoja de que existiendo conocimientos técnicos y científicos que permitirían mejor que nunca a los individuos disfrutar de la vida y desarrollar libremente su personalidad, el tipo de sociedad en que vivimos impone cada vez más trabas para ello.

Los individuos no sólo pueden tratar de evadirse a sus frustraciones íntimas, a sus dudas acerca del sentido de la vida o de su propia identidad dando rienda suelta a su ansia de apropiación y de ostentación participando, en la medida que se lo permite su capacidad adquisitiva, en la carrera del consumo. El sistema ofrece otra vía de evasión complementaria a la anterior: la de entregarse a la práctica compulsiva de un trabajo alienante. Este impulso interior que empuja a los individuos hacia un trabajo no gratificante ―que al decir de Fromm ha constituido “una fuerza productiva” no menos importante que la máquina de vapor o el uso de la electricidad― ha entrado en juego precisamente cuando el proceso de secularización de los conocimientos había despojado al trabajo de su antiguo significado ritual que lo hacía más llevadero y cuando el trabajo industrial desplazaba a aquél otro más completo y creativo de los artesanos. Es precisamente cuando el trabajo aparece reducido a unidades de tiempo y esfuerzo en las que se agota la vida de los individuos, cuando la ideología dominante empieza a reforzar su impulso masoquista hacia ese trabajo alienante, ensalzando como un hecho altamente estimable su dedicación a él y glorificándolo al atribuirle la gracia de ser fuente de todo valor. Pues es sobre este patrón de comportamiento sobre el que se asienta el actual modelo de sociedad, que prefiere el mundo muerto de las máquinas a la diversidad de los organismos vivos o la obediencia asegurada del robot a las reacciones imprevisibles del ser humano, tratando de reducir a éste a la calidad de aquél.

La economía en evolución. José Manuel Naredo.


jueves, 17 de enero de 2008

La Maga del Sur

La encontré en Utopía,
inequívoco indicio
de contacto singular,
presagio certero
de porvenir halagüeño.


Su frágil aspecto
no delataba la fortaleza de su espíritu
ni la reciedumbre de su voluntad.
Inaccesible al desaliento,
desconocedora del desánimo,
vive imbuida de fiebres, de magias, de señales,
con ellas se hurta
al realismo áptero, grosero,
a las apariencias vanas, erróneas, mendaces
donde el resto
nos aherrojamos complacidos.


Es su gesto sereno,
su ademán, firme,
propio de aquellos
que han circunnavegado sus océanos interiores
y resuelto sus enigmas.
Convoca en torno suyo
un raro sosiego
incitador de confesiones,
estimulador de conciencias,
avivador de capacidades adormecidas.


Ante ella
nada valen los miedos,
nada las convenciones, las normas, los deberes,
esos refugios donde se acomodan
los espíritus de vuelo raso,
nada mis pueriles intentos de desacreditar la vida.


Me ha elegido a mí,
que no creía ser uno de los predilectos de la Fortuna,
esa diosa tan caprichosa.
Ahora mi vida será de color fucsia,
como la poesía.

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Séptima

Dos temas cargantes a la hora de leer: recuerdos de infancia y relatos de sueños.


Prefiero los escritores que escriben mierda y no excrementos, inmundicia o porquería; los que emplean follar o joder en vez de hacer el amor o copular. Creo que esto, el utilizar un lenguaje directo sin ampulosidades ni ambages, previene del uso de expresiones como daños colaterales, cuando se habla de asesinatos de inocentes; soluciones habitacionales referido a casas que son ratoneras indignas de una persona; recurso humano por trabajador, como si fuese una mera parte más de la maquinaria de la empresa o denominar privaciones sensoriales a lo que son simples torturas. En definitiva, me gustan los escritores que no embellecen la realidad con eufemismos ni la ocultan por medio de expresiones asépticas presentadas con pretensiones de una supuesta neutralidad moral, pero, sobre todo, me gustan los escritores que saben escribir que, en contra de lo que pudiera parecer, no son muy abundantes.


Sin la mujer no es posible la felicidad.


Esa gente incapaz de comprender que el que uno se ría de sí mismo delante de otros no significa que los demás también puedan hacerlo.


Cuando uno se rodea de las personas idóneas, los pequeños inconvenientes de la vida, que tantas veces nos parecen infranqueables, se diluyen.


En ocasiones, y para ciertas personas, es más difícil ser feliz que abandonar su sufrimiento.


No como el junco, sí como el espigón, y si no logras resistir el embate del viento y de las olas, al menos habrás cumplido tu destino.

martes, 1 de enero de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Sexta.

Pesimista al enjuiciar la realidad, optimista al encararla.


Sobre los mítines. ¿Qué se puede esperar de una reunión a la que los asistentes acuden predispuestos a agitar banderas y aplaudir, a jalear y vitorear a un orador en cuanto éste se pone a vociferar independientemente del contenido de sus berridos, todo ello amenizado por una música repetitiva y machacona y ambientado con la repetición de eslóganes de pacotilla, gigantescas imágenes de jetas —retocadas para la ocasión— de sonrisa autocomplaciente y de vulgares recetas para la felicidad de la patria, grande o chica?


Sólo quien sabe apreciar las cosas que se le entregan sin esfuerzo merece que hagamos el esfuerzo de entregárselas.


La religión y el Dios del amor lo primero que solicitan a sus adeptos al entrar en uno de los locales destinados al culto de tan preclara doctrina es la prosternación ante el sagrado tabernáculo. Quien ama a alguien no le hace arrodillarse ante sí.


Mundo real y mundo propio. Convertir en realidad nuestro mundo propio y lograr apropiarnos del mundo real.


Hay que desaconsejar el trabajo, derribarlo de su pedestal, despojarlo de su condición de incontestable dogma contemporáneo, aceptado, casi universalmente, sin la menor crítica, quizás así se convierta en lo que debe ser: una actividad destinada a subvenir nuestras necesidades vitales que no coarte ni determine nuestra existencia por completo ni decida, por sí misma, lo que como personas somos o dejamos de ser.


La verdadera modestia no implica el menosprecio de los propios méritos.