miércoles, 11 de junio de 2008

Las condiciones del pájaro solitario contemporáneo


Las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.


San Juan de la Cruz
Dichos de Luz y Amor


La lenidad en el canto nos está vedada, a cambio, hemos conquistado la vacuidad e intranscendencia del canto. Se nos permite la carencia de talento, la ejecución perfunctoria es tolerada y aun ensalzada, no es necesaria una destreza precisa para abordar ciertas actividades, no es censurada la incursión en la banalidad grotesca, el exabrupto chabacano, es más, suelen ser, unidos a una provocación aparentemente cáustica, condiciones sine qua non de la representación con pujos de visibilidad mediática, lo único imperdonable a la hora de difundir nuestro canto será la incapacidad para ser “originales”, la sencillez que rehúsa y detesta la fanfarria, la aversión a inmiscuirse en una corriente, la del devenir humano, cada vez más absurda e inane. “En el mundo las mejores cosas no valen nada sin alguien que las represente”, dice Nietzsche, sin que las represente de una manera lo suficientemente burda, deglutida y, en el fondo, completamente inofensiva, podríamos decir hoy.

Rodeados de personas en todo momento, nos es difícil sufrir su compañía y, lo más importante, nos es casi imposible eludir su presencia física. Sería ocioso señalar que no toda presencia física supone una compañía, y hoy, cuando todos estamos necesitados de una máscara defensiva, de cierta habilidad histriónica para preservar una privacidad precaria y cada vez más amenazada, ¿cómo lograremos encontrar almas de nuestra misma condición? o, mejor, ¿cómo sabremos si su verdadera naturaleza se condice con la nuestra? Debido a la propia abundancia y ocasión de contactos humanos ―quizá fuese más exacto denominarlos contactos personales― la situación de esos seres de hogaño, aherrojados en la fortaleza de sí mismos, víctimas de un solipsismo no siempre voluntario, incapaces de encontrar otros seres de su misma naturaleza, sea acaso más desesperanzada que en anteriores épocas, más magras de humanidad, una desesperanza silente que ha abdicado de la exteriorización y asume su condición sin aspavientos ni dramatismos.

Un aire tan viciado y ruidoso como el nuestro no incita a exhibir el pico. Lo paradójico es que nuestro recogimiento puede llegar a constituir un espectáculo de muchedumbres casi universal. Perfectamente esquinados en nuestros modestos tabucos, como uno en este momento, poseemos la posibilidad de mostrar nuestro humilde pico y propalar una gavilla de anécdotas, un puñado de cavilaciones, una sarta de personales delirios con ese afán, siempre latente en cualquier pájaro solitario, de darse a conocer, de enseñar su plumaje aunque sea en la distancia.

“En la vida estamos siempre entre la mierda y la maravilla” me comentó una persona discreta en una ocasión. La tábula rasa que, en nombre de un afán democrático aplicado de forma demasiado exhaustiva e inapropiada, hemos empleado para ajustar cuentas con nuestro pasado teocrático-estamental-aristocrático ha derribado ciertas alturas, algunos prestigios y muchos privilegios necesitados de demolición junto con nociones, gestos o actitudes que acaso mereciesen perdurar y que nos permitirían una valoración más afinada de la verdadera importancia de los humanos asuntos. La mierda y la maravilla se nos ofrecen con un intervalo de breves segundos presentadas por un busto parlante e impávido ―siempre el mismo― en todos los telediarios de todas las emisoras de televisión. La búsqueda de una altura en la que hallar, no una salvaguarda de posiciones privilegiadas e inmerecidas, sino un remanso a salvo de la cháchara y el barullo ensordecedor cotidiano es un sueño cada vez más irrealizable, suponiendo que algún día este sueño se haya podido realizar fuera de uno mismo.

Un pájaro solitario siempre tiene un determinado color que sólo se vuelve visible al escuchar su peculiar canto. Encerrados en nuestro singular mundo poblado de cachivaches y fruslerías superfluos nos pretendemos únicos e irrepetibles en todo lo que emprendemos aunque todos, con matices a veces imperceptibles, esbocemos los mismos gestos, participemos de los mismos mitos y padezcamos las mismas imposiciones. Sólo somos singulares por nuestra sensibilidad, que siempre es única, aun cuando ésta pueda ser el reflejo y la expresión de otras muchas sensibilidades, también, ellas mismas, únicas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y cuán difícil volar...

Anónimo dijo...

Y aun a riesgo de convertirme en una pesadilla monotemática, aquí va el enlace a una conferecia de Chantal Maillard que tuve ocasión de ver en el CCCB de Barcelona:

http://www.cccb.org/ca/arxiu_multimedia

Se titula "la creación" y se incluye en el ciclo La condición humana.
Es una zoología poemática de lo más interesante, donde se dan cita un erizo, un gato, un cangrejo ermitaño, un caracol... y también Nietzsche, Sartre, el poeta Adonis...

Lástima que hayan cortado la media hora de preguntas finales, que fueron muy intensas.

salud.