martes, 18 de diciembre de 2007

La poesía, señor hidalgo…

La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo.

Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes

lunes, 17 de diciembre de 2007

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Quinta

No existe en la vida un placer comparable al de compartir la belleza con las personas a las que amamos.


Prefiero ser infeliz conociendo que feliz ignorando.


Son como dos cráteres marrones suaves y rugosos, firmes y estremecidos, blandos y esquivos culminando sendas colinas de exquisita redondez y cálido latido.


“Cada uno tiene lo que se merece”. Esta aseveración suele ser realizada por los que tienen bastante más de lo que se merecen.


El amor es un reconocimiento, no una conquista. "¿Dónde estuviste todo este tiempo?" Es lo que deberíamos preguntar a la persona amada cuando la “reconocemos”.


No es lo mismo una simple observación que una observación simple.


Por cierto, ¿quién decide lo que cada uno se merece?

viernes, 7 de diciembre de 2007

El reconocimiento

Varado en sus divagaciones saturninas
meditando funestas determinaciones
fantaseando con dulzuras
siempre postergadas,
con el aliento marchito
por el luto perpetuo
guardado en honor
de tragedias no acontecidas,
de su máscara fatigado
y hastiado de su sombra.


Nada es a ella más ajeno
que el limo de la ebriedad melancólica.
Un chasquido de sus dedos
logra disipar la más densa calígine.
Escuchando su voz profunda y dulce y clara
uno, inveterado descreído, no consigue eludir
el asentimiento a los prodigios cotidianos
convocados sin esfuerzo por ella
gracias a su benévola taumaturgia.


Imposible no considerar
en ciertos casos
que así estaba escrito
que algunos encuentros se producen
siguiendo la misma y fatal necesidad
con la que los astros
se atraen entre sí,
las olas rompen contra el espigón
o la flor se marchita
tras su exiguo fulgor,
que la dicha sólo es alcanzable
en la perpetua compañía de otro ser,
nuestro cómplice vital,
y que Shelley acertaba
al decir a su amada:
“Tú eres mi mejor yo”.


Icemos nuestra negra bandera,
a las derivas del porvenir
aproemos la común nave,
la travesía será propicia
ahora que nos hemos reconocido.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Especímenes de paseo marítimo

Cerca de donde uno sueña que vive se encuentra un paseo marítimo, que discurre por el margen de una ría, de unos cuatro quilómetros de longitud. Envolviendo al paseo, como una especie de protección contra la carretera próxima y paralelo a su curso, hay dispuestas amplias zonas campestres, algunas con arboledas y bancos para demorarse un rato en ellas, otras más amplias y desembarazadas sin ningún tipo de vegetación apropiadas para pasear y utilizadas sobre todo por los amantes de los perros, también, hace unos años, se ha pergeñado un jardín botánico en la parte central del recorrido. Entre estas zonas verdes y el pavimento de losas limitado por una balaustrada que recorre el perímetro de la ría conformando el paseo marítimo propiamente dicho, se ha habilitado una pista para ciclistas, patinadores y demás bípedos sobre ruedas. En conjunto, es un lugar agradable, bastante propicio para distenderse y olvidarse del tráfago diario, pero así como toda rosa suele tener su espina, también nuestro paseo ostenta su chafarrinón.

Hace años que existe un proyecto de dragado de la ría aún no abordado, mientras tanto, se realizan vertidos de aguas fecales y residuos industriales directamente al agua ante la aparente pasividad de los poderes públicos lo que genera, sobre todo con marea baja, un hedor ciertamente poco inspirador. Para compensar esta desidia de las autoridades los ciudadanos demostramos nuestro civismo arrojando esas “cosillas” que nos sobran en casa en las orillas de la ría para darle un tono más exótico y armonioso, se han visto exornando los márgenes marítimos: tresillos, carritos de hipermercado, alfombras, residuos plásticos de variado jaez, bolsas de basura, colchones y, en general, todo tipo de mierda acompañando las evoluciones de los cisnes, patos y demás fauna que todavía frecuenta el paraje.

Uno no es un gran paseante, tampoco un ínclito observador, sin embargo, aprovechando la cercanía de este vergel —podría serlo con un poco de interés público y educación ciudadana— se echa a deambular por el paseo buscando orearse un poco y participar en el gran teatro del mundo aunque sea interpretando el poco lucido papel de espécimen de paseo marítimo. Este transeúnte de realidades invisibles se ha entretenido en diseñar una especie de taxonomía, laxa y simpática, de las actitudes, comportamientos y disposiciones observadas en las personas que pululan por este lugar.

Se podría hacer una primera gran segmentación: los que transitan con la vela a todo trapo (centellas) y los que se dejan conducir por la galbana, completando el trayecto con cierta pachorra (cachazudos). Quizás lo especímenes del primer tipo sean de esas gentes involucradas en cuerpo y alma en esta sociedad frenética, como tales, considerarán que es de vital importancia hacer ejercicio, “estar en forma”, pero claro, empleando en esta salutífera ocupación el tiempo mínimo indispensable sin hurtárselo a los múltiples, variados e impostergables proyectos, obligaciones y vanas esclavitudes que se habrán autoimpuesto, prontos al infarto de miocardio. Aunque uno trata de tender a la imparcialidad no puede contener al cachazudo que lleva dentro.

Siguiendo con nuestro despiece haremos otra división bastante genérica: los indiferentes al resto de especies paseantes (alienados) y los que, si se da la oportunidad, no eluden el contacto humano (socializantes). Los componentes del primer grupo se subdividen a su vez en: alienados musicales, van provistos de auriculares para facilitar su aislamiento; alienados elusivos, tuercen la mirada o la dirigen al suelo cuando se cruzan con el resto de especímenes.

Un estudio aparte merecen los dos ejemplares encontrados hasta la fecha pertenecientes a la categoría bautizada como perimetral. El paseo tiene por ciertas zonas una serie de saledizos que se adentran en la ría, amplios en algunos casos, más reducidos en otros, fuera del trayecto principal y en los que uno se puede detener a observar el transcurrir del agua, las embarcaciones que navegan por la ría en ese momento o a los mariscadores del entorno en plena faena. Bien, pues los perimetrales, en su afán por fatigar sus extremidades inferiores, circundan todo el perímetro disponible en sus caminatas, siempre pegados a la barandilla sin perdonar un solo metro en su inflexible trayectoria.

También poseemos especímenes pertenecientes a especies más comunes como: canguros en edad provecta que producen una mezcla de lástima y de ternura; chejovianas damas del perrito sin polisones ni sombreros con velo ni encorsetadas vestiduras talares decimonónicas, ahora sacan a evacuar aguas (mayores y menores) a sus lindos canes provistas de ropas cómodas, deportivas sin importar que este tipo de prendas evidencien las carnes más o menos flácidas, más o menos turgentes que atesoran; ancianos sentados con las dos manos apoyadas en la empuñadura del bastón y la quijada reposando sobre ellas oteando el horizonte con mirada algo escéptica y desencantada pero sin rencor; ciclistas con sus equipaciones de astronauta; generosos dueños de perros que llevan a sus mascotas a minar las zonas ajardinadas con sus deyecciones… y fauna varia.

Pero sin la menor duda el ejemplar, único en su especie por el momento, que más le ha impactado a este aprendiz de etólogo es el que ha motejado de discente itinerante. La discente itinerante —pues es hembra el solitario ejemplar estudiado— es capaz de completar el trazado a un buen ritmo, sin llegar a centella pero superando al cachazudo, mientras va leyendo sus apuntes. La postura adoptada por este espécimen en sus desplazamientos es aproximadamente esta: lleva una carpeta sobre la que reposan unos papeles con apuntes, la parte inferior de esta carpeta es apoyada en el lado izquierdo de la cintura mientras el brazo izquierdo rodea y sujeta la parte superior de la carpeta, con lo cual, la discente itinerante consigue tener horra la vista frontal para evitar colisiones con otros especímenes y con un leve escorzo cervical consigue leer al mismo tiempo que camina. La discente itinerante ha conseguido llevar a la práctica de una forma genialmente sintética el clásico adagio: mens sana in corpore sano, hace ejercicio aprovechando ese tiempo para instruirse. Esto, por una de esas asociaciones mentales algo caprichosas, le ha retrotraído a uno al año en que cumplió sus deberes de conscripción en la preclara, gloriosa, indomable y algo dipsómana milicia carpetovetónica, cuna de héroes de recuerdo inmarcesible y martillo de enemigos de la patria (españoles incluidos si es menester). Sucedió que una noche de ese año pródigo en el que uno debía velar por la seguridad de sus conmilitones, no fuera a ser que nos invadiese alguna potencia extranjera, no podía resistir sus ganas de dormir y se quedaba dormido de pie e incluso andando, afortunadamente para nuestro querido Ruedo Celtibérico nuestros enemigos no aprovecharon la propicia circunstancia para invadirnos.

Por último, le ha llamado la atención a menudo a este humilde cronista de fruslerías un sujeto singular. Suele llevar un gabán verde oscuro o un polar negro, podría incluírsele en la categoría de cachazudo y en la de alienado musical, a veces se detiene y saca un pequeño block de notas en el que escribe una breve anotación, suele transitar por las zonas verdes, menos frecuentadas, aunque a veces parece interesarle inmiscuirse en los espacios más transitados. Cruza miradas, unas huidizas, otras con mayor fijeza con los otros paseantes como si quisiera estudiar sus reacciones, adivinar sus pensamientos, penetrar sus interioridades. Puede tratarse de un solitario inofensivo buscando un poco de distracción o quizás se trate de un perturbado sin una ocupación mejor a la que dedicarse. Con estos tipos nunca se sabe.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Estanco (fragmento)

Dedicada a Nickcave30, asiduo, agudo y generoso transeúnte y glosador de estas intranscendentes bagatelas de La realidad invisible.

Estanco (fragmento)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,
del cuarto de uno de los millones del mundo que nadie
sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, verdadera, desconocidamente verdadera,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte poniendo humedad y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.


Hoy estoy vencido, como si supiese la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir,
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, convertidos esta casa y este lado de la calle
en la hilera de vagones de un tren, y silbada su salida
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al partir.


Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
al Estanco del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.


Fracasé en todo.
Como no tenía propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
Del aprendizaje que me dieron
me descolgué por la ventana de las traseras de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual a la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?


¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Genios? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios como yo,
y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni a uno sólo,
ni quedará más que estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?
No, ni en mí…
En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
no habrá a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
−sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas−,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni llegarán a oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
y no de quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que todo cuanto Napoleón hizo,
he estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo.
He hecho en secreto filosofías no escritas por ningún Kant.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre
el que no nació para eso;
seré siempre sólo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abrieran la puerta junto a una pared sin puerta,
y cantó la cantinela del Infinito en un gallinero
y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrame la Naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, ese viento que me busca el cabello,
y lo demás, que venga si es que viene o ha de venir, o que no venga.
Esclavos por el corazón de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

[…]

Álvaro de Campos. Fernando Pessoa