miércoles, 28 de noviembre de 2007

Vicente García de la Huerta

El verdadero amor

Antes al cielo faltarán estrellas,
al mar peligros, pájaros al viento,
al sol su resplandor y movimiento,
y al fuego abrasador vivas centellas;

antes al campo producciones bellas,
al monte horror, al llano esparcimiento,
torpes envidias al merecimiento,
y al no admitido amor tristes querellas;

antes sus flores a la primavera,
ardores inclementes al estío,
al otoño abundancia lisonjera,

y al aterido invierno hielo y frío,
que ceda un punto de su fe primera,
cuanto menos que falte el amor mío
.

Vicente García de la Huerta

Empatía, autoestima. Fetiches modernos

Alguien confiesa: para mí el trabajo es lo primero, lo antepongo a cualquier otra cosa en la vida, uno, que ve el trabajo como una simple forma de procurarse la subsistencia que no debería determinar toda nuestra vida, ¿puede ponerse en el lugar de alguien que profesa esa manera de pensar?; me comenta una persona: no me gusta la música, leer un libro me parece una ocupación tediosa e inútil, sin embargo, puedo pasarme horas conectado a un videojuego o quemando la madrugada sin necesidad de pensar en nada más, con eso tengo suficiente, y uno, por seguir la costumbre, cree que ese individuo y él pertenecen a la misma especie: los dos son bípedos, mamíferos, parece que proceden de algún tipo de simio, respiran a través de pulmones y poseen la capacidad de comunicarse −sí, concedámonos esta facultad− por medio del lenguaje pero quien esto escribe nunca se sentirá próximo a un ejemplar de homo sapiens como el descrito un poco más arriba; un gran creador nos transmite empleando las palabras, la música, la pintura, las fórmulas matemáticas, etc. su visión del mundo, algo nuevo que antes nadie había divisado, las excelencias contenidas en su espíritu, nos ofrece su privilegiada sensibilidad, los frutos de su contacto con realidades y experiencias inalcanzables para la mayoría de los mortales, ¿podemos realmente entenderle, habitar aunque sea por unos instantes su mundo?

Este de la empatía es un concepto que uno no acaba de tener del todo claro. Podemos intentar comprender las motivaciones del otro, hacer un esfuerzo por entender lo que siente por analogía con nuestras propias sensaciones y nuestros sentimientos y una vez realizada esta labor apreciarle y respetarle en su especificidad, lo que no conlleva necesariamente aceptarla ni considerarla deseable. Ahora bien, ¿cómo llegamos a colocarnos en su lugar? Uno no puede sentir como otro siente, los sentimientos son lo más personal e individual del hombre, quizás lo que verdaderamente nos individualiza y nos convierte en únicos. Lo que para uno es ocasión de gozo o solaz para otro lo es de murria y pesares, uno sufre al ver la expresión de tristeza reflejada en el rostro de un niño y otro ve agonizar a alguien a su lado sin inmutarse. La propia realidad es simplemente una interpretación nuestra y por mucha destreza que uno tenga para expresarse ¿cómo hacer partícipe a otro de su interioridad? ¿cómo hacerle conocer las sensaciones, experiencias, vivencias que subyacen bajo sus palabras? Seguramente sólo podamos comprender a fondo lo que nos concierne de una forma íntima, lo demás nos deja un poco indiferentes, vamos iluminando, como Diógenes con su linterna, las zonas más recónditas o menos accesibles de nosotros pero que ya se encontraban en nosotros mismos, incorporar otras que nos son extrañas no es posible. Uno colige de todo esto que sólo podrá alcanzar la empatía con tres o cuatro descarriados, de alma un tanto errabunda y destartalada, acaso no se le pueda exigir más, pero si no podemos empatizar, sí podemos respetar al otro. Prefiero el respeto a la empatía.

Hace unos días he leído un artículo sobre los costes de la individualización en la sociedad moderna. La tesis resumida del artículo era que la sociedad actual crea la ilusión de que nos podemos determinar por completo a nosotros mismos, llevar las riendas de nuestra propia vida en todos los órdenes, y de esa manera, desajustes sistémicos (así los llaman) generados por la propia conformación social se trasladan al individuo que sería el único responsable de todos sus fracasos, de naufragar en la vorágine de exigencias, riesgos e incertidumbres a los que el estilo de vida actual nos aboca. Dentro de esta perspectiva la autoestima sería una de las palabras fetiche.

Entendía uno la autoestima en un sentido demasiado etimológico, se decía: estimamos aquello a lo que concedemos alguna valía, cierto mérito, si añadimos el prefijo auto resultaría que si tenemos autoestima nos estamos concediendo a nosotros mismos cierto valor y creía que esta concesión graciosa hecha por uno mismo a sí mismo quizá no siempre fuese lo más idóneo. He estado rebuscando un poco sobre el significado de autoestima, algunos hablan de autoapreciación y este segundo término me parece más adecuado por su neutralidad, ya que la autoestima es, según parece, la valoración que uno hace de sí mismo que puede ser alta o baja dependiendo de la persona. En lo que si parece existir un consenso casi unánime de los sabios y próceres que se dedican a estas cuestiones es en que una alta autoestima es siempre buena y una baja autoestima es siempre negativa independientemente del individuo en cuestión.

Después me he entretenido en analizar un poco algunas de las características que se atribuyen a alguien con alta autoestima y a alguien con baja autoestima. Tenemos lo siguiente: una persona con alta autoestima: asume responsabilidades; se siente orgulloso de sus éxitos; afronta nuevas metas con optimismo; se cambia a sí misma positivamente; se quiere y se respeta a sí misma; rechaza las actitudes negativas; expresa sinceridad en toda demostración de afecto; se siente conforme consigo misma tal como es; no es envidiosa; se ama así mismo; en cambio, una persona con baja autoestima: desprecia sus dones; se deja influir por los demás; no es amable consigo misma; se siente impotente; a veces actúa a la defensiva; a veces culpa a los demás por sus faltas y debilidades; no se quiere y no respeta su cuerpo; a veces se hace daño a sí mismo; no le importa su entorno; se siente despreciado; se siente menos que los demás; suelen buscar pretextos por sus errores. Piensa uno, después de reflexionar sobre las anteriores cuestiones que los “éxitos” de algunos no son como para sentirse orgullosos y que la gente que desprecia sus dones puede hacerlo por humildad sincera; que ciertos individuos no deberían amarse, quererse y respetarse demasiado a sí mismos y sí dejarse influir por los demás; que a veces está bien actuar a la defensiva aunque no responsabilizar a los demás por nuestros errores; que sentirse conforme con uno mismo tal como se es es una manera tan buena como otra cualquiera de estancarse y dejar de evolucionar espiritualmente; que sentirse despreciado es consecuencia a veces del ambiente donde uno se ha formado y donde uno se desenvuelve; que es inevitable en ocasiones hacerse daño a uno mismo y siempre preferible a inflingírselo a otro de forma injusta y, en fin, que sentirse menos que los demás no es lo más adecuado pero suele ser bastante más nocivo sentirse más que los demás.

Puede que una alta autoestima nos ayude a convertirnos en seres eficazmente adaptados a nuestra resplandeciente sociedad contemporánea que, como se sabe, sólo nos demanda dos virtudes fundamentales para acogernos con todos los honores en su cálido seno: ser buenos productores de bienes de consumo y ser buenos consumidores de bienes de consumo. Y claro, como tendremos una alta y esplendorosa autoestima nos amaremos a nosotros mismos, estaremos conformes con lo que somos, nos respetaremos, afrontaremos las metas que nos proponen con optimismo rechazando las actitudes negativas, asumiendo responsabilidades que nos permitan sentirnos orgullosos de nuestros éxitos y así nos será hurtada hasta la conciencia de nuestra propia vaciedad y, con ella, el mejor resorte para revertir esta situación.

He decidido dejarme de monsergas y procurarme un bombín para inflar autoestimas que espero no tenga el efecto secundario de hincharme también el ego, después intentaré localizar una expendeduría de empatía en pequeñas dosis, al menos para empezar, a ver si logro entender un poco más a mis congéneres, que a uno falta le hace. Con esto igual puedo aumentar el número de lectores de estos andurriales blogeriles ya que se sentirán más comprendidos y Steppenwolf se sentirá orgulloso y ufano de este precario éxito suyo, cambiándose a sí mismo, de este modo, positivamente.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Lao Tse

XXVIII

Quien conoce su esencia masculina,
y se mantiene en el principio femenino,
es como el arroyo del mundo.
Mientras sea como el arroyo del mundo
la virtud eterna no lo abandonará,
y retornará a la infancia.
Quien conoce su propia blancura,
y se mantiene en la oscuridad,
es como ser el modelo del mundo.
Mientras sea como el modelo del mundo,
la virtud eterna no se alterará en él,
y retornará a lo absoluto.
Quien conoce su gloria,
y se mantiene en la desgracia,
es como el valle del mundo.
Mientras sea como el valle del mundo
la virtud eterna le colmará
y retornará a la sencillez.
Lo sencillo, cuando se divide,
modela todos los útiles.
El sabio, cuando gobierna
rige a todos los ministros
y así conserva la unidad.

Tao te King. Lao Tse

sábado, 17 de noviembre de 2007

Una cita para un amigo

«El hombre no resistiría un conocimiento extremo de sí mismo. Porque lo que quiere ser y lo que quiere conocer se destruyen mutuamente.» Paul Valéry

La he encontrado hoy, no la conocía, te la comunico para que sigamos debatiendo sobre la destrucción y el conocimiento.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Un soneto para C.

Esperé largo tiempo su llegada,
de un trozo de mí mismo carecía
vacua mi jornada, huero mi día
gélido aliento de la madrugada.

Movió mis cimientos como si nada
despertó la soterrada alegría
del necio que vivir ya no quería
azuzándole su alma aletargada.

Palito africano, negra melena
la del león, tres monedas propicias,
preguntas de dulce limón, sin pena,

las mejores señales: sus caricias.
Su cálida plenitud mi remanso
mi dolorido sentir su descanso.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Antonio Machado

Algunas poesías del poeta más humano que conozco.

Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.

La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando digo:

Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.

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CONSEJOS

I

Este amor que quiere ser
acaso pronto será;
pero ¿cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es Nunca jamás!

II

Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.

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Cantad conmigo a coro: Saber, nada sabemos,
de arcano mar venimos, a ignota mar iremos…
Y entre los dos misterios está el enigma grave;
tres arcas cierra una escondida llave.
La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

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Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales:
el ómnibus que arrastran dos pencos matalones,
por el camino, a tumbos, hacia las estaciones,
el ómnibus completo de viajeros banales,
y en medio un hombre mudo, hipocondriaco, austero,
a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino…
Y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero
no más? ¿O habránse todos quedado en el camino?

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Obscuro para que atiendan;
claro como el agua, claro
para que nadie comprenda.

La sangre y la Causa

"No hay nada en este mundo equiparable al aura arrebolada de la sangre y la muerte para adornar y ennoblecer, ante los ojos de los hombres, los estandartes de cualquier empresa. La sangre y la muerte no solamente aducen convicción, generosidad, altura de miras en los muertos, sino que también reflejan elevación, dignidad y certidumbre para la Causa por la que murieron. Nadie logró jamás tener tanta razón como los muertos, ni hubo nunca argumento más poderoso que sus muertes para dejar a la Causa irrefutablemente convencida de sí misma y convencidos de ella a los demás. Las muertes son las que siempre han consagrado como verdadera y justa y grande y santa cualquier Causa, y poder decir de ella " Es la Causa por la que derramaron su sangre nuestros padres y nuestros abuelos" ha sido siempre un argumento legitimador infinitamente más fuerte y más definitivo que el contenido de la Causa misma. Nunca es el contenido de la Causa el que se alega para legitimar y justificar la sangre derramada, sino ésta la que siempre es esgrimida como el aval indiscutible de la justicia, la razón y la bondad de cualquier Causa, por delirante, estúpida, inicua, criminal o sórdida que sea. Que la llamada Causa del Progreso hoy prácticamente reducida a la innovación cualitativa en la tecnología esté sujeta a accidentes no es considerado como un defecto o culpa que haya que achacarle, sino como una suerte de portazgo o de peaje que legitima la entrada en circulación de la nueva mercancía, o hasta la credencial que avala y ennoblece al portador para poder presentarla dignamente ante cualquiera. Se diría que la sangre y la muerte son a los ojos de los hombres el más seguro y acreditado título de garantía sobre el valor de cualquier cosa; y aquello que haya costado sangre y muerte aquello mismo tienen por lo más valioso."

Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado. Rafael Sánchez Ferlosio.

martes, 6 de noviembre de 2007

Futuro, vanidad

Pienso en ocasiones qué será de este pobre cuaderno virtual mío en un futuro. Me refiero a un futuro lejano, dentro de unos cien años por especificar una cifra. Dada la vertiginosa velocidad a la que hoy todo cambia, periclita o perece no es del todo segura la permanencia de registros informáticos como esta gavilla de menudencias sin demasiado fuste que me empecino en arracimar. ¿Se perderán todos estos millones de bitácoras con los sueños, reflexiones, vivencias, delirios de tanta gente al igual que desconocemos las de tantas embarcaciones varadas en el fondo del océano convertidas en pecios? ¿Seguirán siendo accesibles, sobrevivirán a las evoluciones tecnológicas pasados un puñado de años? ¿Se establecerá una especie de gran archivo universal donde se alojen y organicen todos los documentos de este cariz para que los arqueólogos, eruditos y hermeneutas futuros husmeen en nuestras vidas, diseccionen nuestras almas, cataloguen nuestros sueños y les endosen un marbete a nuestros usos y costumbres? Dice Nietzsche que en la querencia e interés por el pasado buscamos descansar de todo hoy. Esto me parece aplicable a los pronósticos sobre el futuro, tanto si son halagüeños como si son agoreros, descansamos con esta sibilítica ocupación de los sinsabores e incongruencias del presente fantaseando con un futuro que cuando se convierta en presente seguramente será más de lo mismo.

Ya no creemos en Dios ―bueno, hay algunos recalcitrantes que no se han enterado todavía de la muerte de este Señor pero seguramente no se detendrán en estos parajes invisibles― ni en la inmortalidad del alma ni en ningún tipo de vida ultramundana, hemos derribado todas las estatuas y todos los ídolos para sustituirlos por otros más absurdos y opresivos en ocasiones, sin embargo… No, no nos resignamos a perecer del todo, nos tranquiliza saber que alguien tendrá noticias de nuestro deambular por la vida cuando nos hayamos reintegrado a la nada originaria, nos reconforta la idea de que se interesarán en nuestras zozobras, nuestros triunfos, en nuestros júbilos tanto como en nuestras desdichas. “Vanidad de vanidades y todo es vanidad”, la vanidad humana es una de las pocas cosas ajenas a la mesura, desoímos las advertencias de los libros sabios, seguiremos por siempre persiguiendo humo, empleando esfuerzos y energías en establecer las condiciones que exacerban nuestra esclavitud desdeñando construir un mundo más habitable y humano, a la medida del hombre y no de las cosas creadas por el hombre: coches, aviones, máquinas, ruidos, vanidad, humo.

Me gustaría dirigirme ahora a ti, lector, exhumador binario, arqueólogo cibernético, hermeneuta virtual o quienquiera que seas llegado a esta humilde morada de eremita desde un futuro donde no quede memoria ni de uno ni de los que, por fortuna o por desgracia, le conocieron. Si te has demorado en este recodo del camino, tan real como inexistente, intuyo que serás un poco como Steppenwolf, un tanto taciturno, atribulado y pensativo con leves momentos de entusiasmo que no logran arraigar. Te gustará andar por las nubes todo el día, nefelibatas nos motejó Rubén Darío, escuchando tu monólogo interno que se te convierte en diálogo con frecuencia. Soñarás con armonías imposibles en mundos inexistentes, no comprenderás a los que te rodean porque ellos no te pueden comprender a ti y te considerarás la persona más normal sobre la faz de la Tierra porque eres distinto a todos. Te mostrarás circunspecto, por respeto y por timidez, ante los otros y se creerán que te tomas a ti mismo muy en serio cuando no haces otra cosa que desmontarte continuamente, y contigo al mundo. Tu sentido de la ironía te permitirá sonreírte de todas tus jeremiadas, fruto de cierta coquetería, aunque no te puedas resistir a abandonarte un rato a ellas. Acaso tu época sea más injusta, absurda e insustancial aún que la nuestra y los dicterios e invectivas propinados por uno a nuestra hermosa sociedad del espectáculo grandilocuente y vacuo te resulten incomprensibles, exageradas, sin justificación. Te envío un saludo desde 2007. Uno también ha intentado vivir. Siempre hay que hacerlo.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Antigualla

Escribí este articulito en el año 2000 en un periódico sindical.

Ocho, ocho, ocho.

Uno de los pocos argumentos rescatables de la doctrina cristiana es el de ver al trabajo como un castigo y una maldición divina. A pesar de los reproches que se pueden hacer a esta antigua secta, su visión del trabajo es mucho más moderna y acertada que la de la época actual, en la cual el trabajo ha llegado a ser un bien deseable en sí mismo y, para algunos, la dignificación del ser humano.

Parece un anacronismo seguir reivindicando en el año 2000 lo que debiera estar superado desde hace ya mucho tiempo, como son los tres famosos “ochos” en que se dividirían las veinticuatro horas de un trabajador: ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de sueño. Esta reivindicación tiene ya más de un siglo y los trabajadores que gozan hoy de estas condiciones son una minoría privilegiada. Teniendo en cuenta el avance tecnológico actual, y aún poniéndole reparos a esta fórmula pues, por ejemplo, no siempre se tiene en cuenta el tiempo de desplazamiento hasta el puesto de trabajo, además del empleado en necesidades básicas (alimentación, aseo, etc.), que tenemos que restar al ocio o al sueño, supone una negligencia, por no decir una iniquidad, de esta civilización no tener logrado ni tan siquiera esta pequeña recompensa para quien está obligado a trabajar para vivir. Nótese bien: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

A mediados del siglo XIX, Henry David Thoreau dijo: “me gustaría sugerir que una persona puede ser industriosa y sin embargo no utilizar correctamente el tiempo. No hay peor inepto que aquel que gasta la mayor parte de su tiempo en ganarse la vida”. Creo que esto es más cierto ahora que en el momento en que fue escrito.


Lo malo no es que pueda seguir afirmando lo mismo en este 2007, sino que uno no consigue atisbar propósito de enmienda, por leve que éste pudiera ser.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Raíces en la escalera

Hace unas semanas murió un tío mío, hermano de mi padre. Se acercó por esas fechas mi prima, su hija, hasta nuestra casa para comentar los detalles de su muerte, los preparativos para el entierro y demás circunstancias que rodean estos trances. Había muerto el hombre tras varios años de complicaciones en su salud de todo tipo, el tramo final fue duro para su familia con un desenlace esperado e ineluctable que hubo de aguardarse durante meses en los cuales su cuerpo se fue consumiendo, apagándose poco a poco hasta la extinción final.

Estos sucesos luctuosos dan lugar a confidencias íntimas sobre nuestros sentimientos, experiencias y vivencias en torno a nuestros muertos y su tránsito. Comentaba mi madre a mi prima que los zuecos de su padre emitían un sonido característico cuando subía la escalera externa de piedra que conduce al piso superior de nuestra casa, de dos plantas. Ella se acordaba de cuando él ascendía por la escalera con mis hermanos mayores no tuve la suerte de conocer a mi abuelo― a caballito haciéndoles carantoñas y jugueteando con ellos y cómo ella, después de muerto mi abuelo, siguió oyendo durante bastante tiempo el taconeo característico de sus zuecos mezclado con las risas y la algarabía de mis hermanos al subir la escalera. Fue en este momento cuando se disparó mi resorte anímico trasladándome a la muerte de mi padre.

El teclado que ahora mismo estoy aporreando está situado en una mesa adosada a una pared por cuya parte externa discurre la escalera a la que antes aludía. Sentado a esta mesa he pasado y paso muchas horas leyendo, pensando, soñando y también, desde hace un tiempo, escribiendo. Nunca tuve una relación padre-hijo profunda con mi padre, sin habernos llevado nunca mal, tampoco habíamos acabado de congeniar del todo, quizás porque nuestras sensibilidades se encontraban demasiado alejadas, a una distancia insalvable, diría yo. Era un hombre afable, con un gran don de gentes y una simpatía natural que la precaria salud padecida durante casi toda su vida no logró mitigar. A la hora en que él se disponía a completar su diaria ronda nocturna por las tabernas de las cercanías, yo solía estar acodado a esta misma mesa o en sus aledaños, cultivando mi jardín, escuchaba sus pasos vacilantes, premiosos descendiendo los peldaños. Tenía problemas circulatorios en las piernas y no podía andar bien, aventuraba primero un pie, cuando éste estaba afianzado sobre la baldosa del escalón inmediatamente inferior se le iba a reunir el otro, una vez conquistado este terreno a por el siguiente, así sucesivamente hasta completar la bajada de los diecinueve escalones que componen la escalera.

Bien, después de su muerte, de la que he hablado en otro sitio, me sucedió exactamente lo mismo que refería mi madre, continué oyendo el descenso de mi padre por la escalera durante una temporada hasta percatarme de lo ilusorio de esta percepción. Ocurrió también en esta época que tuve varias veces un sueño apocatastático sentido como muy real, soñaba que todo había sido fruto de un error, mi padre no estaba realmente muerto, todo se debía a una trágica confusión, las cosas retornarían a su punto de partida. Supongo que uno añoraba el sonido del golpeteo machacón y titubeante de sus pies sobre nuestra escalera.

Quiero dejar aquí un recuerdo para Antonio, mi abuelo, para Chucho, mi padre y para Luis, mi tío.

sábado, 3 de noviembre de 2007

El celoso

Tengo celos de la brisa
que le ondea sus oscuros cabellos
y le acaricia la frente,
de la luz que le ilumina los ojos
y del espejo que le devuelve su sonrisa.


Tengo celos de la orilla del río
por la que ella pasea,
de las hojas caídas de otoño
que sus pies hollan.


Tengo celos del tabaco que fuma,
del gato al que achucha,
del árbol al que sus brazos rodean,
de Baco cuando se desliza por el interior de su cuerpo
proporcionándole calor y contento,
del agua, su elemento, cuando la baña
abarcando toda su piel en un único abrazo.


Tengo celos de la gente que le rodea
cuando yo no estoy,
celos de mí mismo
cuando estoy con ella.


Celos de la misma muerte
que un día la acogerá en su frío regazo para siempre.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Laberinto

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

No quieres que tu sombra mancille su luz, no te lo perdonarías, sin embargo deseas la compañía de su cálido destello. Sabes que no soportas demasiada intensidad lumínica. No puedes. No te acostumbras. No podrías seguir viviendo a oscuras.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

Teseo sabe que necesita el hilo de Ariadna para abandonar el laberinto. Teseo es consciente de que deberá hacerlo solo, únicamente por su propio pie dejará atrás el recinto de muros mohosos. Sus paredes están cubiertas de espejos, Teseo no se reconoce en todos ellos, unos le devuelven imágenes de seres grotescos, patéticos; otros, de monstruos horribles por cuyo cuerpo resbala una sustancia negra y pringosa como la pez; por último, hay algunos en los que se insinúan de forma vaga y nebulosa gráciles figuras calmas que miran de frente, sin gesticular. Uno de los inconvenientes de Teseo es su amor por el polimorfismo, la vanidad de querer mirar en todos los espejos de todas las estancias de la abstrusa construcción, plagada de espinas y objetos punzantes.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.

No debieras abandonar tu propensión a la claridad, el afán por entender y ser entendido. No debes explicarte, quejarte, te cansa ya tu inveterado lamento. No juegues con las palabras. No hagas pastiches, collages. No es lo tuyo. No digas tanto no.

Laberinto la vida, laberinto la muerte, / laberinto sin fin, dice el Maestro de Ho.*

*Primeros dos versos del poema Laberinto de Henri Michaux.