martes, 1 de enero de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Sexta.

Pesimista al enjuiciar la realidad, optimista al encararla.


Sobre los mítines. ¿Qué se puede esperar de una reunión a la que los asistentes acuden predispuestos a agitar banderas y aplaudir, a jalear y vitorear a un orador en cuanto éste se pone a vociferar independientemente del contenido de sus berridos, todo ello amenizado por una música repetitiva y machacona y ambientado con la repetición de eslóganes de pacotilla, gigantescas imágenes de jetas —retocadas para la ocasión— de sonrisa autocomplaciente y de vulgares recetas para la felicidad de la patria, grande o chica?


Sólo quien sabe apreciar las cosas que se le entregan sin esfuerzo merece que hagamos el esfuerzo de entregárselas.


La religión y el Dios del amor lo primero que solicitan a sus adeptos al entrar en uno de los locales destinados al culto de tan preclara doctrina es la prosternación ante el sagrado tabernáculo. Quien ama a alguien no le hace arrodillarse ante sí.


Mundo real y mundo propio. Convertir en realidad nuestro mundo propio y lograr apropiarnos del mundo real.


Hay que desaconsejar el trabajo, derribarlo de su pedestal, despojarlo de su condición de incontestable dogma contemporáneo, aceptado, casi universalmente, sin la menor crítica, quizás así se convierta en lo que debe ser: una actividad destinada a subvenir nuestras necesidades vitales que no coarte ni determine nuestra existencia por completo ni decida, por sí misma, lo que como personas somos o dejamos de ser.


La verdadera modestia no implica el menosprecio de los propios méritos.

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