martes, 22 de enero de 2008

Una visión del trabajo contemporáneo

La abundancia de objetos de consumo que se observa en las metrópolis industriales apenas llega a encubrir la más profunda frustración e infelicidad creada en los individuos por este sistema que hace progresar sus insatisfacciones a ritmos muy superiores a los pobres medios de consolación que ofrece para colmarlas. Frustraciones que culminan en la paradoja de que existiendo conocimientos técnicos y científicos que permitirían mejor que nunca a los individuos disfrutar de la vida y desarrollar libremente su personalidad, el tipo de sociedad en que vivimos impone cada vez más trabas para ello.

Los individuos no sólo pueden tratar de evadirse a sus frustraciones íntimas, a sus dudas acerca del sentido de la vida o de su propia identidad dando rienda suelta a su ansia de apropiación y de ostentación participando, en la medida que se lo permite su capacidad adquisitiva, en la carrera del consumo. El sistema ofrece otra vía de evasión complementaria a la anterior: la de entregarse a la práctica compulsiva de un trabajo alienante. Este impulso interior que empuja a los individuos hacia un trabajo no gratificante ―que al decir de Fromm ha constituido “una fuerza productiva” no menos importante que la máquina de vapor o el uso de la electricidad― ha entrado en juego precisamente cuando el proceso de secularización de los conocimientos había despojado al trabajo de su antiguo significado ritual que lo hacía más llevadero y cuando el trabajo industrial desplazaba a aquél otro más completo y creativo de los artesanos. Es precisamente cuando el trabajo aparece reducido a unidades de tiempo y esfuerzo en las que se agota la vida de los individuos, cuando la ideología dominante empieza a reforzar su impulso masoquista hacia ese trabajo alienante, ensalzando como un hecho altamente estimable su dedicación a él y glorificándolo al atribuirle la gracia de ser fuente de todo valor. Pues es sobre este patrón de comportamiento sobre el que se asienta el actual modelo de sociedad, que prefiere el mundo muerto de las máquinas a la diversidad de los organismos vivos o la obediencia asegurada del robot a las reacciones imprevisibles del ser humano, tratando de reducir a éste a la calidad de aquél.

La economía en evolución. José Manuel Naredo.


No hay comentarios: