lunes, 29 de octubre de 2007

J.C., el benigno constructor de sí mismo

Las personas que nos consideramos muy discretas sin serlo nos perdemos a veces en problemas complejos, digresiones torturantes, complicaciones inanes, esas que nos destruyen sin construir nada a cambio, desdeñando adentrarnos en los misterios simples y cotidianos, esas maravillas modestas que la vida nos puede ofrecer con sólo prestar cierta atención. Nosotros necesitamos a personas como J.C. que tienen la habilidad de ponernos en contacto con la parte de la realidad (visible e invisible) de cuya frecuentación carecemos. Podríamos decir, que a uno le gusta más dar golpes con la piqueta y a él ir apilando con cuidado ladrillo tras ladrillo pero, aun pudiendo parecer esto contradictorio, nuestro edificio es común.

Llevo disfrutando de su compañía desde que éramos casi niños. Nuestra amistad es flexible, como toda amistad auténtica, ya que este tipo de relaciones tienen la virtud de soportar las inevitables tensiones que el desgaste consuetudinario genera gracias a su elasticidad. Ha habido épocas de mayor distancia física y anímica, otras más cercanas; comprensiones profundas y desencuentros importantes pero eso que llevamos construyendo desde hace años entre los dos nunca ha estado en peligro, uno con la piqueta y J.C. con la espuerta de argamasa preparada para seguir(se) construyendo.

Dice Aristóteles que la verdadera amistad sólo puede conferirse a una persona. Siempre he creído en la verdad de este aserto ya que es a J.C. al único al que siempre he podido llamar amigo. Cree uno mucho en las afinidades electivas en lo que al contacto humano se refiere, eso fue lo que pasó cuando le conocí, reconocimiento inmediato de nuestra afinidad a pesar de ser muy distintos para ciertas cosas. Le he visto realizar varios prodigios: ha matado un demonio, que uno, torpe, no supo detectar; se ha enfrentado, casi en solitario, a la estupidez humana engalanada de burocracia; caminó, solo, de este a oeste para encontrarse a sí mismo durante varias semanas y quién sabe lo que podrá acometer en el futuro, cada vez tiene más fuerza. Ha alcanzado la inocencia del niño que no tiene miedo a preguntar, que busca satisfacer su curiosidad por haber comprendido la inutilidad de la prudencia en ciertos ámbitos. Por si todo esto fuese poco, gracias a él he conocido a la Maga del Sur, pues sabe detectar a los seres especiales por ser él mismo uno de ellos. Hay quien afirma que los triángulos son poder.

Estos últimos días han sido extraños para uno: reveladores, mágicos, dolientes, hermosos, con algunas experiencias que superan todo sentido y en las que J.C. ha sido uno de los dos protagonistas principales, el reparto lo completa una persona aficionada a los cítricos. Mi deuda con él, inmensa, se ha convertido desde estas jornadas en imperecedera. Me ha enviado un mensaje que sólo los mediadores, discípulos de Hermes el mensajero, son capaces de concebir, estos farautes realizan interpelaciones conscientes que zarandean al interpelado liberando en él cosas que llevaban demasiado tiempo aherrojadas en la mazmorra del yo, siempre el mísero y pequeño yo.

Lamento mi impericia para poder hablar de ti sin transgredir nada íntimo y hacerte justicia al mismo tiempo. Sólo quería que figurases como te mereces, en toda tu verdad y realidad, en esta estancia etérea que últimamente, sin poder uno evitarlo, se le ha ido poblando de ángeles, damas extrañas, caballeros de otras épocas y demás fauna. Gracias amigo J.C.



PS: J.C., se me olvidaba comentar la extraña visita que recibí un par de días atrás. Tú estabas enredado en tus guerras nocturnas, yo estaba descansando arropado por las alas del ángel del limón dulce, su aliento me brizaba, su calidez se había mezclado con mi frialdad y formábamos una unidad en ese momento; de pronto vi, atemorizado, que la hermosa dama de blanco venía a visitarme otra vez. Esta mujer siempre me impone respeto. Cuando se acercaba, al ver al ángel a mi lado, esbozó una sonrisa y se dirigió hacia mí. Su semblante cuando me miró ya no era torvo como solía, tampoco alegre, podría describirse como de serenidad expectante. Volvió a extender su brazo enseñándome el puño, esta vez era el izquierdo y los músculos se encontraban distendidos, cuando abrió la mano vi sobre su palma a una mariposa blanca, ligera, de una levedad áurea. Empezaba a batir sus alas.

jueves, 25 de octubre de 2007

miércoles, 24 de octubre de 2007

Recuerdos de un ángel

Esta es una de esas tardes desocupadas y ociosas que uno añora cuando no tiene oportunidad de disfrutarlas y que cuando están a su disposición no sabe muy bien en qué emplearlas, cómo rellenar su transcurso, con qué poblar estas horas de tedio y mesurada desolación. Es curiosa la forma en que la mente codifica y archiva nuestros recuerdos, nuestras vivencias. Acontecimientos nimios, o que así nos lo parecen, quedan fijados en la conciencia como si allí hubiesen sido grabados con un hierro candente, en cambio otros sucesos, más próximos en el tiempo o que en el momento de ocurrir nos parecieron importantes en nuestra vida, se van diluyendo sin dejar el menor rastro.

Uno de mis recuerdos más tempranos tendría unos cuatro años– se remonta a cuando empecé a asistir a unas clases particulares que impartía una vecina nuestra. Sé que suceso tan baladí quizás no mereciese ser reseñado ni tan siquiera en este humilde cuaderno virtual, pero lo significativo de esta reminiscencia para mí no es su pobre contenido sino la forma en que se me presenta, su visualización, la manera en que uno “ve”, se “ve” a sí mismo al rememorarlo. Para llegar desde mi casa hasta la de Doña Margarita, la dulce, paciente y sufrida maestra, había que recorrer un breve trayecto por una pista asfaltada que arribaba a la parte cimera de un estrecho y pedregoso camino al final de cuya pendiente se encontraba la “pasantía”, mi primera escuela. Pues bien, en este primigenio recuerdo me veo ese primer día a mí mismo desde fuera, me estoy observando como dicen que les sucede a las personas que tienen experiencias próximas a la muerte, es como si mi mente fuese el objetivo de una cámara que, situada al final del camino que conducía a esta casa donde recibí mis primeras enseñanzas, estuviese enfocándome a mí y a mi hermana (mi hierofante para la ocasión) en la parte alta del sendero, justo al borde de la carretera, ya dispuesta ella a dejarme sólo ante lo desconocido y uno, con sus pantaloncitos cortos de la época, su bolsa de plástico con asas donde llevaba sus precarios adminículos de discente bisoño y con su cara de…

Otro recuerdo, real y verdadero, más reciente aunque no podría datarlo con exactitud, que hoy se me ha insinuado tiene otro protagonista además del que junta estas letras. Estaba esperando en cierta oportunidad un autobús para dirigirme a la ciudad. La parada se encontraba bastante concurrida en ese momento, ubicada en un núcleo semiurbano, eran las primeras horas de la tarde que suelen ser las de mayor afluencia de usuarios de este tipo de transporte. Decía que aguardaba en la parada cuando un hombre de mediana edad que estaba paseando por la acera que cruza el lugar destinado a subirse y apearse del autobús se paró delante de mí. Su aspecto era desastrado sin llegar a evidenciar una indigencia extrema y al mismo tiempo había algo en su persona que le confería cierta distinción. Me pidió con cortesía si le podía decir la hora. Se la dije y acto seguido, el hombre se remangó el brazo izquierdo dejando descubierta la muñeca en la que había un reloj de apreciable calidad, comentó: “Veo que anda bien”. Me miró con una sonrisa franca en los labios, sin asomo alguno de burla ni mofa hacia mi persona, me tendió su mano que acepté, y después de darme las gracias, me felicitó la Navidad, ya que todo esto sucedió en esa época del año.

Algunas veces he meditado sobre este asunto trivial en apariencia y algo raro. He llegado a la conclusión de que este hombre era un ángel, un poco parecido a ese otro, Clarence, que sale en ¡Qué bello es vivir! y quería ganarse sus alas conmigo; pero después, reflexionando más a fondo, he considerado que, para ganarse sus volátiles apéndices, seguramente las celestes autoridades le exigirían alguna misión de más enjundia y provecho, dudo que en el Cielo estén libres de la ortodoxia utilitaria, tampoco oí el tintineo de ninguna campanilla cuando el se marchó. En realidad, debía de tratarse de un ángel desangelado, acaso desdeñado por los coros celestiales, esquivado por tronos y potestades, orillado por los serafines y los querubines, no admitido entre los arcángeles que reconoció a un espíritu afín y quiso reconfortarle con un apretón de manos para hacerle sentirse, y de esta forma sentirse él mismo, un poco más amparado en su desamparo.

Ay, estas tardes otoñales, tristonas, deslucidas, nos introducen en peregrinos vericuetos, nos enmarañan en su viscosa liga y… oigo unos aldabonazos en la puerta. Discúlpadme, vuelvo enseguida.

Ya estoy aquí de nuevo, perdón por la interrupción. Era una peculiar mujer la que preguntaba por uno. Vestía un traje talar blanco. Cuando le abrí la puerta se le dibujó un gesto de severidad en el rostro, por lo demás hermoso. Extendió su brazo derecho hacia mí. Tenía el puño bien cerrado y apretado, fue abriendo su mano pausadamente hasta que pude ver, sobre la nívea palma, un pajarito negro con el pico abierto, muerto por asfixia.

domingo, 21 de octubre de 2007

Las palabras compuestas

Me gustan las palabras compuestas. Suelen ser bastante expresivas, su significado se deduce con facilidad sin tener unos grandes conocimientos léxicos ni etimológicos, supongo que esto es debido al origen popular y coloquial de muchas de ellas.

No soy aficionado a los placeres de la mesa pero envidio en cierta forma a los tumbaollas, me gusta observar su cara de satisfacción cuando embaúlan esas ingentes cantidades de alimentos, en cambio, mi sensibilidad está más distante cuando se trata de tragaldabas, éstos suelen tragar de todo, no sólo comida. Sin ser un comecuras, mis efervescencias religiosas son bastante tibias por no decir nulas. Frecuento más la alígera compañía de los librepensadores, su contacto es más beneficioso que el de los que intentan imponernos sus dogmas a machamartillo, para estos hombres de negro, los correveidiles del Señor, soy un tragafees.

No se me da muy bien la inexcusable interacción con la fauna humana, ¿cómo soportar la conversación de un pisaverde?; ¿quién confiaría en un pinchaúvas?; ¿emprenderíamos algo con un saltabancos? Mi tendencia a la apatía me impide sufrir a los buscarruidos, no congeniaría con un calvatrueno y no soportaría los tejemanejes de un fementido. Sin embargo, desearía relacionarme con azotacalles y vagamundos, incluso convertirme en uno de ellos, llevar en un porsiacaso mis modestas posesiones y cazcalear a mi gusto por el mundo adelante aunque bien sé que no lo lograría, uno está más próximo a ser un ganapán. Desdeño a los sabelotodo que han adquirido su supuesta erudición a través de simples remediavagos y no han profundizado nunca en nada, se saben todas las cifras, estadísticas y datos del mundo pero debajo de esa apariencia no suele haber verdadero conocimiento.

Tengo unos sueños extraños cuando estoy en duermevela, más que sueños son como suaves delirios generados en los intersticios de la conciencia que no llegan a alcanzar plenamente el reino de lo onírico, una especie de trampantojos que me parecen ora reales ora imaginarios.

Por hoy ya está bien de este pasatiempo, creo percibir la impaciencia de los improbables lectores de este portafolio virtual, algunos ya estarán iracundos y cejijuntos acaso con la damajuana llena de agua hirviendo preparada para escaldarme o dispuestos a propinarme un binario puntapié convirtiéndome en un hazmerreír. A mí me gustaría, no obstante, que me regalasen un ramo de nomeolvides.

Otro día puede que sigamos con este trabalenguas.


viernes, 19 de octubre de 2007

El guardador de rebaños

Si pudiera morder la tierra entera
y sentir su sabor,
y si la tierra fuera algo para morder
sería feliz un instante…
Pero no siempre quiero ser feliz.
Hace falta ser infeliz de vez en cuando
para poder ser natural…
No todo es días de sol,
y la lluvia, cuando escasea, se pide.
Por eso tomo la infelicidad y la felicidad
con naturalidad, como quien no se extraña
de que haya montañas y llanuras
y de que haya rocas y hierba…

Lo que sí hace falta es ser natural y calmo
en la felicidad o en la infelicidad,
sentir como quien mira,
pensar como quien anda,
y cuando se va a morir, acordarse de que el día muere,
y que el poniente es hermoso y es hermosa la noche que queda…
Y que si así es, es porque es así.

Alberto Caeiro. Fernando Pessoa

miércoles, 17 de octubre de 2007

Se busca empleador

Según los sedicentes expertos en la economía patria y de parte del Universo, el 2006 ha sido el mejor año económico en la Historia de la nación (me refiero a España) desde que se instauró la democracia. Uno, al enterarse de este dato, en su ingenuidad e ignorancia piensa: esto es magnífico, ahora se aprovechará para mejorar las condiciones económicas y laborales de los trabajadores, se subsanarán algunas deficiencias, se compensará de alguna manera a las personas que menos se favorecen de esta supuesta bonanza y todos seremos muy felices en la piel de toro. Pero no. Se apresuran los prebostes del mercado a desengañarnos a los fantasiosos e ilusos que nos abandonamos a estas pueriles cavilaciones. Hay que seguir así, conteniendo los salarios para que no se dispare pudiendo herir a alguien la inflación, poniendo, de este modo, en peligro la creación de empleo abocándonos a una recesión económica, es decir, lo que estas luminarias de occidente llevan diciendo desde hace ya muchos años tanto en épocas boyantes como recesivas.

Lleva uno buscando infructuosamente trabajo desde hace un tiempo y se sorprende con ciertos requisitos, algunas cláusulas y condiciones de las ofertas de empleo: “se busca persona dinámica y con ganas de trabajar” pero, ¿no es suficiente con ir al trabajo y cumplir la jornada?, aún encima, ¿hay que tener ganas?; “se ofrece alta en la S.S.” muchas gracias, gran extra a tener muy en cuenta; “se valorarán conocimientos de informática, inglés, francés y electrónica” … para un puesto de mozo de almacén con salario de… mozo de almacén; “disponibilidad para trabajar a turnos y flexibilidad en los horarios” lo que en román paladino viene a significar que pones tu vida y tu tiempo a disposición de los muníficos empleadores. Ya me he cansado. Voy a cambiar de táctica, paso de demandante a oferente. Esta es mi oferta:

OFERTA:

  • Se busca empresario honrado dispuesto a remunerar apropiadamente, con sentido de la justicia retributiva, a sus trabajadores.

REQUISITOS:

  • No se precisa ni dinamismo ni laboriosidad, más bien se valorará la tranquilidad y la capacidad de relajación, si puede ser, llegando hasta la abulia. Sus trabajadores lo agradecerán. Si el candidato ha alcanzado ya la ataraxia, el puesto es suyo.

CONDICIONES:

  • Los horarios estarán pergeñados de forma que el trabajador no se olvide de que sigue siendo un ser humano cuya vida no se reduce a inmolarse en una tarea diaria para ganarse el pan.

  • No se requiere la organización de comidas de empresa confraternizadoras en las que la hipocresía y la estupidez suelen formar parte del convite. Esto supondría un pequeño ahorro.

  • Se remunerarán todas y cada una de las aptitudes solicitadas para el puesto sin dar por sentado que éstas son una dádiva gratuita y generosa por parte del trabajador.

EXPERIENCIA:

  • Mínimo de 5 años en la ejecución de estas prácticas contrastada por medio de referencias solventes.

INSCRIPCIONES EN LA OFERTA:

  • 15 (de momento)*

* No se desalienten los posibles interesados, estamos en fase de preselección, luego vendrá la selección, más tarde la confirmación del seleccionado, después la entrevista, a continuación una pequeña prueba de aptitud y, finalmente, un comité de sabios decidirá qué empresario es el idóneo para emplearme. Gracias de antemano.

martes, 16 de octubre de 2007

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Cuarta

Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón, dice Machado, a mí, más que helármelo me lo inflaman, exacerban sus pulsaciones, convulsionan mis tripas. Las dos me desesperan, me jeringan y… me entristecen por igual.


La vida es un proceso de autodestrucción vivido conscientemente por unos, ignorado para otros. Cuando uno conoce se destruye.


“… podrían convertirse en motores individuales de progreso social y económico”. Así ve la Ministra de Vivienda a los jóvenes que buscan emanciparse del nido paterno.


Joyce sobre el Ulises: “Puse tantos enigmas y rompecabezas que mi obra mantendrá ocupados a los profesores discutiendo por siglos lo que quise decir: es la única manera de asegurarse la propia inmortalidad”. La única no, ahí están: Homero, Platón, Cervantes, Baudelaire, Schopenhauer, Tolstoi, Nietzsche, Proust…


Puede que la Historia enseñe algo, pero la incapacidad de aprendizaje del hombre en este ámbito es tan palmaria que todo este conocimiento de siglos no vale de nada.


Pasar por la vida sin herir innecesariamente a los demás. Ésta es toda mi ética.

La colina

¿No me has visto nunca, Platero, echado en la colina, romántico y clásico a un tiempo?

…Pasan los toros, los perros, los cuervos, y no me muevo, ni siquiera miro. Llega la noche, y sólo me voy cuando la sombra me quita. No sé cuándo me vi allí por vez primera, y aún dudo si estuve nunca. Ya sabes qué colina digo: la colina roja aquélla que se levanta, como un torso de hombre y de mujer, sobre la viña vieja de Cobano.

En ella he leído cuanto he leído y he pensado todos mis pensamientos. En todos los museos vi ese cuadro mío, pintado por mí mismo: yo, de negro, echado en la arena, de espaldas a mí, digo a ti, o a quien mirara, con mi idea libre entre mis ojos y el poniente.

Me llaman, a ver si voy a comer o a dormir, desde la casa de la Piña. Creo que voy, pero no sé si me quedo aquí. Y yo estoy cierto, Platero, de que ahora no estoy aquí contigo, ni nunca en donde esté, ni en la tumba, ya muerto, sino en la colina roja, clásica a un tiempo y romántica, mirando, con un libro en la mano, ponerse el sol sobre el río…

Platero y yo. Juan Ramón Jiménez.

domingo, 14 de octubre de 2007

La mujer de la negra melena

Cuerpo magro y grácil,
idóneo para la alada tarea
de transportar los dones
hasta sus receptores,
de mediar entre las almas que se ignoran,
de paliar ese indeseado aislamiento.
Sus negros cabellos refulgen
con una luz diáfana,
ya que el destino ha querido
que su presencia,
dotada de un inusual resplandor,
intimide a los demonios que nos parasitan
tratando de extender la negrura,
disuadiéndolos de su pestífera ocupación.
Voz clara, firme,
brotada de una fuente hialina y pura.
Escuchándola se revela
la ausencia de turbiedad
en un espíritu que se conoce
y se posee a sí mismo.
Un leve gesto de contrariedad
se insinúa a veces en el bello rostro
es cansado dar siempre,
pero esa breve mácula
no logra arraigar
en un sitio que la alegría y el dolor
han esculpido de forma tan armoniosa.


El negro crascitar de los alicortos cuervos de oficina
no podrá ahogar la resonancia de sus conquistas.
¿Qué sabrán ellos del Reino donde ella,
con maestría y dulzura,
ejerce su autoridad?
Pues sus dominios son
los de la gracia y el sentimiento,
la comprensión y la dádiva.
Es ella la que me dicta estos
que pretenden ser versos,
yo únicamente soy su dócil amanuense.
Es por eso que sé
que la belleza les ha insuflado
su mágico vuelo.


“La vida es una maravilla”.
¡Si uno pudiese verla a través de sus ojos!

miércoles, 10 de octubre de 2007

La vieja sirena

En la mar hay un cangrejo incapaz de fabricarse un caparazón y camina en carne viva, desnudo, vulnerable, a la merced de un roce, de un arañazo en el coral… Se protege buscando una concha vacía que no es la suya y se refugia metiéndose dentro.

La vieja sirena. José Luis Sanpedro.

sábado, 6 de octubre de 2007

Juan Boscán. Soneto

Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.

Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.

No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas.

Que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló,
no por eso serán mejor curadas.

Juan Boscán

Nuestros mayores y la educación

Vivo en una casa pequeña ubicada en las afueras de una ciudad mediana lo que supone una ventaja grande. La propiedad contiene una porción de terreno en su parte delantera donde suelen aparcarse dos o tres coches. Para facilitar la salida de los vehículos hay dispuesta una corta pero empinada rampa de cemento que desemboca en una carretera con cierta pendiente. La compensación de estas dos inclinaciones rampa y carretera, que están en oposición, provoca que en uno de los laterales de la cuesta de salida se forme una especie de poyo con una altura óptima para el asiento de una persona que, al mismo tiempo que queda a resguardo de la escasa circulación soportada por la carretera, no estorba el libre tránsito de los automóviles de la vivienda. La vía comunica con un polígono industrial de creación algo reciente y poco desarrollado todavía. Con escaso tráfico, sus calles son amplias, con buenas aceras, zonas ajardinadas con bancos y alguna que otra instalación deportiva. Todas estas circunstancias lo convierten en un destino atractivo para las personas mayores, que pueden ir a pasear por la zona con tranquilidad, sin estar preocupados de que algún desaprensivo cabalgando cuatro ruedas les pase por encima y sin tener que divisar un continuo desfile de chatarra motorizada.

Uno de estos días, fui a depositar unas bolsas de basura en los contenedores que se encuentran a unos diez metros de la salida de mi casa. En esa especie de asiento al que antes he hecho mención, se encontraba sentada una anciana tomándose un respiro antes de proseguir la caminata con un bastón situado a su izquierda. En el trayecto de ida hacia los contenedores me la encontré de espaldas, no le dije nada. Una vez dejado el cargamento me dispuse a volver hacia casa, esta vez ya me cruzaba con ella de frente por lo que, a pesar de no conocerla, le iba a saludar, un simple “hola” de cortesía. Me estaba acercando a su altura ya preparado para proferir el saludo cuando la mujer me dijo: “Señor, ¿le molesta que esté aquí sentada?”. No supe reaccionar en ese momento, ocioso es decir que la buena señora no causaba ninguna molestia allí sentada, me sorprendió tanto esa muestra de respeto en una persona tan mayor hacia alguien mucho más joven que ella, esa consciencia de que uno no está solo en el mundo y hay que tener en consideración al otro incluso en una cuestión tan banal y en cierto modo innecesaria como ésta que tardé un par de segundos en responderle, le contesté: “No molesta en absoluto, puede quedarse ahí todo el tiempo que quiera”.

Quizás la mujer sólo pretendía iniciar una breve conversación con la que pasar un poco el rato; quizás estas muestras de educación que he observado con bastante asiduidad en personas de cierta edad, incluidas aquellas que no han podido acceder a una educación letrada, sean consecuencia de haberse formado en una sociedad más cerrada que la nuestra, donde la subordinación al principio de autoridad era férrea e incontestable. En cualquier caso, a mí siempre me agradan y me admiran cuando soy testigo de ellas.

jueves, 4 de octubre de 2007

Verso de Ausias March

Verso de Ausias March encontrado casualmente en un suplemento cultural: “Qui no és trist, de mos dictats no cur” [“Quien no esté triste, que no se preocupe de mis escritos”]

lunes, 1 de octubre de 2007

Spleen


Yo soy como el monarca de un lluvioso país,
rico, pero impotente, joven, pero decrépito,
que huyendo de sus ayos que le hacen reverencias
se aburre con sus perros y demás animales.
Nada puede alegrarlo, ni capturas, ni halcones,
ni su pueblo que muere al pie de su balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
ya no distrae la frente de este enfermo cruel;
su blasonado lecho, en tumba se convierte,
y las doncellas que hallan hermoso a cualquier príncipe,
no aciertan a encontrar la indumentaria impúdica
que obtenga una sonrisa del joven esqueleto.
El sabio que fabrica su oro, nunca ha podido
extirpar el humor que corrompe su ser,
y en los baños de sangre heredados de Roma
que, cuando ya son viejos los grandes recuperan,
no ha sabido templar ese torpe cadáver,
donde hay, en vez de sangre, verde agua del Leteo.

Las flores del mal. Charles Baudelaire