lunes, 29 de septiembre de 2008

Saetas, breves decires, delirios al por menor. Serie Undécima


Esos detalles nimios, tan insignificantes en apariencia, pero que tanto importan.


Por muy bella que sea la tierra donde nacimos, no debiéramos encomiarla en exceso. Cuando alguien se pone a ejercitar el elogio del terruño, incluso tratándose de personas sensibles e inteligentes, suele producir una impresión de provincianismo infantil, de irracional abandono a una sentimentalidad inmadura que, tomada demasiado en serio y convertida en el principal —y con frecuencia único— referente ideológico del individuo, ya sabemos a donde conduce.


No involucrarme en ninguna actividad, proyecto o asociación ni defender ni acatar ninguna ideología, creencia o pensamiento que conculque mi independencia.


Raramente me propongo ya descifrar textos escritos con vocación críptica o hermética. No entiendo el que alguien llene páginas y más páginas repletas de frases y periodos oscuros, sin sentido, o con un sentido solamente accesible para su autor o para un grupo de ufanos y doctos iniciados que suelen conformar el conciliábulo de exegetas, muñidores y guardianes de la recta doctrina verdadera. Únicamente lo que, en teoría, pudiera ser accesible para todos, universal, tiene valor y puede trascender su origen. Antes pecar de obvio que de ininteligible.


La fuente de los sueños mora en todos nosotros, pero sólo unos cuantos —muy pocos— conocen el sendero que conduce hasta ella. Esos pocos también saben que de la misma fuente brotan las pesadillas y los demonios.


No pretendo originalidad en nada sino autenticidad en todo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Suscribo todos los puntos, en especial los dos primeros.

Respecto al lenguaje críptico, no me gusta en filosofía; ahí sí creo que se pueden expresar ideas complejas con palabras sencillas (Schopenhauer) y no tejer un tupido velo retórico que asfixia los conceptos (Hegel). En poesía, en cambio, no creo que haya lenguajes crípticos: hay diferentes honduras de lenguaje, y un poema no es mejor porque su sentido sea evidente, y unívoco, en una primera lectura. Si esto fuera así, Luis García Montero sería superior al hermético Celan, y a todas luces no es así. Por lo tanto, en mi opinión, claridad expositiva, en prosa sí; en verso, depende... y no olvidemos, si nos vamos al cine, que algunas películas no son transparentes a la manera de la prosa; son transparentes a la manera de la poesía...

Me alegra comprobar que sigues en buena forma.

Abrazos

F. dijo...

Puede que lleves razón en lo que dices. Quizás la poesía conecta con nuestra parte más sentimental e irracional, por lo que a veces no sigue ni debe seguir las directrices de un discurso lógico, por denominarlo de alguna forma, ya que nuestra alma tampoco lo sigue. Aún así creo que siempre es posible la inteligibilidad o, al menos, la pretensión de comunicarse, de que nos comprendan. Supongo que en esto también tiene su influencia la idiosincrasia personal del lector. Existen personas que gustan del caos, se sienten cómodas en lo informe, en lo indefinido y multívoco, se sienten constreñidas si se ven obligadas a amoldarse a un orden, a una rutina o a una pauta más o menos establecida. En cambio otros necesitan, necisitamos, un cierto equilibrio, una ordenación clara y constatable (a mí me tildan de cuadriculado en ocasiones), padecemos un afán irrenunciable de claridad, de comprensión, de cierta armonía para no andar perdidos por la realidad, o las realidades, para no naufragar aunque seamos conscientes de lo vano y ridículo de intentar embutir la diversidad de lo dado en un esquema cualquiera.

El cine juega con la ventaja de la imagen y el sonido. Una imagen, al igual que una melodía, puede ser contemplada y disfrutada por sí misma, sin necesidad de comprenderla, tratándose de palabras, la eufonía, la acertada combinación de vocablos o la belleza de ciertas construcciones verbales, para mí no tienen gran atractivo si no hay algo más que las sustente y es ese algo más lo que verdaderamente me interesa.

Sigo creyendo en la validez y acierto de estas palabras de Machado:

Obscuro para que atiendan;
claro como el agua, claro
para que nadie comprenda.


Un saludo.

F. dijo...

Estoy leyendo estos días La muerte de Virgilio y me he encontrado con un párrafo que expresa, desde luego mejor que yo, lo que intento decir.

"[...] no debía alabarse la belleza del verso; no, nunca tenía importancia la belleza como tal, sino otra cosa totalmente distinta, algo más grande, que en verdad merecía alabanza, deseaba alabanza. ¡Oh, ahora lo sabía, sólo ahora se había dado cuenta! La verdadera aprobación sólo puede corresponder a la plena realidad inalcanzable, intendida por el verso, surgiendo tras el verso, que desvela su preciosidad cuando una palabra penetra hasta ella en vez de rebotar contra su lisa superficie de piedra; aquel que alaba un verso como tal, sin preocuparse de la realidad aludida por el mismo, confunde lo productor con lo producido, se hace culpable, a sabiendas o no, del perjurio que niega la realidad, que la aniquila, se hace cómplice de todos los perjuros. Oh, inmensa peña de la realidad, que, inexpugnable, resiste a cualquier penetración y a lo sumo permite un tantear; oh, monstruosa roca de la realidad, sobre cuya lisa impractibilidad el hombre sólo puede alejarse a gatas, afrerrado a la roca lisa, en constante caída, siempre amenazado por el precipicio"

Stalker dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Me alegra que leas "La muerte de Virgilio". Es uno de los libros que nunca me canso de predicar y que ha sido una fuente inagotable de deleite...

Tus consideraciones me parecen acertadas, pero sólo desde cierto punto de vista. Por un lado, entre la seducción del caos y el deseo de inteligibilidad absoluta hay una gradación cromática, una serie de estadios que invalidan esa división tajante. Ahí es donde entiendo que me sitúo yo. Por supuesto, quedarse en la belleza del verso es pobre; hay buscar esa otra "cosa", el sentido... lo que es dudoso es que el sentido tenga que ser, inapelablemente, de una meridiana claridad. Ya decía San Juan, y con él Gamoneda, que la poesía es ese "no saber sabiendo", o ese saber que no se sabe sabiendo. El sentido puede atesorar zonas de sombra, ser poliédrico. Por eso no me gustan los poetas de la generación del 27, para mi exigencia de lector, anodinos, unívocos, unidireccionales en su mayor parte. Prefiero el poeta- encrucijada (Benn, Celan, Ajmátova, Blanca Varela, Olvido García Valdés) al poeta "autopista de un solo sentido" (Ángel González, José Hierro y en general todos los poetas de la experiencia).Coincido, incluso, en el duro dictamen de Octavio Paz, que aseguraba que Machado era un grandísimo poeta... del siglo XIX. El poeta que avanza, que no incurre en el lenguaje retrógrado de nuestros predecesores, dinamita el verso a través de sucesivas operaciones; no el sentido, sino el lenguaje que lo vehicula; el sentido sigue ahí, pero hay que exhumarlo de ese palimpsesto, interpretarlo, ecualizarlo, conferirle, si es preciso, la forma de nuestro "espíritu".

No defiendo el irracionalismo absoluto, la poesía de Osvaldo Lamborghini o Leopoldo María Panero, pero sí formas renovadoras de poesía que nos sigan diciendo, pero de otro modo, con varias lecturas.

En resumen, creo que es una cuestión de gusto personal, de qué busca cada cual en un poema. No estoy seguro de que existan recetas universales en esta cuestión. Hay muchos tipos de poesía y cada cual encuentra en ella la belleza, el sentido, la hondura o el "alma" que lo convoca... y esa adhesión se sitúa más allá de cualquier refutación lógica.

abrazos