viernes, 3 de octubre de 2008

La muerte de Virgilio


y es que solamente en el error, sólo por el error,
al que se halla inexorablemente abocado,
se convierte el hombre en el buscador
que es,
hombre que busca;
y es que el hombre necesita del conocimiento de la caducidad,
tiene que asumir su espanto, el espanto de todo error
y, conociéndolo, beberlo hasta las heces;
tiene que reflexionar el espanto
no para torturarse, pero sí
porque sólo en esa reflexión
puede superarse el terror,
porque sólo después es posible
llegar al ser
a través de la córnea puerta del terror;
por eso el hombre se halla abocado al espacio de toda inseguridad,
como si ya ninguna nave le llevara,
aunque flote en oscilante barca;
por eso se halla abocado a los espacios y más espacios de su introspección,
a los espacios de su yo introspectivo,
destino del alma humana;
mas aquél detrás del cual
se han cerrado los pesados batientes del terror,
ha alcanzado el atrio de la realidad, y
lo que fluye desconocido, sobre lo cual se desliza fluctuando,
el no conocimiento, se vuelve para él cimiento del saber,
porque es el crecimiento fluyente de su alma,
lo inacabablemente inacabado de sí mismo,
que sin embargo se desarrolla como unidad,
apenas el yo se cerciora de sí mismo,
percibida imperecederamente grabado su crecimiento,
la fluida unidad del todo, vista por él
en una simultaneidad cuyo ahora
hace uno solo de todos los espacios a que se halla abocado,
uno y único espacio originario,
e igual a éste
que guarda en su seno al yo, para ser mantenido sin embargo por el yo,
es abarcado por el alma y sin embargo rodea al alma,
descansando en el tiempo y determinando las edades,
sometido a la ley del conocimiento y creando el conocimiento,
también flotando en su fluido crecimiento,
también flotando en el fluido crecimiento de su génesis único
origen de la realidad,
tan grande en su trascendencia la mutua irradiación de lo interior y lo exterior,
que el fluctuar y el ser detenido, la liberación y el encarcelamiento
confluyen en una indistinguible transparencia común,
oh, tan imperecederamente necesario,
oh, tan transparente sobre todas las masas,
que en la cerrada esfera superior,
que sólo alcanza la mirada, sólo alcanza el tiempo,
en ambos conocido,
reflejado en ambos, reflejado en el abierto
rostro humano dirigido al cielo por suave y férrea mano,
envuelto en destino,
envuelto en estrellas,
resplandece el don prometido de la no caducidad
liberado del azar el tiempo donado para siempre,
abierto al conocimiento del consuelo de lo terreno…


La muerte de Virgilio. Hermann Broch

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