sábado, 25 de agosto de 2007

El aprendiz de baile

No posee la menor habilidad social. Los desempeños cotidianos que otros efectúan sin percatarse para él suponen una condena ineludible, el castigo propinado por un dios aburrido y desocupado, algo así como su peculiar trabajo de Sísifo. Cualquier intrascendente cita mundana, conocer a nuevas personas, relacionarse con otros le produce una inquietud pueril, un vago e inconcreto malestar, un desasosiego estúpido e injustificado.

Misántropo por timidez más que por vocación temperamental, lacónico y huraño por pudor, su hosquedad vital es la envoltura con la que se recubre su temor a ser herido. Su facha atribulada y circunspecta oculta un espíritu irónico, burlón, combinado con ciertas porciones de amargura y solemnidad. Esta doble faceta le lleva por un lado a una permanente disposición a desvestir las apariencias de sus galas falaces y equívocas en un empeño, a veces enfermizo, por resaltar lo grotesco y absurdo de todo, y, por otra parte, a abismarse, cuando emerge la resaca, en sus delirios autoinspectivos, en ese laberinto personal al que no es capaz de extraer el itinerario que le permitiría abandonar el recinto de muros mohosos, deslucidos, con desconchones demasiado familiares para arribar a estancias más diáfanas y acogedoras. Aunque su residencia natural es la umbría y el páramo le gustaría habitar, al menos durante un tiempo, en las solanas, sentir la tibieza de la despreocupación y la calidez de un contacto humano más asiduo.

Sus enfados son, como sus entusiasmos, breves y perecederos arrepintiéndose de ambos casi en el mismo momento en que se generan. Los considera inconvenientes surgidos en medio de la grisura consuetudinaria que le acompaña fielmente desde niño y que se niega a abandonar. Hasta ahora ha vivido a trompicones, rodando su berroqueño pedrusco por el empinado talud sin nunca terminar de encaramarlo definitivamente en la cima. Se ha acostumbrado a ese estable desequilibrio y ya no sabría vivir de otra forma.

Puede que algún día aprenda los pasos del baile, logrará, entonces, seguir el compás manteniendo la apostura con gesto firme y decidido, danzará el minué al ritmo armónico, aplomado y cadencioso del resto de danzantes, pero será demasiado tarde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Describes la sensibilidad a flor de piel de "Les coeurs tendres", de Jacques Brel: "Il y a des coeurs si tendres que l´on briserait du doigt". Enfrentarse al abismo de lo real en carne viva, con una mezcla de desnudez y timidez, o desnuda introspección, me parece valiente y de gran dignidad.

Ánimo, compañero, hermoso blog...