No posee la menor habilidad social. Los desempeños cotidianos que otros efectúan sin percatarse para él suponen una condena ineludible, el castigo propinado por un dios aburrido y desocupado, algo así como su peculiar trabajo de Sísifo. Cualquier intrascendente cita mundana, conocer a nuevas personas, relacionarse con otros le produce una inquietud pueril, un vago e inconcreto malestar, un desasosiego estúpido e injustificado.
Sus enfados son, como sus entusiasmos, breves y perecederos arrepintiéndose de ambos casi en el mismo momento en que se generan. Los considera inconvenientes surgidos en medio de la grisura consuetudinaria que le acompaña fielmente desde niño y que se niega a abandonar. Hasta ahora ha vivido a trompicones, rodando su berroqueño pedrusco por el empinado talud sin nunca terminar de encaramarlo definitivamente en la cima. Se ha acostumbrado a ese estable desequilibrio y ya no sabría vivir de otra forma.
Puede que algún día aprenda los pasos del baile, logrará, entonces, seguir el compás manteniendo la apostura con gesto firme y decidido, danzará el minué al ritmo armónico, aplomado y cadencioso del resto de danzantes, pero será demasiado tarde.
1 comentario:
Describes la sensibilidad a flor de piel de "Les coeurs tendres", de Jacques Brel: "Il y a des coeurs si tendres que l´on briserait du doigt". Enfrentarse al abismo de lo real en carne viva, con una mezcla de desnudez y timidez, o desnuda introspección, me parece valiente y de gran dignidad.
Ánimo, compañero, hermoso blog...
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