viernes, 3 de agosto de 2007

Arte y vanguardia

Centro Blanco (Amarillo, Rosa y Lavanda sobre Rosa), de Mark Rothko.

Extracto de una noticia de elmundo.es del 16/05/2007:

“Una pintura abstracta del artista Mark Rothko puesta en venta por el filántropo David Rockefeller se ha covertido en la obra de arte contemporáneo más cara vendida en una subasta, tras rematarse en 72,8 millones de dólares.”

Hay que reconocerles una cosa a los vanguardistas, nadie ha alcanzado tal perfección, tal sintonía y adecuación de los títulos de sus obras con el contenido de las mismas. Sin duda, conociendo el título de este cuadro, detenernos a observarlo sería una pérdida de tiempo, una ocupación superflua, no nos aportaría nada esencial.

Para mí la vanguardia es, en su mayoría, un fraude. Sé que puede ser una generalización excesiva pero todos esos movimientos han contribuido a llenar los museos de chafallos y artilugios demenciales que algunos motejan de arte, a deturpar las bibliotecas con libros cuyo único mérito estriba en su mera ininteligibilidad. Ya ha pasado casi un siglo desde el inicio de estas travesurillas, quizá en su origen tuvieran su gracia y su justificación, en algunos casos hasta puedan haber coadyuvado a una renovación enriquecedora en ciertos aspectos, ahora bien, que hoy en día sigamos dando carta de naturaleza a estas charlotadas me parece excesivo. Se ha llegado a la desfachatez de que un, así llamado, artista ha enlatado sus propios excrementos y los ha vendido como arte; otro los ha empleado en sus cuadros y le gustaría que sus obras tuvieran la propiedad de sanar a la gente; de lo último que he tenido noticia es de una exposición en Gran Bretaña cuyo contenido consistía en… nada, eso sí, con subvención pública. Después, me sublevan sus muñidores y corifeos. Ante un lienzo donde sólo hay un chafarrinón o un libro –por llamarle de alguna forma– formado por una sucesión de frases sin sentido son capaces de evacuar una exégesis de decenas de páginas con párrafos abstrusos y horros de cualquier significado o poblados por virtudes existentes únicamente en sus calenturientos caletres. Además han destrozado cualquier posibilidad de atenerse a unos criterios más o menos válidos a la hora de enjuiciar el auténtico valor de las obras de arte. Hoy en día es arte cualquier cosa incluida bajo esta denominación.

Juan Ramón Jiménez, insultado y menospreciado por alguno de los componentes de esos movimientos estéticos dijo: “… la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del espíritu cultivado.”

En ocasiones sueño, con envidia y fruición, con una época venidera más afortunada y juiciosa que la nuestra, que observará nuestro “arte” como una distracción de chiquillos, de gente ociosa sin mayor ocupación y a la que le estará reservada la placentera labor de enviar toda la morralla que durante décadas hemos introducido en nuestros museos contemporáneos, algunos tan horrorosos como lo que albergan en su interior, a la escombrera convertido ya en cascajo. Podrán conformar, así, el muladar de la tontería humana de toda una época, huera e inane como pocas.

No hay comentarios: