Cerca de donde uno sueña que vive se encuentra un paseo marítimo, que discurre por el margen de una ría, de unos cuatro quilómetros de longitud. Envolviendo al paseo, como una especie de protección contra la carretera próxima y paralelo a su curso, hay dispuestas amplias zonas campestres, algunas con arboledas y bancos para demorarse un rato en ellas, otras más amplias y desembarazadas sin ningún tipo de vegetación apropiadas para pasear y utilizadas sobre todo por los amantes de los perros, también, hace unos años, se ha pergeñado un jardín botánico en la parte central del recorrido. Entre estas zonas verdes y el pavimento de losas limitado por una balaustrada que recorre el perímetro de la ría conformando el paseo marítimo propiamente dicho, se ha habilitado una pista para ciclistas, patinadores y demás bípedos sobre ruedas. En conjunto, es un lugar agradable, bastante propicio para distenderse y olvidarse del tráfago diario, pero así como toda rosa suele tener su espina, también nuestro paseo ostenta su chafarrinón.
Hace años que existe un proyecto de dragado de la ría aún no abordado, mientras tanto, se realizan vertidos de aguas fecales y residuos industriales directamente al agua ante la aparente pasividad de los poderes públicos lo que genera, sobre todo con marea baja, un hedor ciertamente poco inspirador. Para compensar esta desidia de las autoridades los ciudadanos demostramos nuestro civismo arrojando esas “cosillas” que nos sobran en casa en las orillas de la ría para darle un tono más exótico y armonioso, se han visto exornando los márgenes marítimos: tresillos, carritos de hipermercado, alfombras, residuos plásticos de variado jaez, bolsas de basura, colchones y, en general, todo tipo de mierda acompañando las evoluciones de los cisnes, patos y demás fauna que todavía frecuenta el paraje.
Uno no es un gran paseante, tampoco un ínclito observador, sin embargo, aprovechando la cercanía de este vergel —podría serlo con un poco de interés público y educación ciudadana— se echa a deambular por el paseo buscando orearse un poco y participar en el gran teatro del mundo aunque sea interpretando el poco lucido papel de espécimen de paseo marítimo. Este transeúnte de realidades invisibles se ha entretenido en diseñar una especie de taxonomía, laxa y simpática, de las actitudes, comportamientos y disposiciones observadas en las personas que pululan por este lugar.
Se podría hacer una primera gran segmentación: los que transitan con la vela a todo trapo (centellas) y los que se dejan conducir por la galbana, completando el trayecto con cierta pachorra (cachazudos). Quizás lo especímenes del primer tipo sean de esas gentes involucradas en cuerpo y alma en esta sociedad frenética, como tales, considerarán que es de vital importancia hacer ejercicio, “estar en forma”, pero claro, empleando en esta salutífera ocupación el tiempo mínimo indispensable sin hurtárselo a los múltiples, variados e impostergables proyectos, obligaciones y vanas esclavitudes que se habrán autoimpuesto, prontos al infarto de miocardio. Aunque uno trata de tender a la imparcialidad no puede contener al cachazudo que lleva dentro.
Siguiendo con nuestro despiece haremos otra división bastante genérica: los indiferentes al resto de especies paseantes (alienados) y los que, si se da la oportunidad, no eluden el contacto humano (socializantes). Los componentes del primer grupo se subdividen a su vez en: alienados musicales, van provistos de auriculares para facilitar su aislamiento; alienados elusivos, tuercen la mirada o la dirigen al suelo cuando se cruzan con el resto de especímenes.
Un estudio aparte merecen los dos ejemplares encontrados hasta la fecha pertenecientes a la categoría bautizada como perimetral. El paseo tiene por ciertas zonas una serie de saledizos que se adentran en la ría, amplios en algunos casos, más reducidos en otros, fuera del trayecto principal y en los que uno se puede detener a observar el transcurrir del agua, las embarcaciones que navegan por la ría en ese momento o a los mariscadores del entorno en plena faena. Bien, pues los perimetrales, en su afán por fatigar sus extremidades inferiores, circundan todo el perímetro disponible en sus caminatas, siempre pegados a la barandilla sin perdonar un solo metro en su inflexible trayectoria.
También poseemos especímenes pertenecientes a especies más comunes como: canguros en edad provecta que producen una mezcla de lástima y de ternura; chejovianas damas del perrito sin polisones ni sombreros con velo ni encorsetadas vestiduras talares decimonónicas, ahora sacan a evacuar aguas (mayores y menores) a sus lindos canes provistas de ropas cómodas, deportivas sin importar que este tipo de prendas evidencien las carnes más o menos flácidas, más o menos turgentes que atesoran; ancianos sentados con las dos manos apoyadas en la empuñadura del bastón y la quijada reposando sobre ellas oteando el horizonte con mirada algo escéptica y desencantada pero sin rencor; ciclistas con sus equipaciones de astronauta; generosos dueños de perros que llevan a sus mascotas a minar las zonas ajardinadas con sus deyecciones… y fauna varia.
Pero sin la menor duda el ejemplar, único en su especie por el momento, que más le ha impactado a este aprendiz de etólogo es el que ha motejado de discente itinerante. La discente itinerante —pues es hembra el solitario ejemplar estudiado— es capaz de completar el trazado a un buen ritmo, sin llegar a centella pero superando al cachazudo, mientras va leyendo sus apuntes. La postura adoptada por este espécimen en sus desplazamientos es aproximadamente esta: lleva una carpeta sobre la que reposan unos papeles con apuntes, la parte inferior de esta carpeta es apoyada en el lado izquierdo de la cintura mientras el brazo izquierdo rodea y sujeta la parte superior de la carpeta, con lo cual, la discente itinerante consigue tener horra la vista frontal para evitar colisiones con otros especímenes y con un leve escorzo cervical consigue leer al mismo tiempo que camina. La discente itinerante ha conseguido llevar a la práctica de una forma genialmente sintética el clásico adagio: mens sana in corpore sano, hace ejercicio aprovechando ese tiempo para instruirse. Esto, por una de esas asociaciones mentales algo caprichosas, le ha retrotraído a uno al año en que cumplió sus deberes de conscripción en la preclara, gloriosa, indomable y algo dipsómana milicia carpetovetónica, cuna de héroes de recuerdo inmarcesible y martillo de enemigos de la patria (españoles incluidos si es menester). Sucedió que una noche de ese año pródigo en el que uno debía velar por la seguridad de sus conmilitones, no fuera a ser que nos invadiese alguna potencia extranjera, no podía resistir sus ganas de dormir y se quedaba dormido de pie e incluso andando, afortunadamente para nuestro querido Ruedo Celtibérico nuestros enemigos no aprovecharon la propicia circunstancia para invadirnos.
Por último, le ha llamado la atención a menudo a este humilde cronista de fruslerías un sujeto singular. Suele llevar un gabán verde oscuro o un polar negro, podría incluírsele en la categoría de cachazudo y en la de alienado musical, a veces se detiene y saca un pequeño block de notas en el que escribe una breve anotación, suele transitar por las zonas verdes, menos frecuentadas, aunque a veces parece interesarle inmiscuirse en los espacios más transitados. Cruza miradas, unas huidizas, otras con mayor fijeza con los otros paseantes como si quisiera estudiar sus reacciones, adivinar sus pensamientos, penetrar sus interioridades. Puede tratarse de un solitario inofensivo buscando un poco de distracción o quizás se trate de un perturbado sin una ocupación mejor a la que dedicarse. Con estos tipos nunca se sabe.
5 comentarios:
Dentro del grupo de los alineados, me parece observar la ausencia de un subgrupo, al cual pertenece mi misma mismidad, siendo éste el de los paisajísticos, aquellos que prefieren caminar sin precisar el contacto visual con personas deleitándose, salvo porquerías variadas, en el entorno, y escuchando los sonidos no producidos por el hombre. Además, observo también otra carencia entre los perimetrales, a saber, aquellos que además de no apartarse un milímetro del borde son obsesivos y si no tocan las piedras situadas en el extremo norte de tan bello enclave, a pesar del hombre y gracias a él también, les puede dar un tabardillo o directamente no sentirse realizados, o vete tú a saber que les transita entre corrientes eléctricas cerebrales.
Ami, tenemos que ir los dos juntos bien provistos de binoculares, salacot, red cazamariposas y demás adminículos al uso, yo de ayudante tuyo, a recolectar más datos y seguir catalogando con precisión la variada zoología paseo-marítima.
Un saludo.
Sensacional taxonomía etológica...
he simpatizado con la chica que lee mientras camina. Esto es algo que yo hacía hace años, caminar por un paseo marítimo o senderos desiertos leyendo clásicos de la literatura universal. Por eso conservo un recuerdo dinámico de algunas obras de Dostoievski, Flaubert, Thomas Mann... Es algo embriagador y extraño leer mientras se camina (si se puede hacer al margen de otros paseantes, por supuesto); la relación con el texto cambia, se torna fisiológica. En definitiva: se lee con el cuerpo, y la mente, con sus procesos de abstracción, padece la tentación de lo concreto, el vértigo del instante, ella, tan presta a fraguar eternidades efímeras...
No sabía que fueses un "discente itinerante" Nickcave30. Supongo que la lectura de Dostoievski te haría llevar un paso estilo centella, raudo, nervioso, epiléptico (perdóname la obviedad); en cambio Mann, seguro que requiere un ritmo más cachazudo, si la lectura itinerante en cuestión fuese ciertos párrafos de "La montaña mágica" quizás te afectase repentinamente un sopor vago, un irrefrenable deseo de demorarte, una pereza inveterada que llegase a paralizarte; veo las lecturas flaubertianas como generadoras de caminatas perimetrales, irredimibles en su lógica inflexible, buscando la máxima precisión y rigor paseístico; si se tratase de Cioran, acaso uno no podría dar ni dos pasos consecutivos...
Cioran a saltos, con arritmias en el paso, que apenas aciertan a traducir una íntima convulsión... También tocó leerlo caminando, en su día, como viejo compañero de viaje que es, y es una grata compañía que preserva de todo mal.
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