Citado ─si se cita─ como uno más entre los satélites de las vedettes filosóficas de la Ilustración, Paul Henri Dietrich, Barón d'Holbach, es uno de los más insignes y preclaros confutadores de las imposturas, de las creencias y los desmanes de la religión, además de ser un eximio moralista. No es necesario precisar que sus libros fueron prohibidos en la época de su redacción, circulando en ediciones clandestinas. Hoy, lamentablemente, son bastante ignorados y de difícil acceso en román paladino. Dejo unos cuantos fragmentos de su obra.
Mil veces se ha visto en todas las partes de nuestro globo a fanáticos embriagados degollarse unos a otros, encender hogueras, cometer sin escrúpulo y por deber los mayores crímenes y hacer correr la sangre humana. ¿Para qué? Para hacer valer, mantener o propagar las conjeturas impertinentes de algunos entusiastas, o para acreditar los embustes de algunos impostores acerca de un ser que sólo existe en su imaginación y que sólo se da a conocer por los estragos, disputas y locuras que ha causado en la tierra.
Todo lo que sucede en el mundo nos prueba de la manera más clara que no está gobernado por un ser inteligente.
El sentimiento íntimo que nos hace creer que somos libres de hacer o no hacer una cosa no es más que una pura ilusión.
La vanidad del hombre le persuade de que es el centro único del universo; se hace un mundo y un Dios para él solo; se ve con bastante motivo para desordenar a su gusto la naturaleza, pero razona como ateo en cuanto se trata de los demás animales.
Es lo propio de la ignorancia preferir lo desconocido, lo oculto, lo fabuloso, lo maravilloso, lo increíble, lo terrible incluso, a lo que es claro, sencillo y verdadero.
Si los ministros de la Iglesia han permitido a menudo a los pueblos rebelarse por la causa del cielo, jamás les permitieron rebelarse por los males reales o las violencias conocidas.
Siempre es el carácter del hombre el que decide el carácter de su Dios; cada cual se fabrica uno para sí mismo y según él mismo.
Que esté permitido a cada uno pensar como quiera; pero que nunca le esté permitido perjudicar a nadie por su manera de pensar.
La existencia de otra vida sólo tiene por garante la imaginación de los hombres, que, suponiéndola, no hacen más que realizar el deseo de sobrevivirse a sí mismos, a fin de disfrutar con ello de una felicidad más duradera y pura de la que disfrutan en el presente.
Se pregunta qué motivos puede tener un ateo para hacer el bien. Puede tener el motivo de agradarse a sí mismo, de agradar a sus semejantes, de vivir feliz y tranquilo; de hacerse amar y considerar por los hombres, cuya existencia y disposiciones son mucho más seguras y más conocidas que las de un ser imposible de conocer.
El buen sentido o las ideas naturales opuestas a las sobrenaturales. Barón d'Holbach.
3 comentarios:
Maravillosa semblaza y extractos de la obra de Holbach.
Estos días estoy repasando -cómo no- la vida de Marco Aurelio y de Juliano, "el Apóstata", y en sus escritos medran, muchos siglos antes, parecidos exordios. Marco Aurelio renegaba de la superstición de los cristianos, a los que reputaba de secta fanática e intolerable martillo de los principios eternos y racionales de la república; Juliano, apostasiando de la religión oficial impuesta por Constantino, emprendió una tarea más difícil: quiso abolir el cristianismo de la faz de la tierra y rehabilitar el paganismo. Para ello promovió edictos de tolerancia universal -algo impensable en los "galileos", tan afectos al fundamentalismo- rescidió los privilegios eclesiásticos y restauró los númenes y cultos antiguos. Dos personajes impresionantes que pasaban el día ocupados en asuntos de Estado, o en campañas bélicas, por la noche escribían y leían a los filósofos antiguos. En cierto sentido son los precursores y hermanos intelecturales de la vasta genealogía de pensadores liberados de la que el barón de Holbach sería un ilustre eslabón.
El gran Juliano. Es una lástima que no pudiera lograr sus propósitos, de conseguirlo, intuyo que el ambiente sería hoy más respirable, al menos nos habríamos ahorrado el Dios uno y trino, tendríamos más divinidades a las que dirigir nuestras jaculatorias que serían, sin la menor duda, más comprensivas y tolerantes con nuestras flaquezas que el cerril, implacable, vengativo y justiciero Señor de los Cielos y de la Tierra.
Es hermoso especular qué habría ocurrido de vivir Juliano una larga vida y lograr su propósito. Podríamos habernos ahorrado las cruzadas, la Inquisición, las guerras europeas de religión, e incluso, en el presente, desastres como las guerras de Irak y Afganistán. Qué duda cabe que el politeísmo responde de manera más acertada a los mil matices de la naturaleza humana, y la vuelve maleable, flexible, menos ciega. El politeísmo seguramente es otra superstición, pero si hubiera servido para hacer un mundo más habitable, bienvenida sea. Creo que Pessoa lo intuyó en aquellos escritos magníficos en los que abogaba, con singular hidalguía, por la rehabilitación de los antiguos dioses...
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