Un texto de Jean Améry sobre el suicidio o muerte voluntaria, como a él le gustaba denominarla. Era alguien que sabía muy bien de lo que hablaba.
Quien considere la idea de la muerte voluntaria, siquiera sea por algunos momentos o por puro ánimo de distracción, se sorprenderá del obstinado interés de la sociedad por la suerte final de quien lo intenta. Se trata de la misma sociedad que se ha ocupado bien poco de su ser y de su existencia. Se hace estallar una guerra: le llamará a filas y le ordenarán mantenerse firme en medio de sangre y hierro. Le ha quitado el trabajo después de haberlo educado para él: ahora está en el paro, se le paga con limosnas que consume, consumiéndose a sí mismo con ellas. Cae enfermo: sólo que desgraciadamente hay tan pocas camas de hospital disponibles, escasean los valiosos medicamentos, y el más valioso de todos, la habitación individual, no está a su disposición. Sólo ahora, cuando desea ceder ante la inclinación a la muerte, cuando ya no está dispuesto a oponerse al hastío del ser, cuando la dignidad y la humanidad le exigen concluir el asunto limpiamente y llevar a cabo lo que en cualquier caso tendrá que hacer algún día, desaparecer, solamente ahora la sociedad se comporta como si él fuera su bien más preciado, lo rodea de horrenda parafernalia técnica y lo entrega a la repulsiva ambición profesional de los médicos, que pondrán después su “salvación” en el haber de su cuenta profesional, como los cazadores cuando recorren la distancia de tiro del animal abatido. Piensan que lo han arrancado a la muerte, y se conducen como deportistas que han conseguido una marca extraordinaria.
Todo esto me parece muy poco normal. Quiero decir: por un lado la fría indiferencia que muestra la sociedad respecto al ser humano, y por otro la cálida preocupación por él cuando se dispone a abandonar voluntariamente la sociedad de los vivos ¿Acaso les pertenece?
Levantar la mano sobre uno mismo: discurso sobre la muerte voluntaria. Jean Améry
1 comentario:
El estilete de Améry siempre dispuesto a mostrarnos las hipócritas mezquindades de nuestra civilización. Es cierto que molestan ciertas retóricas "vitalistas" al tiempo que se nos escamotea sistemáticamente la muerte, se alzan tabúes inquebrantables y vivimos en la negación de esa otra realidad, la de la desaparición, que cuando nos alcanza es aún más dolorosa al haber abolido los ritos y tradiciones que la atenuaban.
Respecto al suicido, es una opción respetabilísima, y es una deslealtad atrincherarse en la postura vital y motejar de cobarde a quien recurre a la muerte voluntaria.
Magnífico libro el de Améry
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