lunes, 3 de septiembre de 2007

Velada en Utopía

Aunque era una de esas noches cálidas y apacibles de finales de verano, los comienzos fueron algo fríos. Éramos tres: mi amigo de siempre, una amiga suya y uno. Hablar de mi relación con este amigo sería una tarea compleja y prolija, baste decir que, aparte de familiares, es la única persona con la que mantengo voluntariamente contacto asiduo desde que era un adolescente y creo que este trato perdurará hasta que a alguno de los dos le llegue el momento del sic transit. Mientras nos desplazábamos hacia la ciudad, intentamos tímidamente esbozar alguna conversación pero estos intentos finalizaban casi al mismo momento de surgir y uno ya daba rienda suelta al cenizo protestón impaciente que lleva dentro, rumiaba: “ya lo sabía yo, esto ha sido un error”.

Antes de entrar en el restaurante, como aún no era la hora convenida en la reserva, decidimos ir a tomar algo a un bar situado en los aledaños. Quiso la casualidad que en dicho bar a esas horas se iba a perpetrar un concierto de música rock. Nosotros estábamos ubicados en una mesa al final del local y los intérpretes, al vernos tan alejados, decidieron subir los decibelios para que pudiésemos apreciar su arte en todo su esplendor, haciendo imposible cualquier conversación entre personas que estaban a treinta centímetros una de otra. Esta situación se nos reveló pronto como bastante cómica y, en lo que a uno respecta, le mejoró su predisposición. Aprovechaba los breves intervalos entre canción y canción para realizar cualquier comentario que había estado madurando durante las “virtuosas” ejecuciones nunca mejor empleado este términode los músicos, en el transcurso de las cuales, nos mirábamos unos a otros riéndonos ya que era lo único que podíamos hacer.

Arribamos a Utopía, el restaurante. Es un lugar confortable, con una decoración sobria y acogedora. El suelo está conformado por unas losas transparentes en cuyo fondo están dispuestas unas piedras blancas como cantos rodados sobre una superficie de grava también blanca. Si uno va mirando al suelo mientras camina parece que estuviese flotando y cada paso semeja el descenso de un peldaño hacia ese albino fondo pétreo. Entre las mesas hay unas mamparas de cristal que permiten a los comensales verse unos a otros y al mismo tiempo aíslan las conversaciones. Al principio el peso de la conversación recayó en uno que, como su amigo, es poco locuaz. A veces, cuando nos vamos de tertulia con unas cervezas de por medio, nos quedamos los dos abismados en nuestras cavilaciones como dos figuras marmóreas, inmóviles y estamos varios segundos o minutos se pierde la noción del tiempo en esos instantessin decir palabra y es con la única persona con la que ese silencio no es oneroso, opresivo y no es preciso romperlo diciendo “cualquier tontería por no estar callado”, debemos de parecer a los circunstantes, en esas ocasiones, dos alelados, un par de estatuas decorativas del local. Como decía, empezó uno hablando y surgieron varios temas, fueron cayendo: Dios (en realidad, para mí este Señor ya está caído desde hace unos siglos pero me complazco en evidenciar el absurdo de esta creencia siempre que encuentro a alguien tibio en este tema), optimismo vs pesimismo (huelga decir en qué bando combatieron mis legiones), egoísmo y altruismo, Machado y algunos otros de menor ralea y de recorrido más mundano. Pocas son las oportunidades que uno tiene de mantener conversaciones de este tipo, sobre todo con mujeres, y con mujeres tan inteligentes y sensibles como C., la amiga de mi amigo.

Después de la cena, nos introdujimos en uno de esos antros ya raramente frecuentados por uno con música a todo volumen y gente que se mueve como si estuviesen celebrando un rito de vudú o una sesión de candomblé con increíbles contorsiones y fantásticas cabriolas. Decir que uno no es precisamente un bailón sería demasiado indulgente para con uno mismo, para esas lides uno tiene la cintura de escayola y la coordinación de un pato mareado y, aunque eso no le importaba cuando era más joven, ya no. A pesar de las insistentes, amables y tentadoras invitaciones, perseveré en mi recalcitrante inmovilismo componiendo una figura tristona y lastimera en medio de la algarabía generalizada. Entre samba, chachachá, merengue, los más variados ritmos modernos y después de realizados unos cuantos volatines, algún grupo de piruetas y acrobacias varias, el amigo y C. venían a mi encuentro a pegar un poco la hebra conscientes de mi tendencia al escapismo, por si me fugaba en un descuido lo que hubiera sido injusto y poco elegante por mi parte. Así se me pasó la noche sin enterarme.

C. es una persona muy sensible, con la ternura a flor de piel y una permanente sonrisa dibujada en los labios que no es de atrezzo, como tantas otras. Yo creo que tiene cierta tendencia al esoterismo misticoide, dice poseer un don sensitivo para captar el interior, el aura de las personas, en términos budistas hablaríamos del karma, todo lo que está a la vista pero no vemos, acaso por no tener suficientemente desarrolladas las aptitudes que nos franquearían las puertas de esos recónditos saberes, lo intangible, más sustancial a veces que lo corpóreo, es decir, C. es una experta en la realidad invisible. Apoyándose en esas arcanas capacidades suyas, ha vaticinado, como si de una sibila antigua se tratase y como si nos encontrásemos en la escena final de Casablanca: “F., esto puede ser el principio de una gran amistad”. Abandono por un momento la literatura por el periodismo para confesar que, en realidad, sus declaraciones fueron: “tú y yo vamos a ser amigos”. A uno le encantaría que su augurio fuese acertado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante comentario, de nuevo prosa perfecta, y muy cinematográfica, casi he podido ver el encadenamiento de planos y escuchar la banda sonora de la situación. Comprendo y comparto esa timidez renuente que nos asola y nos hace temer que toda tentativa de acercamiento haya sido un error, y también la sorpresa cuando esto no es así.

En cuanto al silencio, Joao Gilberto decía: "No mancilleis el silencio, no querráis transfigurarlo con palabras: es sagrado". Estas palabras en boca de un cantante son de una potencia devastadora. Esos silencios compartidos que no deben colmarse con una premeditada saturación de decibelios expresan más y mejor que cualquier discurso, sólo hay que anegarse en ellos, dejar que nos inunden...

Una pequeña apostilla sobre el karma; no es exactamente aura, ni una noción que remita a la interioridad. El karma, que en realidad se pronuncia karman,es un tipo de forma, una suerte de configuración mental de la existencia. El modo en que formas tus pensamientos se traduce en hábitos mentales, y esos hábitos mentales se convierten en una especie de ritmo auto-impuesto que sustenta y conforma la vida. A esto se le llama karman. Es un concepto muy serio que la mirada occidental ha desemantizado con su ponzoñosa exégesis, que descontextualiza y mistifica conceptos que en su esencia son filosóficos (la filosofía india es complejísima, y tiene de todo: sus maestros antiguos, una tradición ecuménica y escolástica, su modernidad, pero ya estoy aplicando categorías occidentales, no puedo escapar al yugo de mi cultura...).

En cualquier caso, disculpas por esta prolija impertinencia y todos mis ánimos para que continúes ofreciéndonos esta escritura soberbia.

Anónimo dijo...

Posdata: ¿qué platos desfilaron? Imagino que en una velada en Utopía lo menos que se puede tomar es ambrosía, y un cuerno de hidromiel o al menos vino. Bueno, de esto me privaría que no tomo alcohol.

Saravá!

F. dijo...

Pues verás nickcave30, desfilaron platos variados con predominio de los frutos del mar. Uno, que no es un gran gastrónomo ni especialmente aficionado a los placeres de la mesa, busca más las viandas como excusa para un encuentro con grata compañía, como en esta ocasión. Por supuesto, estuvimos acompañados por Baco. Este compañero siempre es bien recibido en estas ocasiones, sus vapores estimulan la elocuencia y favorecen la empatía.

En cuanto a los vastos y complejos mundos interiores, tan difíciles de precisar y de categorizar, me gusta englobarlos en la juanramoniana expresión de "La realidad invisible", para mí más significativa que la realidad visible

Anónimo dijo...

Pues he aqui uno que bien pudo haber estado en la velada de referencia, un amigo de la amiga del amigo.
Por otro camino me habian llegado los ecos de tal encuentro, ahora tengo la visión que me faltaba, que lastima, acostumbro a perderme las mejores ocasiones,incluso puedo disfrutar de esos momentos iniciales de dudas y temores entre personas que acaban de conocerse.
Seguira.