sábado, 18 de agosto de 2007

Abril 1936

Me he encontrado este poema de W.H. Auden, autor que no conozco, y me ha parecido tan hermoso que no he podido resistirme a transcribirlo.

Detened los relojes, descolgad el teléfono,
haced callar al perro con un hueso jugoso
y silenciad los pianos; con tambor destemplado
salga el féretro a hombros, desfilen los dolientes.
den vueltas los aviones con vuelo inconsolable
y escriban en el cielo las nuevas de su muerte,
que lleven las palomas crespones en sus cuellos
y los guardias de tráfico se enfunden negros guantes.
Era mi Norte y Sur, mi Oriente y Occidente,
mi día laborable y mi domingo ocioso,
mi noche, mi mañana, mi charla y mi canción;
pensaba que el amor era eterno; fui un crédulo.
No queremos estrellas; apagadlas de un soplo;
desmantelad el sol y retirad la luna;
talad todos los bosques y vaciad los océanos;
pues ya nada podrá llegar nunca a buen puerto.

Abril 1936. W.H. Auden

jueves, 16 de agosto de 2007

El conatus pindárico

Cuando uno no se encuentra conforme consigo mismo deriva ese desencuentro hacia su época, convierte su incapacidad de sumisión a los dioses coetáneos y a las gabelas de su tiempo en una confutación de lo sancionado como deseable en un momento dado. Es difícil llegar a saber lo que uno es si no se va a la contra, si no se tiene una tendencia, innata o decantada por la experiencia, a instalarse en promontorios poco transitados desde donde observar con el sosiego del que no se involucra, “del que no cuenta”, el tráfago cotidiano.

Uno no comparte muchas de las servidumbres contemporáneas: no le gustan la velocidad ni los coches, no necesita estar (des)informado de todo lo que sucede en el mundo en “tiempo real”, suprimiría los teléfonos portátiles con su contribución a la ausencia de un ámbito íntimo y a la propagación de la vulgaridad, detesta la estadística, la pasión por mensurarlo todo, la productividad y la eficiencia como última razón de toda empresa, no entiende el afán de viajar de un lado para otro para hacer lo mismo siempre, en un lado y en el otro, el que cualquier idiota pueda lograr prestigio o preponderancia sólo por salir en una pantalla y que por esa pantalla, cada vez más, lo único que salgan sean idiotas, por último el llamado arte contemporáneo que, junto con la moda y la publicidad, reflejan bastante bien la ínfima altura de nuestro tiempo.

Spinoza habló del conatus, “del esfuerzo por perseverar en el ser” Píndaro nos dice: “llega a ser el que eres” yo me permito hibridar los dos apotegmas y construir de esa forma una máxima para uso personal: “esfuérzate por perseverar en ser el que eres”. Esto conlleva en ocasiones el mantener actitudes pertinaces, inconmovibles e incluso algo cazurras a propósito de algunos asuntos, de ciertas personas, preferibles a la connivencia con las convenciones apaciguadoras elaboradas por los arquitectos del orden establecido, por los ingenieros de la moral edificante (cada época tiene la suya) y no nacidas del convencimiento íntimo. Intentar agradar a toda costa, transigir con las imposturas provenientes del exterior por anhelo de pertenecer a algo, de ser uno más, es un error que, además de no lograr el objetivo propuesto, se paga caro.

domingo, 12 de agosto de 2007

Hoy, nada.

Hay días en que la vacuidad y el absurdo de la vida se nos muestran con una implacable certeza, sin dejar el mínimo resquicio a la ilusión o el autoengaño. En estas circunstancias dedicarse a la obligatoria labor de crear nuestras propias falsedades generadoras de confianza, pergeñar las mentiras motrices de nuestros actos, se torna una empresa abocada al fracaso más rotundo.

El 25 de abril de 1936, Cesare Pavese anotó en su diario: “Hoy, nada.” Late en esta breve frase una tragedia silenciosa que se resiste a permanecer ignorada. Este lamento sin énfasis por algo irrecuperable, esas jornadas oceánicas de tedio estéril cuya única finalidad parece ser emponzoñar aún más el gravoso trajín cotidiano, acrecentar la pesadumbre inherente a esa correría por el devenir en la que nos hemos visto involucrados, estas dos palabras tan comunes, decía, conforman una síntesis precisa, antirretórica e implacable de esta clase de vivencias.

Escribe otro día: “Es verdad que sufriendo se pueden aprender muchas cosas. Lo malo es que al haber sufrido hemos perdido fuerzas para servirnos de ellas.” Acaso nunca sabremos si fueron este tipo de reflexiones que parecen emerger de días más llenos o, por el contrario, las emanadas de las tribulaciones sugeridas por las jornadas del vacío, el detonante de estas frases, escritas el 18 de agosto de 1950:

“Siempre sucede lo más secretamente temido.

Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?

Basta un poco de valor.

Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.

Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.

Todo esto da asco.

No palabras. Un gesto. No escribiré más.”

Fue lo último que escribió antes de suicidarse.

martes, 7 de agosto de 2007

Revista de crítica cinematográfica

Últimamente me he ido aficionando al cine perpetrando una especie de traición pasajera a mi pasión de siempre, la lectura. Como en el caso de los libros, me gustan las películas viejas, clásicas, también las menos conocidas, orilladas de las preferencias del gran público, las realizadas en países sin gran tradición cinematográfica, un poco por el gusto del exotismo, todo aquello que no tiene una gran repercusión comercial y publicitaria y que se ha convertido en accesible gracias a Internet.

Ha iniciado su andadura recientemente una revista de cine española filial de una revista francesa de mucho prestigio, acaso la que más pedigrí ostente en este campo. Nunca he sido lector de este tipo de revistas pero impulsado por mi actual efervescencia cinéfila y la aureola que precedía a dicha publicación me decidí a comprarla y echarle un vistazo.

En el editorial del primer número se puede leer lo siguiente:

“Nuestra respuesta frente a la creciente uniformización del discurso dominante sobre el cine, frente a la tentación siempre reconfortante de instalarse en los márgenes de lo real y de aceptar pasivamente esa realidad que se nos impone, será siempre, siguiendo a Claudio Magris, “la continua, humilde y adogmática búsqueda de jerarquías de valores”, porque creemos que también en el ámbito de la crítica “es necesario un pensamiento antiidólatra, un pensamiento fuerte capaz de establecer jerarquías de valores, de elegir y, por consiguiente, de dar libertad, de proporcionar al individuo la fuerza de resistir a las presiones que le amenazan y a la fábrica de opiniones y de eslóganes”.

El ejercicio de la función crítica no estará limitado en nuestras páginas, por ello, a la consideración de las películas que se estrenan sobre las pantallas comerciales. Ese reducto es ya demasiado pequeño como para dar cuenta, por sí solo, de la amplia, heterogénea y compleja red de experiencias y senderos por los que circulan las imágenes del mundo actual. Nuestra mirada se dirige hacia el conjunto de las expresiones del universo cinematográfico.”

Aunque uno no pueda entender cómo se elabora “un pensamiento fuerte capaz de establecer jerarquías de valores” de forma humilde y adogmática, en principio me satisfizo esta declaración de intenciones: no plegarse a criterios comerciales y dar a conocer otras cinematografías con la calidad artística como criterio, eludiendo otras consideraciones.

Ávido de que estos nuevos nietzscheanos me proveyesen de novedosas e ignotas jerarquías de valores cinematográficos, de inexplorados territorios fílmicos, me zambullo en la lectura de forma entusiasta, militante. Además del esperable, y natural, autobombo inicial me voy encontrando con algunos artículos bastante pretenciosos poblados de frases oscuras, palabras abstrusas e ideas poco claras, al menos para mí. Uno, que considera la inteligibilidad como uno de los valores máximos, quizá el mayor de cualquier escrito, empieza a notar cómo zozobra su entusiasmo primigenio pero continúa.

Llego a un artículo sobre la última película de Claude Chabrol firmado por uno de los dos autores del editorial inicial. Me encuentro con esta reflexión: “…nos coloca una vez más en la pista de la materia que verdaderamente le interesa al cineasta: el registro analítico de la presencia como máscara de la esencia, el trabajo que permite revelar la fisicidad de la piel equívoca y ambigua de ese organismo complejo y misterioso que una y otra vez se deja tentar por impulsos cuya dinámica propia acaba siempre por dominar a la conciencia.” Me gustaría hacer una exégesis profunda, una glosa o cuando menos discantar este bello párrafo y lo haré cuando llegue a entender lo que se nos quiere decir ahí. Tratar de huir de lo banal, de lo obvio lleva en ocasiones a incurrir en farragosidades gratuitas, hueras, con el agravante de que uno no podrá decir que, tras ese oropel verborreico, no hay nada sin que le puedan desterrar a la isla de los ignaros, de los incapaces de comprender la excelsa doctrina. Más adelante comenta: “Se divierte [Chabrol] ensayando de forma pudorosa movimientos de cámara, efectos visuales y recursos eclécticos porque, consciente quizás de hallarse al final del camino, le preocupa más expresar de forma inmediata y efectiva lo que pretende que conseguir un esmerado acabado formal cuando ya no tiene que demostrar nada y cuando todo el mundo le reconoce como dueño y señor de su particular parcela ficcional.” Creo que esto es una buena muestra de pensamiento antiidólatra y de esgrima del “escalpelo analítico” expresión, ésta, que el articulista emplea en el mismo artículo. Chabrol, nouvelle vague, “no tiene que demostrar nada”, nueva jerarquía de valores…

Después de este primer número he adquirido los dos siguientes y… más de lo mismo. Me pongo a leer los artículos como los incautos transeúntes que atraídos por el puesto del trilero y el gusanillo de ganar unas perras de forma rápida y desahogada deciden probar suerte. Observo atentamente el cubiliteo, estoy en tensión, concentrado, tratando de no perder de vista la bolita, no reparo en los jeribeques y visajes del embaucador para no distraerme pero… es inútil, al levantar el cubilete, siempre lo encuentro vacío.

viernes, 3 de agosto de 2007

Arte y vanguardia

Centro Blanco (Amarillo, Rosa y Lavanda sobre Rosa), de Mark Rothko.

Extracto de una noticia de elmundo.es del 16/05/2007:

“Una pintura abstracta del artista Mark Rothko puesta en venta por el filántropo David Rockefeller se ha covertido en la obra de arte contemporáneo más cara vendida en una subasta, tras rematarse en 72,8 millones de dólares.”

Hay que reconocerles una cosa a los vanguardistas, nadie ha alcanzado tal perfección, tal sintonía y adecuación de los títulos de sus obras con el contenido de las mismas. Sin duda, conociendo el título de este cuadro, detenernos a observarlo sería una pérdida de tiempo, una ocupación superflua, no nos aportaría nada esencial.

Para mí la vanguardia es, en su mayoría, un fraude. Sé que puede ser una generalización excesiva pero todos esos movimientos han contribuido a llenar los museos de chafallos y artilugios demenciales que algunos motejan de arte, a deturpar las bibliotecas con libros cuyo único mérito estriba en su mera ininteligibilidad. Ya ha pasado casi un siglo desde el inicio de estas travesurillas, quizá en su origen tuvieran su gracia y su justificación, en algunos casos hasta puedan haber coadyuvado a una renovación enriquecedora en ciertos aspectos, ahora bien, que hoy en día sigamos dando carta de naturaleza a estas charlotadas me parece excesivo. Se ha llegado a la desfachatez de que un, así llamado, artista ha enlatado sus propios excrementos y los ha vendido como arte; otro los ha empleado en sus cuadros y le gustaría que sus obras tuvieran la propiedad de sanar a la gente; de lo último que he tenido noticia es de una exposición en Gran Bretaña cuyo contenido consistía en… nada, eso sí, con subvención pública. Después, me sublevan sus muñidores y corifeos. Ante un lienzo donde sólo hay un chafarrinón o un libro –por llamarle de alguna forma– formado por una sucesión de frases sin sentido son capaces de evacuar una exégesis de decenas de páginas con párrafos abstrusos y horros de cualquier significado o poblados por virtudes existentes únicamente en sus calenturientos caletres. Además han destrozado cualquier posibilidad de atenerse a unos criterios más o menos válidos a la hora de enjuiciar el auténtico valor de las obras de arte. Hoy en día es arte cualquier cosa incluida bajo esta denominación.

Juan Ramón Jiménez, insultado y menospreciado por alguno de los componentes de esos movimientos estéticos dijo: “… la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del espíritu cultivado.”

En ocasiones sueño, con envidia y fruición, con una época venidera más afortunada y juiciosa que la nuestra, que observará nuestro “arte” como una distracción de chiquillos, de gente ociosa sin mayor ocupación y a la que le estará reservada la placentera labor de enviar toda la morralla que durante décadas hemos introducido en nuestros museos contemporáneos, algunos tan horrorosos como lo que albergan en su interior, a la escombrera convertido ya en cascajo. Podrán conformar, así, el muladar de la tontería humana de toda una época, huera e inane como pocas.

El peaje liviano

Cultivar la amistad de unos pocos y escogidos amigos. Dedicarse, para “aver mantenencia”, a una labor que no nos hurte ni el tiempo ni la energía necesaria para poblar nuestro espíritu de ensueños, nuestra cotidianidad de nostalgias. No alterarse en exceso por el estado de cosas. No permanecer indolente ante el estado de cosas. Tratar de llegar a viejo sin madurar, sin dejar de ser niño. No olvidar el camino recorrido. No tener excesivamente presente lo pasado. Así la vida sería una deriva llevadera, un camino transitable, un peaje liviano.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Mi solo y otro

Ya que el título del blog no es más que un simple latrocinio (o intertextualidad que dirían otros) de JRJ, dejo aquí un poema suyo cuyas declaraciones comparto.



Mi solo y otro

No me toquéis los codos ni los hombros,
no quiero diferencia ni soledad ajena,
quiero ser, en mi espacio, solo y otro.

Quiero ser otro y solo,
el solo y otro que quisierais vuestro,
del que os lloráis acaso y os reís sin duda,
del que os calláis sin duda y del que acaso habláis.

No, yo no quiero ser de otra manera,
de la manera que todos somos otro,
no quiero la desidia inmensa
de haber sido, ¡qué fraude!, parecido,
¡parecido!,
con horas de placer y de comida,
de salida, de juego, de dormida,
de otro amor, además del grande,
de reconocimiento, de saludo jeneral.

Al raro y solo que yo sólo quiero ser le basta
su pena de ser otro y de estar solo,
su pena sola y otra
de irse solo y otro de la noche
a la música, al mar,
de irse solo y otro al amor grande:
a la obra, al desnudo y a la muerte.

En el otro costado. Juan Ramón Jiménez